En los años 50 y 60 del siglo pasado, miles de familias llegadas de muchas partes se acercaron a la gran capital mexicana para asentarse en terrenos que guardaban memoria pantanosa y levantaron sus casas con bloques y techos de lámina hasta crear sólidos núcleos urbanos que no han dejado de trepar los cerros. Hoy son millones los que se desempeñan en el cinturón industrial, todavía en el Estado de México, o en los mejores barrios de la ciudad en tareas de limpieza, jardinería, venta ambulante o cualquier otra cosa que llene la bolsa de tortillas. Tlalnepantla, Nezahualcóyotl, Ecatepec, Chalco, Chimalhuacán, La Paz, Ixtapaluca, son ciudades con grandes bolsas de miseria, carencias de agua, drenaje y pavimentación y tan escasos de servicios educativos y de salud, como sobrados de violencia e inseguridad. A esas ciudades y suburbios les dicen el Oriente, pero muchos no acaban de ver que por allí salga el sol.

48.000 millones de pesos. Esa es la cifra, hasta finales del sexenio, que la presidenta ha anunciado para construir 10 centros de salud nuevos, un hospital de 200 camas y otro oncológico, 10 universidades, 20 preparatorias y centros de cuidado infantil en esas zonas entre la capital y el Estado de México. Se sustituirán los viejos autobuses urbanos, se parchearán e iluminarán calles. Viviendas y programas de bienestar completarán un proyecto aún por detallar que tendrá el pistoletazo de salida con 13.500 millones de pesos para 10 municipios este año y este mismo lunes arranca el plan de movilidad con la inauguración del trolebús elevado al que los obreros están dando los últimos retoques. El plan completo lleva el pomposo nombre de Amor con amor se paga, un viejo lema del obradorismo que la maledicencia adjudica ahora al pago de votos con prebendas. Porque el Oriente es un inmenso granero electoral antaño domeñado por caciques del PRI que no pocos temen que siga con prácticas parecidas. Con comentarios o sin ellos, una buena lluvia de millones es perentoria en la zona.

La basura es la protagonista en decenas de kilómetros por estos pueblos. Un olor hediondo se cuela por las ventanas del coche a su paso por El Bordo de Xochiaca, en Nezahualcóyotl, el canal donde quienes se dedican a los desechos urbanos han encontrado más de una vez cadáveres. El arroyuelo es un lugar inmundo que bien cuidado prestaría un agradable lugar de recreo a los paseantes. Pero solo las moscas disfrutan de un paraje infecto plagado de zapatos, plásticos, ratas secas, restos de comida y heces, pañales y cualquier cosa que un día pasó por producto doméstico. El rodar del tráfico expulsa a la cuneta un oleaje de porquería. Las aguas negras de Iztapalapa también llegan al vaso regulador de El Salado soltando su pestilencia característica en lo que antes fue la laguna de Santa Martha, y mucho antes claras aguas del lago de Texcoco, cuando el mundo era un lugar desconocido. Perros sarnosos dormitan en el cauce seco del negro humedal. Los vecinos preguntan cuándo se va a arreglar ese paseo, porque ya saben que hay planes para hermosear el lugar. Pero todo lleva su tiempo. El hospital 25, por ejemplo, todavía no ha abierto desde que empezaron las obras de reconstrucción tras el terremoto del 2017 y miles de vecinos tienen que ir al de Los Reyes.

Aspecto del basurero en la comunidad de Villas de San Agustín, en el municipio de Chimalhuacán, en el oriente del Estado de México

Entre cartulinas de colores donde se anuncia la venta de “huevos sucios x caja”, se promocionan “exámenes de la vista” y moteles que solicitan “personal femenino”, discurre el vehículo calles arriba hasta el gran cráter de San Agustín, una enorme cantera que se rellena con cascajos de obra ante la mirada de decenas de perros mugrosos y hombres desharrapados que se desempeñan entre basuras. Pronto dan la voz de alarma y las motos circundan a los extraños que han lanzado un dron sobre sus cabezas. No han pasado cinco minutos cuando un coche con las marcas de una asociación caciquil de transportistas frena junto a los periodistas y les indica el camino a casa: “Aquí no se vuelan drones sin autorización”. Lo que se desconoce oficialmente, aunque de todos es sabido, es quién da el permiso en esos barrios de aluvión, donde las calles solo tienen dos formas de pavimento: polvo o lodo, según la temporada. Son solo las 11 de la mañana. Cuando llegue la noche, el suburbio, como tantos otros por la zona, tendrá su toque de queda autoimpuesto. El que salga puertas afuera lo hará por su cuenta y riesgo y las aguas de los canales estarán acechantes.

El hermoso México tiene en este Oriente uno de los territorios más feos y desesperanzadores, fuente inagotable para periodistas y cineastas y para algún turista avezado que quiera ver la cara oscura del mundo obrero que colonizó esos terrenos con hambre y sed de justicia, a base de solidaridad vecinal, y hoy se indigna antes las promesas electorales que siempre se quedan en nada. Decenas de muros convocan a votar en las elecciones del 1 de junio para elegir jueces y magistrados por elección popular, un sarcasmo en estos predios, donde la organización Antorcha Campesina, omnipresente brazo cacique del PRI en el Estado de México, canjeaba más de dos millones de votos en 2017 para el gobernador Alejandro del Mazo. Hoy gobierna Morena, el partido de la presidenta, pero la esperanza no acaba de llegar. “Más que políticos, esto está lleno de títeres que van colocando, con los mismos apellidos, mientras la cultura sigue marginada y los presupuestos se dedican a conciertos para dar contento a la gente, que ha sido cooptada durante décadas con despensas de comida y juguetes”, afirma Pablo Hernández, activista cultural de Nezahualcóyotl y vendedor en los tianguis, siempre vinculado al rock, que ha dado gloriosas páginas de resistencia juvenil en este pueblo. “Primero fue el PRI y luego el PRD, pero todo sigue igual, violencia, drogas, despojos, prostitución”. ¿Ningún cambio? “Lo que antes eran casas bajas ahora son de varios niveles, las familias crecieron, pero siguen las enfermedades, las madres buscadoras y la lucha en manos de organizaciones civiles con pocos recursos”, sostiene Hernández, que ha vivido ahí sus 57 años y todavía habla de unas “juventudes frustradas entre la piedra y el alcohol”.

