Jon Kortajarena (Bilbao, 39 años), considerado como uno de los hombres más perfectos del mundo, quería que la casa de sus sueños no fuera perfecta. El supermodelo y actor encontró un refugio a la medida de sus ambiciones en las faldas del Risco de Famara, al norte de la isla de Lanzarote. Puede parecer una contradicción que Kortajarena, símbolo de la belleza canónica para la mundana industria de la moda, encontrara su lugar en el mundo en un rincón tan remoto y salvaje como Famara, entre el mar y el desierto, rodeado de una belleza peculiar que raya lo marciano. “Yo soy una contradicción constante. Mi casa no podía ser menos”, reconoce el top model en conversación con El País Semanal.
No es un recién llegado a la isla. De pequeño vivió unos años en Lanzarote. Solía veranear en la playa de Famara, un paraje de fuertes vientos y corrientes peligrosas y punto de encuentro de los aficionados al surf y al kitesurf. En 2014, en pleno boom de su carrera como modelo, decidió comprar una villa casi en primera línea de mar. La bautizó Casa Sua (sua significa fuego en euskera), un guiño a la historia volcánica de la isla.
“Me estaba yendo muy bien como modelo, pero estaba en un momento de mucha exposición y necesitaba un refugio”, recuerda. “Igual lo habría encontrado en las Baleares, pero en Lanzarote hay una parte de mis raíces y es un sitio donde de verdad puedo desconectar. Al final las Baleares están llenas de paparazis y de gente de la industria de la moda. Yo quería desaparecer un poco y reencontrarme con la naturaleza y conmigo mismo”.

Originalmente, Casa Sua era un conjunto de bungalós construido por turistas noruegos a comienzos de la década de 1970. Entonces, la zona todavía no estaba protegida. La propiedad está apartada de La Caleta, un pueblo de casitas blancas como terrones de azúcar. Kortajarena contrató a su amiga la diseñadora Morena Bucher para que realizara el proyecto de interiorismo. “Cuando Jon compró esta casa era muy joven, pero ya había cierta madurez en él. Siempre ha sido alegre y divertido, pero ya en esa época buscaba recogimiento”, explica Bucher. “Buscaba un refugio en el sentido literal de la palabra: un refugio de las cámaras, de los desfiles y de la vida mundana”.
Kortajarena y Bucher trabajaron juntos con una idea clara: convertir los bungalós en una gran vivienda de aires orientales integrada con la naturaleza volcánica del paisaje. Querían seguir los principios wabi-sabi, la antigua filosofía japonesa que da cabida a lo imperfecto y lo incompleto en todo, desde la arquitectura hasta la cerámica y los arreglos florales.
Pero también querían que la casa respirara consonancia con la isla. José María Sánchez Pérez, uno de los arquitectos más conocidos de Lanzarote y colaborador habitual del artista lanzaroteño César Manrique, hizo de “mediador” y fusionó el orientalismo y el estilo canario en esta villa de 220 metros cuadrados y siete dormitorios.

César Manrique defendía la idea de que la arquitectura y el medio ambiente podían coexistir en armonía. El arquitecto Sánchez Pérez siguió ese principio en este proyecto. “La naturaleza tan sobrecogedora entra en la casa y la arquitectura de la casa sale a la naturaleza. Hay un diálogo entre uno y otro”, apunta el modelo. Y añade: “Es una casa bella, pero a la vez real. Acepta las imperfecciones. Las grietas están a la vista y no se disimula lo que puede parecer imperfecto. Vengo de una profesión en la que todo tiene que ser perfecto. Quería justo lo contrario para mi casa, quería que fuese honesta”.
Las paredes de cemento del interior están al desnudo, casi sin acabar. Son rugosas, lo que le da una dimensión táctil a la vivienda. Fue una decisión muy arriesgada porque todo deja huella en unos muros tan expuestos y vulnerables. “En este tipo de paredes, cada clavo que se quita deja una herida abierta. Por eso había que ser muy sobrios y evitar cualquier adorno innecesario o inútil”, señala Bucher. “Fue muy arriesgado, pero también muy acertado”, añade Kortajarena. “Es una casa que está viva. Las grietas están ahí por una razón”.

