Como por arte de birlibirloque, unos colorines por aquí, unas bicis por allá, un rascacielos emblemático en la plaza Skanderbeg, obras públicas frenéticas, desmesuradas, con siempre un matiz de horterismo ítalo, unas gotas de realismo mágico, conductores a la napolitana y atascos igualmente homéricos, y un presidente de Gobierno entusiasta de las maneras italianas, la Tirana gris y tenebrosa, hábitos medievales y arquitectura fascista, iglesias y mezquitas requisadas y convertidas en polideportivos, que imaginaba el mundo en los años de clausura leyendo a Ismail Kadaré, refulge y brilla, carteles rosas sobre el águila bicéfala negra de la bandera roja, que es verde en los semáforos.
Es el Giro que invade Albania en bicicleta, como las tropas de Mussolini en los años 30. Es Italia el modelo, la Italia de Meloni que exporta inmigrantes y refugiados y también su pasión ciclista. Y Albania será unos días la Italia de los Balcanes, promesas lejanas de entrada en la UE y castillos venecianos en sus playas. Y Tirana, una Roma ya con Papa y con ciclistas del Visma, abejitas amarillas, desafiando los atascos en bicicleta, arma de libertad, y riéndose de los inmovilizados, camino de Skanderbeg, escenario gigantesco, a la altura del gigantismo del espacio, convertido en discoteca, humos y haces de luces, en la que baila feliz Egan Bernal con su maravilloso maillot de campeón de Colombia, como el del Café de Colombia de Lucho Herrera, blanco con geométricos Andes tricolores estampados, doble amarillo, azul, rojo.
“Ay, Italia”, declara amoroso Edi Rama, socialista y gigantesco, más de dos metros, exjugador de baloncesto, exalcalde de la capital y primer ministro albanés desde 2013. “Cuando era muy joven, en el 91-92, cuando Albania se abrió, fui a París y el primer periódico extranjero que leí fue la Gazzetta dello Sport. Antes estábamos completamente aislados. Albania era como la Corea del Norte de Europa, el mar estaba vacío, no había nada que se moviera y la única forma de conectar con el otro mundo eran la radio o la televisión italiana. El deporte italiano, el fútbol, el baloncesto, el ciclismo, nos ayudó a ser siempre conscientes de que al otro lado del mar Adriático hay vida, hay otra vida. Era un mundo diferente y nos llenábamos con la ilusión de que quizás algún día podríamos irnos a otro sitio. A otro sitio de verdad”.
Sigue hablando Rama, más italiano que los italianos, zapatilla blancas, traje sin corbata, y emocionado, y saca pecho porque no tiene carnet de conducir, porque en la vida solo conduce su bicicleta. “Ver a Albania incluida en todo esto es como un cuento de hadas”, remacha. “Hablo de cosas que he vivido, hablo de cosas que he leído, que he oído, que parece que sucedieron hace siglos y solo dejaron de ocurrir hace 35 años”.
Hace 35 años el Giro lo ganó Gianni Bugno, rosa del primero al último día, y ahora periodista en moto en medio del pelotón para hablar las tres semanas de lo que toda la afición desea, del duelo por valles, montañas y cronos entre el viejo Primoz Roglic (35 años), mil heridas de batalla en su carrera, y el joven Juan Ayuso (22), la esperanza española para el Giro y más allá.
Ironías de la historia, el cuento de hadas del Giro en Albania parte el viernes del puerto de Durrës, del mismo muelle quizás del que en agosto del 91 zarpó el Vlora, carguero que llegó lleno de azúcar cubano y repartió secuestrado con 21.000 personas a bordo, albaneses que se habían creído el cuento de hadas de que Italia era el paraíso y cuando arribaron a Bari, 10 horas de travesía para 235 kilómetros de Adriático, descubrieron que en realidad, para ellos, como para todos los migrantes, era el infierno. Maltratados, apaleados, deportados, los mismos albaneses y sus hijos reciben ahora sonrientes en el puerto ferris de turistas italianos que saturan sus playas baratas. Y su punta de lanza cultural, los ciclistas del Giro.
Sin Tadej Pogacar, que todo lo transforma en un uno contra todos, en las carreteras albanesas (tres días: uno de contrarreloj, el sábado, y dos de carreteras variadas, viernes y domingo) y en las de la península transadriática (18 días, de Lecce, en la Apulia, al Valle de Aosta), se desplegará un abanico generacional único, representado por cuatro exganadores: Nairo Quintana, en el lejano 14; Richard Carapaz, en el 19; Egan, en el 21; Jay Hindley, en el 22, y, en su mismo Red Bull, atómico, el propio Roglic, el de las cuatro Vueltas, maglia rosa en el 23.
Con tanta experiencia rosácea entre los 184 participantes, conocido el recorrido y el historial de la carrera, el tacticismo extremo al que el calcio parece condenar a todo el made in Italia deportivo, a nadie extrañaría que en sus montañas se estampara el ciclismo loco agresivo de la generación pospandemia y tomara el poder el atentismo de la eficiencia: un solo golpe, lo más tarde posible, y basta, perfeccionado por Roglic en su victoria sobre Geraint Thomas en 2023 (hasta el último kilómetro de la última etapa verdadera no se movió el esloveno) y puesto en práctica antes que él por Nairo, Carapaz, Bernal y hasta Hindley, quien se libró de Landa y Carapaz, siempre pegados los tres, en el último kilómetro de la última ascensión, la Marmolada, del Giro del 22. El diseño de la carrera, con toda la gran montaña apelotonada en los últimos días después de jornadas de diversión por las strade bianche de Siena o la contrarreloj de Pisa, también anima a este desarrollo.
Algo así se espera Ayuso, quien con Roglic y su estilo ya se las vio (y perdió) en la reciente Volta a Catalunya. Y habla del equipo, del UAE de todas las maravillas, en el que, como él, debuta Igor Arrieta (22 años) 32 años después de que su padre debutara (a los 21) en el Giro para ayudar a ganar a Miguel Indurain. Y también estarán Adam Yates, Isaac del Toro fabuloso, Brandon McNulty, Rafal Majka sabio… “Roglic es el favorito, pero sin duda somos el equipo más fuerte de la carrera y aspiramos a lo máximo, que es ganar”, dice Ayuso, que llega a Albania directamente desde Sierra Nevada (como Landa también, como tantos), y con el ánimo por las nubes después de un inicio de temporada casi inmaculado (victoria en dos de un día y en la Tirreno; segundo puesto en la Volta…). “Es el año que más carreras he ganado y solo estamos en abril. En este Giro que tiene muchas etapas con mucha dureza en el principio y a mitad de la etapa y luego la última parte es llana o puertos un poco menos duros, tener un buen equipo para que ellos puedan correr por delante, y luego si tú arrancas ellos estén esperándote, es muy importante”.
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