Pepe Moral llegó a La Maestranza dispuesto a no tirar la toalla. Era su primera corrida de la temporada después de que el año pasado solo se vistiera de luces en España. Su futuro no era nada esperanzador. Pero se rebeló contra su destino, se resistió a morir, apostó y ganó. El tiempo dirá si las dos orejas cortadas hoy se ven recompensadas con contratos, pero, al menos, ha resucitado y ha dicho en voz alta que quiere seguir siendo torero.
Le pidieron la segunda oreja en su segundo toro, y la presidenta, con buen criterio, no la concedió, porque hubiera deslucido una actuación meritísima, en la que importó, sobre todo, la entrega, el compromiso y la resistencia. Y por eso ganó.
Sus toros no fueron de triunfo. El único que apostó de verdad fue el torero; sus faenas no tuvieron un fondo artístico porque fue imposible. Los toros carecían de fuerza, soltaban la cara, se negaban a obedecer los engaños… Pero tuvieron delante a un hombre henchido de voluntad, a un guerrero dispuesto a morir, a un torero envalentonado contra sus adversas circunstancias. Y se sobrepuso de qué manera a las nulas condiciones de su deslucido lote, robó muletazos donde no los había, incluso ligó tandas que parecían imposibles, y a sus dos toros les extrajo, más, mucho más de lo poco que tenían.
Está claro que el miedo al olvido envalentona el ánimo. Por eso, quizá, Pepe Moral salió a luchar por la vida, por la suya, y le ganó la partida a su oscuro destino.
A sus dos toros los recibió de rodillas en los medios, al igual que sus compañeros a los suyos. Seis toros, seis largas cambiadas más allá de la segunda raya. Un mérito indudable ante una incierta, siempre incierta, corrida de Miura. Incierta, y también, muy mansa (el segundo llegó a saltar al callejón), muy descastada, muy blanda y deslucida, y solo el tercero ofreció nobleza en el tercio final.
Allí estaba Manuel Escribano, quien no pasó un buen rato en esta su tercera comparecencia en la feria. Entregado como siempre, pero también desconcertado, abrumado, tenso y con pocas ideas ante dos toros complicadísimos y peligrosos. A los dos los banderilleó con voluntad y escaso lucimiento, y en ambos comprobó que no tenían un pase. Tampoco él tuvo un pase a la hora de matar al primero; un torero de su demostrada categoría no puede pinchar hasta ocho veces con el semblante demudado, y necesitó otros tres y un feo bajonazo para matar al cuarto. No son maneras de figura. No sirvió ninguno de los dos toros, pero Escribano desertó con excesiva rapidez.
Y el mejor de la tarde, el tercero, le tocó a Esaú Fernández, tan voluntarioso como anodino. En el toreo no vale solo la voluntad, y el concepto de este hombre es banal e insustancial. Torea con la figura excesivamente arqueada y sin ajuste, con lo que el resultado final dista mucho de la emoción necesaria. Menos colaborador fue el sexto, pero Esaú fue el mismo.
Al final, emocionado, Pepe Moral salió a hombros por la puerta principal (por donde entran las cuadrillas), e hizo buena la letra de la canción: “resistiré para seguir viviendo; soportaré los golpes y jamás me rendiré”.
Miura/Escribano, Moral, Fernández
Toros de Miura, correctos de presentación, muy mansos, blandos, descastados, deslucidos y peligrosos. Noble el tercero. Varios acabaron con los pitones astillados.
Manuel Escribano: siete pinchazos —aviso— pinchazo (silencio); tres pinchazos, bajonazo —aviso— (silencio).
Pepe Moral: estocada contraria y perpendicular (oreja); estocada (oreja y petición de la segunda). Salió a hombros por la puerta de cuadrillas.
Esaú Fernández: media perpendicular y atravesada, un descabello —aviso— y descabello (ovación); pinchazo, media muy atravesada y un descabello (silencio).
Plaza de La Maestranza. 11 de mayo. Decimosexta y última corrida de abono de la Feria de Abril. Casi lleno.
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