Aarón Castañeda y Javier Pacheco, de 18 y 19 años, descansan en las Islas de Ciudad Universitaria un caluroso lunes de abril, tras haber terminado las clases en la Facultad de Derecho y un entrenamiento de fútbol. Mientras comparten un pollo rostizado, Pacheco enumera lo que suele comer como estudiante en el campus central de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM): tacos en todas sus presentaciones, tortas, pasta, ensaladas y antojos como papitas o dulces. Castañeda, en cambio, lleva un lunch preparado en casa: “Soy prediabético y debo cuidar bien lo que como”, explica, aunque admite que las jornadas se hacen largas y también se puede colar “alguna que otra chuchería”. Ambos reconocen que no llevan una alimentación saludable, pero se resignan porque “es lo que toca”. Como ellos, cientos de miles de estudiantes de universidades públicas en la Ciudad de México adoptan hábitos alimenticios poco saludables, empujados por el estrés, la falta de tiempo y lo que permite el bolsillo.
En su búsqueda por ampliar las opciones de alimentación accesible dentro de la universidad, la UNAM anunció que a partir de agosto de 2025 pondrá en marcha el programa de Apoyo Nutricional Ampliado, en coordinación con el Gobierno de la Ciudad de México. Entre las medidas previstas están la instalación de comedores comunitarios móviles en planteles de bachillerato y un programa piloto de apoyo alimenticio complementario, dirigido a estudiantes en situación de vulnerabilidad. Además, la institución solicitó a los concesionarios garantizar menús asequibles y nutricionalmente balanceados, con mecanismos de supervisión reforzados. Aún no se han informado los costos ni las ubicaciones de estos nuevos espacios.
Esta iniciativa responde a una demanda histórica de la comunidad estudiantil, que ha cobrado fuerza en las protestas recientes. El marzo pasado se creó el Frente Estudiantil Alimentario (FAE), integrado por alumnos de licenciatura y bachillerato que exigen menús saludables y una redistribución del presupuesto para crear comedores de bajo costo como los que ya existen en instituciones como la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) o la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM).
La cafetería de la UAM es un referente por sus comedores subsidiados que ofrecen menús completos de desayuno y comida a precios simbólicos. En sus comedores es posible hacer una comida balanceada por menos de 10 pesos: los platos base como sopa o frijoles cuestan 50 centavos, y los guisados con proteína apenas dos pesos. En la UAM Xochimilco se sirven diariamente 1.200 desayunos y 2.000 comidas. José Sánchez, experto en nutrición, valora que este modelo no elimina del todo los problemas nutricionales, pero sí representa “una preocupación menos, económica y mentalmente”, al garantizar que los alumnos puedan comer dos veces al día y destinar su presupuesto a otras necesidades.
Dependiendo de la carrera, los estudiantes —o “estudihambres”, como ellos mismos se nombran irónicamente— pasan de seis a 12 horas al día en la escuela y cuentan con un presupuesto semanal de entre 200 y 500 pesos. Aunque varía según la licenciatura, los principales gastos son transporte, alimentación, fotocopias, libros o materiales. Algunos optan por llevar su propia comida, pero no todos tienen el tiempo o los recursos para cocinar diariamente. En Ciudad Universitaria la comida abunda, pero comer sano y barato es un reto de cada día.
En las facultades suele haber una “barra” o tiendita que vende comida rápida. El menú es casi idéntico en todas: tortas, sándwiches, molletes, banderillas, hamburguesas, hot dogs, pizzas y sopas instantáneas. Estas son las más frecuentadas por su cercanía a las aulas.
En segundo lugar de popularidad están los puestos ambulantes que rodean la UNAM. La zona cercana al Metro Copilco, una de las más transitadas por la comunidad, es famosa por su amplia oferta culinaria. Allí se encuentra el llamado “pasillo de la salmonela”, un corredor de comercios donde se sirven platillos más elaborados como barbacoa, mariscos y comidas corridas. Amado u odiado por los universitarios, el apodo le hace honor a su fama: es barato y sabroso, pero con el riesgo de enfermar, aunque los estudiantes tantean que también han contraído infecciones comiendo en las barras y otros puestos. Entre estas opciones el gasto oscila entre 30 y 70 pesos.
Otra alternativa son las cafeterías de la propia universidad, creadas para ofrecer alimentos asequibles y de calidad dentro del campus. No todas las facultades cuentan con una, pero en las que hay se ofrecen menús más balanceados, aunque a un mayor coste. Un menú completo con entrada, plato fuerte, guarniciones, agua y tortillas cuesta 81 pesos. La gran excepción —y donde se hacen las filas más largas— es el comedor de la Facultad de Ciencias, donde el menú del día cuesta la mitad, 40 pesos. Según Leonardo y Abigaíl, estudiantes de Economía, también es popular por la calidad de la comida y las porciones. La UNAM ha otorgado 18 mil becas para estos comedores a través del programa de Apoyo Nutricional.
Los estudiantes arrastran otros hábitos que pueden ser dañinos a largo plazo, como el abuso de café y bebidas energéticas, dormir poco y ayunar durante horas. Eric, de 20 años y estudiante de Química Farmacéutico Biológica, cuenta que solo ha comido un sándwich en todo el día cuando ya son las seis de la tarde y el cielo empieza a oscurecer sobre la Biblioteca Central.
Sánchez explica que la combinación de mal sueño y mala alimentación puede provocar bajo rendimiento escolar. Si se suma el ayuno prolongado y el estrés, pueden aparecer problemas como gastritis o colitis; y si estas prácticas se sostienen en el tiempo, pueden derivar en desnutrición, anemia, sobrepeso, obesidad, diabetes o enfermedades cardiovasculares.
Aunque se trata de una universidad pública, en la UNAM hay estudiantes de todos los niveles socioeconómicos. Sin embargo, incluso aquellos con mayor poder adquisitivo suelen comer en los mismos sitios, pues son las opciones disponibles dentro del campus. En contraste, otros han convertido la universidad en su lugar de trabajo para poder costear la vida universitaria. Jorge, estudiante de Ingeniería de 25 años, vende comida china que acarrea por todo CU en una hielera. Es un negocio que fundó con otros compañeros: dos cocinan y tres distribuyen. “Durante el día como lo que vendo para no gastar; lo que gano se va en transporte y otros gastos. Es una carrera cara”, cuenta. Jorge pasa hasta doce horas al día en la universidad y otras dos en transporte público. La venta informal es una práctica común entre estudiantes que necesitan un ingreso extra.
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