El toc toc en la cancela pilla a Inés Domínguez en bata y con la mata de hierbabuena en la mano, a punto de echarla en el puchero. “Vengo a traerte una foto mía para que la pongas al lado del San Pancracio”, le suelta Paqui Guzmán con guasa mientras le endosa el paquete básico electoral: volatina, boli y papeleta con sobre. Y como una no tiene todos los días al político, con comitiva incluida, en la puerta de casa, la mujer de 74 años le salta al quite: “Pero el níspero de la esquina me lo tienes que podar, que ya me he caído tres veces al ir a tirar la basura”. Guzmán promete que lo pedirá y sigue con el puerta a puerta, que tiene tajo. Es el último día de campaña en Majarromaque, una de las 15 barriadas rurales de Jerez de la Frontera (Cádiz) que vuelven a las urnas este domingo para elegir a sus delegados de alcaldía en una atípica convocatoria electoral.

Los 4.561 vecinos rurales de Jerez que tienen derecho a voto hoy —de un censo total de unos 6.000 vecinos— no lo hacen bajo el paraguas de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (LOREG), sino con el amparo del artículo 9 del Reglamento municipal de Participación Ciudadana ideado en 2011, en el primer mandato de la actual alcaldesa, María José Pelayo (PP). Están llamados a elegir a sus delegados de alcaldía, una suerte de mini regidores que sirven de enlace con el consistorio matriz que, hasta entonces, se escogían a dedo. Pero la enorme dispersión del sexto municipio español con el término municipal más grande —1.188 kilómetros cuadrados— hicieron que en la localidad gaditana le echasen una pensada. “Hay barriadas a 35 kilómetros de Jerez. Sus habitantes merecían poder decidir, que no estuviese impuesto por el alcalde de turno”, razona Susana Sánchez, delegada de Medio Rural del Ayuntamiento de Jerez.

Carteles electorales en Majarromaque, Jerez, el pasado viernes.

La singular votación de este domingo pone el foco en los pequeños núcleos poblacionales que rara vez copan titulares en la prensa local, salvo cuando un desastre natural o un suceso les sobresalta. El Mojo, El Portal, Gibalbín, La Corta, La Ina, Las Pachecas, Las Tablas, Lomopardo, Los Albarizones, Mesas de Asta, Mesas de Santa Rosa, Puente La Guareña, Rajamancera, Torremelgarejo y Majarromaque escogen hasta 25 candidatos en una casuística variable. Hay núcleos en los que solo se presenta un delegado, otros en los que se presentan partidos clásicos en liza—PP, PSOE y Vox— y algunos con independientes. María Mairena Toro, del PSOE y con apenas 21 años, es la política más joven que peleará contra un independiente para hacerse con el poder de El Portal, un asentamiento de unos 600 vecinos.

“Lo que quiero es escuchar a los vecinos, hacer una piña y servir de puente de sus propuestas al Ayuntamiento”, explica Mairena, entusiasmada y nerviosa, entre paseo y paseo de campaña por su barriada. Las casas forman un asentamiento al lado de la carretera surgido de trabajadores de una azucarera, hoy cerrada y convertida en punto neurálgico del ocio del lugar. No se equivoca la socialista, si gana, su papel será justo ese: trasladar demandas vecinales o deficiencias, escoger las posibles inversiones y tomar decisiones sobre cuestiones menores, como las verbenas anuales. Por ello cobran el salario mínimo interprofesional. El resto de la operativa —servicios de limpieza, basura, alumbrado, transportes, licencias, trámites— las asume el Ayuntamiento de Jerez en un ímprobo esfuerzo de distribución de recursos entre esas 15 barriadas, otras siete Entidades Locales Autónomas (ELA) y un núcleo más en proceso de convertirse en pedanía, Cuartillos.

Un empleado municipal de Majarromaque lleva una urna electoral.