Zona Industrial Xalostoc, Estado de México. El Gobierno ha anunciado iniciar el Plan Integral "Amor con amor se paga" en 10 municipios del oriente del Edomex y zona del Valle de México.

Para salvar las largas horas de transporte entre esos barrios y la capital, la que hoy es jefa de Gobierno, la morenista Clara Brugada, construyó un exitoso teleférico desde el que se vislumbra un paisaje singular de miles de casas de colores donde descansar la mirada de tanto gris. A vista de pájaro se aprecia la dignidad de los barrios obreros, macetas alineadas en las terrazas, gigantescas buganvillas que dan frescura al paisaje, colegios de fiesta para celebrar el Día de la Madre, gente que va y viene en los quehaceres diarios, grafitis horizontales que celebran la amistad, el amor y la vida. No todo es terrible, pero se necesitan aún toneladas de pintura en la superficie y mano de obra para adecentar lo que no se percibe desde el aire. “Agua, drenaje, pavimentación, banquetas, espacio para escuelas, transporte. La lucha por todo ello la dieron las organizaciones vecinales en los 70 y 80 y consiguieron sus frutos con políticas específicas que empezaron por regularizar los lotes de tierra”, dice la socióloga urbana María Soledad Cruz Rodríguez, investigadora en la Universidad Autónoma Metropolitana en Azcapotzalco. Reconoce que muchas de estas carencias se han ido acumulando con el tiempo y son manifiestos los rezagos en educación, salud, seguridad y en políticas funcionales, “porque hay sitios donde están las tuberías, pero no hay agua. Eso es así”, dice. Pero no acaba de ver el vaso vacío. “Son problemas complejos y cada zona tiene los suyos, unos son terrenos pantanosos que propician las inundaciones y otros de piedra porosa que no deja acumular el agua, por ejemplo: No es fácil”. Desde luego que no: Ante tamaña complejidad administrativa, uno se pregunta a quién se le ocurre querer gobernar esto. Un ejemplo: en plena pandemia de coronavirus, para impedir contagios, la Ciudad de México mandó clausurar el mercadillo de Cárcel-El Salado, que se extiende por la carretera que separa el barrio capitalino de Iztapalapa de Nezahualcóyotl, ya perteneciente al Estado de México, donde no se había prohibido tal congregación de gente. Los vendedores saltaron el metro de camellón y se posaron todos en el lado de Nezahualcóyotl, como una bandada de gorriones de un cable a otro. La misma estratagema han utilizado durante años los delincuentes en estas lindes casi inexistentes: robaban en una ciudad y se saltaban a la otra, donde ya la policía no podía perseguirlos. Eso ha obligado a esfuerzos de cooperación entre Administraciones distintas para que los agentes puedan intervenir coordinados en un lado y otro.

No todo es delincuencia ni miseria, sin embargo. Hay rincones en los que se aprecia un esfuerzo por cambiar la realidad: parques, jardines de infancia, metro ligero, metro bus y algunos otros signos de progreso. Pero caciques, violentos y políticos de medio pelo conforman una trinidad irrespirable que, en ocasiones, no deja ver más allá. Desde luego el PRI, dueño y señor de estas tierras durante décadas, ha dejado una pésima carta de presentación.

Un deslave de tierra en el Cerro del Chiquihuite, en Tlalnepantla de Baz, el 10 de septiembre de 2021.

No hay toponimia en estos pueblos que no traiga una catástrofe a la mente de la ciudadanía. Chalco: inundaciones que sumen a la población durante semanas en pestilentes aguas negras; Ecatepec: monstruos feminicidas, desapariciones; Tlalnepantla, desprendimiento de tierras que se llevan por delante viviendas encaramadas en el cerro; San Juanico, explosiones de gas con centenares de muertos; Chimalhuacán es una de las ciudades de todo el país donde los vecinos perciben mayor inseguridad en sus calles, el 86%; policías asesinados en Chicoloapan. El noticiero no da tregua en estas poblaciones del Estado de México linderas con la capital, cuando no es el crimen, es la naturaleza la que abre fosas en el cementerio.

En esa cantera inagotable de miseria y lucha vecinal ha florecido también la creatividad urbana como en ninguna. Cuna del punk y bandas rockeras que escondían sus noches en locales clandestinos lejos de la mirada de los presidentes más corruptos y represores, los jóvenes trataban de resistir a las inclemencias de unos barrios sin horizontes. Los cineastas también dejaron su página entre los enormes basureros en los que se derrama la Ciudad de México. Pusieron imágenes y música a la podredumbre del denominado vértigo horizontal que se extiende entre suburbios y polígonos industriales. A quién le extraña que aquellas bandas se hicieran llamar Los Mierdas y que grabaran sus videoclips entre basuras. Hoy, todos ellos, y son millones, siguen esperando la ayuda pública que les lleve justicia más allá de los carteles que convocan a las elecciones judiciales del 1 de junio.

Fuerzas federales, estatales y municipales atienden  y auxilian a los damnificados de las inundación en las colonias Culturas Mexicanas en Chalco, Estado de México



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