Desde cría, Garazi Sánchez (Getxo, Bizkaia, 33 años) encontró en el mar su toma de tierra. Hija de padres montañeros, descubrió en la playa y en las olas el sitio de su recreo cuando comenzó a surfear con siete años. Una pasión convertida en profesión que la llevó pronto a la cresta de su deporte y la hizo madurar a contracorriente. Triunfos y lesiones jalonan una biografía polifacética en la que a cada convalecencia le ha seguido un proyecto audiovisual para canalizar su energía e inquietudes. En 2020 rodó Vergüenza, un documental para concienciar sobre la conservación de los océanos. Y ahora presenta Modo Avión (YouTube), un “experimento” sobre el impacto de la tecnología en la salud mental y física.

Pregunta. El año pasado, tras una lesión de rodilla que le impidió competir en los Juegos Olímpicos de París, buscó refugio en la costa mexicana de Oaxaca. Pero no pudo despegar en su recuperación hasta que no puso su móvil en modo avión…

Respuesta. Sí. Me fui a un entorno rural maravilloso que conocía de años atrás. Sin embargo, al llegar allí, las cosas no funcionaron como pensaba. Ya tenían internet y eran justo los días en los que comenzaban los Juegos. Mi energía estaba puesta en ver qué pasaba en París, en castigarme por lo lejos que estaba de allí. Me generaba ansiedad, me negativizaba… Ahí surgió la idea de hacer este experimento de desconexión digital. Apagué el móvil durante 15 días y documenté el resultado en Modo Avión.

P. ¿Qué conclusiones sacó?

R. No quiero demonizar las redes ni desconectarme de ellas, porque tienen muchas cosas buenas, pero sí quiero hacer un ejercicio consciente para relacionarme mejor con estas plataformas. Si me dejo llevar no me sientan bien, ni a la cabeza ni al cuerpo.

P. ¿Cómo vivió la desconexión?

R. La ansiedad no hay que asociarla solo a crisis o ataques de pánico. La ansiedad es también esa dependencia silenciosa que nos ha generado el móvil, eso que no nos permite concentrarnos… La gente cada vez lee menos y hay fobia al aburrimiento. Por primera vez en la historia el intelecto humano va hacia abajo. Y el problema es que hemos normalizado esa ansiedad. Descubrí lo bien que sienta hablar con la gente, ayudar y dejarse ayudar sin preguntar siempre a Google. La vida real nos hace mejor que la virtual.

P. ¿Es posible racionalizar el móvil?

R. Los móviles y las redes están diseñados para generar dependencia. En el móvil tenemos todo y ese es su gran poder. Debemos estudiar y difundir los problemas asociados a su uso desmedido. Yo sigo buscando el equilibrio. No quiero estar seis horas al día mirando una pantalla. Seis horas al día es la media y eso son más de 90 días al año, ¡no somos conscientes!

P. Durante el apagón hubo más desasosiego por la pérdida de wifi que de luz.

R. Ahora parece que no somos nada sin móvil. No hay que romantizar el apagón, pero fue bonito ver a la gente socializar como se hacía antes. Durante el experimento, tuve vértigo cuando lo apagué. Sin embargo, el proceso fue muy natural. La verdadera ansiedad vino al volver a encenderlo.

P. ¿Cómo reaccionó su cuerpo sin el móvil?

R. Dormía más y mejor. Mi cuerpo se desinflamó muchísimo y esa inflamación viene del estrés y el cortisol. En esos 15 días mejoré en todo, en lo orgánico y en lo social. La tecnología hace que no nos necesitemos. Estamos más solos.

P. ¿Es optimista con una vuelta al sentido de comunidad?

R. No es fácil, porque la gente está asustada y tiene miedo a desconectar. España es el país del mundo en el que se prescriben más ansiolíticos. Hemos normalizado estar mal… Los lugareños me decían: “todos los extranjeros que venís aquí estáis enfermos”. Y algo de eso hay. El ritmo de vida nos está trastocando. Pero parece que hay más concienciación. Ahora la gente paga por ir a retiros a desconectar, a estar en silencio… Mi referente es mi abuela. Ella cuando lee, lee; cuando guisa, guisa… no está mirando fotos o buscando qué ha hecho el Athletic.



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