Cada asentamiento tiene su propia idiosincrasia local. Algunos surgieron a lo largo del siglo XIX y XX al calor de trabajos en el sector primario, desde los viñedos de Gibalbín a los pescadores de La Corta, donde una investigación reciente confirmó que en el pasado ya existió un molino romano. Otros, como Mesas de Asta apenas son una sombra lejana y difusa de la enorme ciudad también romana que llegaron a ser, Hasta Regia. Hay cruces de caminos y descansaderos que fueron a más, asentamientos en torno a cortijos que mutaron de chozos a casas… Y el presente es tan variado que hay barriadas pujando por su autonomía como Cuartillos y sus más de mil vecinos a otras modestas, como los 300 habitantes de Majarromaque que, con todo, tienen muchos más empadronados que algunos pueblos de la España vaciada.

Pese a esa variedad, muchas barriadas comparten el origen común de haber surgido en la política de colonización agraria del franquismo. La blanca arquitectura de la plaza del poblado de Majarromaque da pistas de ello: una L porticada con la iglesia en un extremo y el Ayuntamiento en el otro en una tipología urbana calcada de otros núcleos poblacionales españoles de la misma época. Aquí los vecinos se apañan con la agricultura, una potente empresa de cocinas, Villegas, que da trabajo a más de 50 personas, un consultorio médico y el único ultramarinos de la zona con un nombre que hace las delicias del visitante: Mercalona. No es la única singularidad de los majarroqueños con el nomenclátor. Aunque hace ya décadas que la Memoria Histórica pasó por allí para llevarse el nombre de poblado Jose Antonio —por Primo de Rivera y la creencia de que nació en un cortijo cercano—, ambos nombres conviven sin cesar en cartelerías y conversaciones.

Una vista de Majarromaque desde el Ayuntamiento.

“Esto siempre se va a llamar Jose Antonio”, asegura el vecino José Gamaza, antes de comprar algo en Mercalona. Guzmán, actual delegada de alcaldía y candidata del PP, cree que la querencia por el nombre antiguo oculta, en verdad, la añoranza de un tiempo pasado en el que el poblado tenía tantos vecinos que llegó a tener mayor autonomía. Fue después de que los primeros colonos procedentes de toda Andalucía ocuparan las enormes 150 primeras casas de mil metros cuadrados con derecho a una porción de tierra y tuvieran, de media, más de una decena de hijos. Mercedes Ocaña nació en Beas (Granada), antes de acabar en Majarromaque y criarse en una casa de 13 hermanos. En este viernes de mayo, la jubilada se topa con Guzmán y le promete el voto sin fisuras. “Mira qué guapa sales en el cartel”, le espeta.

En las últimas elecciones, en 2021, el 80% de los vecinos de Majarromaque votó y la popular consiguió ganar por 50 votos. Ahora no se atreve a decir qué pasará por modestia, pero se ve con opciones. En la lista de problemas locales está la falta de vivienda, en la casuística local debido al constreñimiento que sufre el poblado por el río Guadalete y los cultivos del entorno, sumado al gran tamaño de las casas de colonos. En El Portal, Mairena también toma nota de la falta de suelo que frustra la emancipación de jóvenes a los que tira la tierra y quieren seguir viviendo en la zona: “Si se hiciesen más casas, la gente viviría aquí. Es un barrio pequeño en el que la mayoría de sus vecinos es gente que vive aquí desde pequeña o nació aquí”.

En otras barriadas, el problema es regularizar por fin lo que se ha quedado en un limbo de lo público tras los cambios legales de las vías pecuarias. “Estamos trabajando con un equipo urbanístico para regularizar lo histórico, atajar lo ilegal y construir en régimen de cooperativa”, explica Susana Sánchez. Guzmán, nieta y bisnieta de colonos por ambos lados, se ha puesto como meta local luchar por hacer piña vecinal y, quizás en el futuro, recuperar algo más de autonomía perdida. De momento, Inés Domínguez se conforma con que le poden el níspero. Es una tarea que justo depende del Ayuntamiento de Jerez, pero la delegada de alcaldía dice que se lo apunta. Domínguez la mira entre la confianza de la que ve a una vecina de toda la vida y las reservas que puede despertar la promesa de cualquier político. “Iré a votar, pero dejamos por ahora en el aire a quién”, espeta enigmática antes de meterse para dentro, que el puchero no se hace solo.



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