Estaba repasando la pintura de los pies de la Virgen de Fátima, cuando el carpintero de la catedral escuchó al final del pasillo unos gritos de alegría: “¡Nuestro obispo es el nuevo Papa!“. A otra vecina, la noticia le agarró unos segundos antes de tiempo. Todavía estaba sentando a su madre en la silla de ruedas delante del televisor y, de sopetón, las dos escucharon entre lágrimas el nombre de Robert Prevost desde el Vaticano. La hermana Shona, una misionera franciscana de Texas, decidió vivir la designación papal en la calle, sin televisión ni redes sociales. Salió de casa rumbo a la catedral y cuando empezaron a repicar las campanas supo que había ganando su paisano, misionero y estadounidense como ella. “Es como una profecía”, dice apretando con la mano derecha el crucifijo de madera que tiene colgado al cuello.

Un día después del nombramiento de Prevost como nuevo Papa, todos recuerdan dónde estaban y cómo recibieron la noticia que ha colocado a esta ciudad costeña peruana, de unos 500.000 habitantes, bajo los focos del mundo entero. Sorprendidos y un poco abrumados con el éxito de su antiguo obispo, que citó en español a la ciudad desde el balcón de la basílica de San Pedro, los vecinos se despertaron este viernes con portadas exultantes. “De Chiclayo al Vaticano”, “El Papa ama Perú”. “El Papa es chiclayano”. Otros diarios locales titulan con la reciente matanza de 13 mineros en una ciudad del interior del país y el último escándalo de la presidenta, Dina Boluarte, a vueltas con una carísima operación estética para disimular las arrugas de la cara. “Estos delincuentes nos han hecho daño y él nos ha abierto el corazón”, resume el quiioskero sobre el contraste entre la fama pública del nuevo Papa y la de la clase política peruana.
Perú atraviesa una crisis de violencia desbocada, profundos problemas de corrupción y ya acumula seis presidentes en poco más de ocho años. El mismo tiempo que pasó Prevost en Chiclayo, primero como jefe de la Diócesis y luego como obispo. Auspiciado por el entonces papa Francisco, que hace dos años decidió llevárselo de vuelta a Roma para iniciar una carrera que ha culminado llegando a la cima del Vaticano. Pero la historia peruana de Prevost, nacido en Chicago hace casi 70 años, había empezado mucho antes. En 1982 se ordenó como sacerdote y siendo apenas un veinteañero fue enviado de misionero a Piura, otra ciudad colonial del norte del país. Pasó casi 20 años haciendo trabajo de a pie con las comunidades más pobres y olvidadas.

Algo que no esquivó una vez que le colocaron la mitra púrpura de obispo. Una devota feligresa insiste a las puertas de la catedral en que “nunca abandonó la labor pastoral. Visitaba con frecuencias a pueblos indígenas andinos en zonas cercanas a Chiclayo, como los incahuasi y cañaris, de los más abandonados por el Estado”. Chiclayo es la quinta ciudad más importante del país por habitantes y peso económico. Tiene valiosas ruinas prehispánicas y mucho turismo de interior. Pero a diferencia de otras con más nombre internacional, no tiene tradición minera como Arequipa ni el tirón turístico de Machu Picchu. “Somos un pueblo sencillo, como es nuestro obispo”, añade Flor Cevallos, que define las homilías de Prevost como “tiernas, dulces, era uno más del pueblo”.
Lo mismo piensa la fundadora de las Sagradas Adoradoras del Santísimo, un grupo religioso local muy cercano al nuevo Papa. Además de rezar, también tiene un restaurante a un costado de la catedral y casi puerta con puerta con la casa del obispo. Su nieto, Rodrigo Couto, recuerda la emoción de su abuela cuando se confirmó el nombramiento: “Repetía llorando cuánto se lo merecía”. El último cumpleaños de Prevost antes de regresar a Roma lo celebraron aquí, donde también le gustaba desayunar un jugo de naranja. O un chicharrón de pollo o un frito de cerdo los domingos. “Era frugal entre semana pero le gustaba darse un capricho de vez en cuando”, cuenta Couto. La comida, tan presente siempre en la cultura peruana, también ha estado en los titulares de la prensa en Chiclayo: “El Papa es peruano y extraña el cebiche”.

Más allá de los guiños de humor cariñoso, León XIV ha llegado con polémica. Durante los últimos meses, con más intensidad en las horas previas al cónclave, Prevost ha sido objeto de una campaña promovida por sectores ultraconservadores de la Iglesia. Le acusan de haber encubierto varios casos de abusos sexuales cometidos por un sacerdote peruano en 2004 y que, según esa versión, Prevost habría conocido y no investigado en 2022, durante su etapa como obispo en Chiclayo.
Las acusaciones han sido negadas de plano por el Vaticano. Y también las ha rechazado el sucesor de Prevost como obispo de Chiclayo, Edison Farfán. “Ha salido en todos los medios que no hizo nada y es mentira. La verdad siempre prevalecerá sobre el mal. El actual papa ha sido el más sensible. Ha permitido que se haga justicia. Muchas personas han acudido a él y yo he sido testigo que él ha ayudado”, dijo este viernes en una conferencia de prensa desde la sede del obispado. Farfán ha reconocido que la investigación por vía canónica sigue abierta y ha insistido en que Prevost fue uno de sus principales impulsores.
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