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Han pasado más de 48 horas desde que Sofía Amaya Sayri Pozo Villanueva regresó a Arica, un oasis de Chile que no se rinde. Fue la última narradora de la segunda edición de Macondo sí tiene quien le escriba en llegar a su hogar tras asistir a la premiación de este concurso iberoamericano de relatos, organizado por CAF –banco de desarrollo de América Latina y el Caribe– y la Fundación Gabo, con el apoyo de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI). Un viaje que celebró a 20 niñas y niños que son felices escribiendo: la fórmula que Gabriel García Márquez aplicó durante toda su vida.

Acompañada por su madre Ginnetta, maestra de su pluma y autora de sus días, viajó casi dos días para volver a ver sus atardeceres de pintura. Como ocurrió con Sofy, Juan Diego, Kimberly, Allyson, Sofía, Bautista, Dahnna, Eva, María José, Teresa, Martina, Scarleth, Gràcia, Zoe, Emilia, Abdiel, Samira, Valeria, Angie y Ricardo, regresaron a sus casas con el corazón marcado por el Caribe colombiano y los momentos que compartieron con ese montón de amigos que hicieron junto a sus padres o tutores (tíos y tías) en Aracataca, Santa Marta, Barranquilla y Cartagena.

“Macondo es lo mejor que me ha pasado”; “Conoces muchas culturas”; “Haces muchos amigos”; “Aprendés de muchos países de Iberoamérica”; “Conocés las palabras de otros países, que cambian un montón”; “Fue muy mágico conocer los lugares en los que se inspiró Gabo”; “Vale totalmente la pena”; “Fue increíble”, son algunos de los testimonios que compartieron quienes ganaron entre 2.021 niñas y niños de 10 a 13 años de edad, provenientes de 18 países de América Latina y el Caribe.

Los niños y niñas ganadores de Macondo sí tiene quien le escriba 2025 durante el evento de premiación.

“En CAF estamos seguros de que la cultura es una herramienta poderosa de desarrollo, razón suficiente para apoyar un concurso que es el mejor diagnóstico por parte de niñas y niños de la realidad de América Latina y el Caribe”, manifestó Alejandra Claros Borda, secretaria general de CAF, presente en la premiación. Lo evidencian sus historias, que cuentan y hacen llamados por la igualdad, la justicia, el saber popular, las tradiciones, la sabiduría indígena, la conexión con la naturaleza, la libertad, la diversidad y la inclusión.

Vivencias que pasaron el filtro de la Inteligencia Artificial Generativa, prueba fehaciente de la originalidad y creatividad de su escritura, destacó Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Gabo.

Recorrer las huellas de Gabo

Durante su recorrido por el Caribe, en la vieja casa de Gabo vivieron con intensidad las historias de los fantasmas que atravesaban el cuarto de Sara Emilia, quedaron boquiabiertos con el árbol de Pivijay, cuya silueta poderosa les recordó el castaño donde vivió amarrado sus últimos días José Arcadio Buendía, y en su visita a la casa del Telegrafista intercambiaron con niñas y niños de Aracataca su gusto por la literatura, contándose sobre sus autores favoritos: de Gabo, a Megan McDonald y Pablo de Santis.

Los niños y niñas ganadoras de Macondo sí tiene quien le escriba 2025 en la Casa del Telegrafista, en Aracataca, Colombia.

Fue en la tierra Nobel donde aprendieron la canción que tararearon el resto del viaje en minivanes y restaurantes: “Yo tengo un novio, chilín, chilín, se llama Antonio, chilín, chilín”, y escucharon a Emily Jireth Mutis Bossa, una poeta infantil cataquera declamar sobre el valor de Mercedes Barcha —la esposa de Gabo—, nada casual en un concurso con mayor presencia femenina: 16 niñas.

Terminó su libro con paciencia y valentía

El mismo Gabo lo dijo

Les juro que sin Mercedes

Nada de esto existiría

En Santa Marta, no sólo descubrieron que Simón Bolívar vivió allí 16 días, sino que siguieron los pasos que Gabo dio junto a su apacible bahía, visitaron la plaza de San Francisco, en la que se erige “la estatua más pequeña del libertador”, según él mismo escribió. Terminaron su recorrido en la Biblioteca Gabriel García Márquez del Banco de la República, donde aprendieron la técnica del extrañamiento de la mano del escritor David Cortés Zamora. En esa ciudad, también le celebraron a uno de los ganadores, Bauti, sus 11 años de vida.

Un grupo de niñas de Aracataca juega durante las actividades preparadas con las y los participantes del premio.

Parada obligada: Barranquilla. Allí aprendieron con Jeimy González cómo crear un mapa de mundos imaginarios o de los lugares de donde vienen ellos y los suyos: de Cochabamba y Oruro, en Bolivia; de Alangasi y Cumbaya, en Ecuador; de Palenque, en México; de Ibagué, en Colombia; de Cajamarca, en Perú; de Alcora y Zamora, en España; o de Colón, en Costa Rica. También movieron sus caderas al pie de la estatua de Shakira y se fotografiaron con sus banderas en la Ventana del Mundo.

Se trató de una segunda edición que evidenció la riqueza que brota de historias de vida de los participantes —tan distantes y admirables a la vez—, como la de Nicolás Delfino y Marisol Delgadillo, padres de Emilia y Alysson, respectivamente; el primero, CEO de una inmobiliaria qué fundó tras emigrar de Argentina a Colombia; y la segunda, un pozo de amabilidad que el último día del recorrido solo quería regresar para ver a sus vaquitas, en Cochabamba, Bolivia. Su familia vive de la venta de quesos que elaboran entre padres e hijos. Un Macondo que achicó las desigualdades heredadas en América Latina.

La colombiana Valeria Murillo, en la casa de Gabriel García Márquez.

“Macondo ha sido un viaje –un viaje interno–, emocionante y emocional para todos”, aseguró el padre de Emilia Delfino, quien destacó del concurso: “Primero, ese despertar de los chicos por escribir, esa inquietud que los llevó a participar; segundo, las dinámicas realizadas, que les permitieron integrarse y descubrir una diversidad cultural y regional muy interesante, y tercero, ese intercambio que también se dio entre nosotros, los padres, que no es lo primordial, pero que fomenta vínculos que ojalá sean para toda la vida”.

Emilia Delfino y su padre, Nicolás.

En Cartagena, se dijeron adiós tras recibir más reconocimientos: un pez en filigrana bañado en oro, que les recordará que solo bastaron cinco días que llevarán consigo el resto de sus vidas. “Macondo no solo fue un premio, fue el punto de partida”. “Mi hija ahora se quiere comer todos los libros”. “La Sofy dice que quién sabe si ahora ellos sean el nuevo boom iberoamericano y con harta presencia femenina”, saltan en el grupo de WhatsApp de Macondo los mensajes de los padres. El viaje también los renovó a ellos.

A Orlando Oliveros, escritor y gabólogo del Centro Gabo, no le cabe duda: “A Gabriel García Márquez lo hubiera hecho inmensamente feliz ver a una nueva generación de escritores y escritoras de toda América Latina persiguiendo sus sueños a través de ese oficio tan bello que es contar historias”.

Los reconocimientos otorgados a las niñas y niños participantes con forma de un pez en filigrana.



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