Durante el proceso se les reveló por sí misma la belleza de la mácula, del paso del tiempo y de la simplicidad. Los materiales de Casa Sua son nobles —hierro, madera, cristal, piedra, lino y cemento—, las líneas son rectas y masculinas y los colores son neutros. La casa es sobria y no acepta excesos. “Es un ejemplo de que la belleza y la crudeza no son incompatibles”, reflexiona Kortajarena.
Todo el frente es de cristal. La luz entra con prepotencia por los ventanales. La casa expone a sus huéspedes, pero a la vez los acoge y recoge. La vivienda tiene vistas al mar, al risco y al desierto, pero está aislada porque se encuentra dentro de un parque natural protegido. Se respira privacidad, hasta el punto de que el modelo se ha permitido el capricho de instalar una bañera redonda de metal forjado en el exterior, rodeado de una vegetación autóctona. Hay palmeras canarias, cactus y buganvillas.

El cuarto de baño de su dormitorio también está en el exterior. “Es mi rincón favorito, un espacio muy personal”, revela Kortajarena. La ducha de laja de piedra volcánica es un guiño al entorno natural de Famara. “Es un lujo poder ducharme prácticamente a la intemperie, rodeado de naturaleza. De día me baño bajo el sol y de noche bajo el cielo estrellado”, explica el modelo, consciente de que esta estancia no es apta para todo el mundo. “Cuando tengo huéspedes, hay gente a la que le encanta y hay gente que se siente muy expuesta. Te puedes sentir muy cómodo o muy incómodo. Me gusta eso. Me gusta que esta casa no sea para todo el mundo. Uno, como persona, tampoco es para todo el mundo”.
La desnudez funciona. El uso del espacio negativo —las áreas vacías que rodean los objetos en las habitaciones— y del claroscuro suman, enfatizan la belleza arquitectónica de la vivienda. Al igual que en los hogares tradicionales japoneses, aquí hay pocos objetos. Kortajarena decoró la casa con piezas que fue comprando en sus viajes por el mundo. Hay unos candelabros de Estambul, un sofá chaise longue de cuero verde de los años setenta que viene de Nueva York y un lavabo antiguo de Manhattan. No hay relojes, ni televisores ni nada electrónico que indique el paso del tiempo. “Para mí eso es un lujo”, dice. El ritmo del día lo marca la luz solar.

Una mesa de madera diseñada por el modelo preside un amplio comedor integrado con la cocina. “Mi cocina en Nueva York era de un metro cuadrado. No cocino nunca, pero aquí lo hago por el gusto de estar en esta habitación con vistas al mar”, explica. En la gran escalera exterior que conduce a la piscina hay dos esculturas de dragones chinos. Los animales mitológicos, la personificación del concepto del yang, de lo masculino, vigilan la propiedad. “Son dos antigüedades traídas de China. Son los únicos objetos que causan aceptación y rechazo entre mis huéspedes. Todos tienen algo que comentar sobre ellos. A mí me gustan porque hablan del fuego. Son un guiño a la isla y al nombre de la casa”, explica.
De día puede hacer mucho calor en un desierto. De noche, puede hacer frío. La diferencia de temperatura estética entre el exterior y el interior de esta casa es igual de abismal. El interior es fresco y austero e invita al descanso y la introspección. El exterior, en cambio, es cálido y vibrante e incita a recorrer la isla.

Kortajarena ha cambiado muy pocas cosas de su refugio en la última década. “No he sentido la necesidad de renovar nada”, apunta. “Eso es lo bonito de esta casa, ese es su gran éxito: no pasa de moda. Acepta las imperfecciones, se adapta a cada momento de la vida y te va acogiendo”. Casa Sua y su dueño envejecen muy bien.








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