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Brasil fue el último país de América en abolir la esclavitud, el 13 de mayo de 1888. En esa misma fecha del año siguiente, la comunidad negra de Santo Amaro da Purificação, una pequeña localidad del Estado de Bahía, lo celebró de una forma alegre y valiente: sacando a la calle sus fiestas religiosas, hasta entonces relegadas a la clandestinidad. Esa celebración, el ‘Bembé do Mercado’ es la única de su tipología que sobrevive en Brasil. En los últimos años, ha ido transitando de la marginalidad a un reconocimiento que ya llama a las puertas de la Unesco.

Celebración del éxito tras la entrega de las ofrendas al mar.

Para el fotógrafo y artista visual Roque Boa Morte, los recuerdos de la fiesta se remontan a su infancia, cuando su madrina le llevaba de la mano, y él se perdía entre las enormes y blanquísimas faldas engomadas de las baianas de los terreiros de candomblé, los centros de culto de la religión afrobrasileña predominante en la zona. Hasta los años 50, apenas había registros fotográficos de la fiesta y, cuando empezó a haberlos, estaban marcados por una mirada que buscaba lo exótico, el folclore, y se quedaba en la superficie, comenta Boa Morte en conversación telefónica. Después de cinco años de trabajo y esfuerzos para quitarse de encima una formación “eurocéntrica”, Boa Morte ha construido un archivo de más de 9.000 imágenes, que formarán parte del Museo Afrodigital de la Memoria Afrodiaspórica, vinculado a la Universidad Federal de Bahía.

El Bembé do Mercado fue impulsado por João de Obá, un exesclavizado de origen malé (como se designaba a los africanos de origen musulmán), pero que también practicaba el candomblé. Con el tiempo, su decisión de celebrar en la calle la abolición de la esclavitud y poner en valor la lucha de los negros por la libertad, se convirtió en un grito que encaraba el relato oficial: durante muchos años, los libros de Historia han obviado la lucha del movimiento negro y solían dar todo el protagonismo a la princesa Isabel, hija del emperador Pedro II, que fue quien firmó la tardía y escueta ‘Ley Áurea’, apenas una frase con la que se acabó con casi 400 años de esclavitud.

La danza para Yansã con Mãe Miroca e Júnior de Odé.

A día de hoy, el Bembé es una frondosa representación de la cultura y resistencia negra: además de los líderes religiosos, participan bailarines de samba de roda y maculelê, capoeiristas y otros colectivos, como el Nego Fugido y sus centenarias representaciones teatrales, que reviven la lucha de los esclavizados. El Bembé cuenta con la participación de más de 60 terreiros de la zona, dura varios días y tiene su punto álgido en el xirê, el ritual en que se realizan los cánticos y danzas sagradas en homenaje a los orixás, en particular a Xangô, el dios yoruba de la justicia. Tras la fiesta, en la plaza del mercado de Santo Amaro, se inicia un desfile por las calles de la ciudad hasta una playa cercana, donde los fieles y los pescadores se unen para entregar una ofrenda al mar, en agradecimiento a las divinidades de las aguas, Oxum y Yemanjá.

Pai Pote lleva una ofrenda para el orixá Exú.

El administrador de la fiesta desde hace años es José Raimundo Chaves, más conocido como el babalorixá (sacerdote) Pai Pote. Cuenta por teléfono que está encantado de que un hijo de la ciudad se haya convertido en el gran embajador de la celebración: “Ves las fotografías y ves el sufrimiento, la alegría, el trabajo que hay detrás… La investigación de Roque es importantísima, pone en valor a todo el pueblo negro y el legado de Santo Amaro”, dice orgulloso. Parte de esas fotografías se pueden ver estos días en la muestra A festa dos olhos do Rei, justo en la plaza del mercado donde sucede todo. El fotógrafo cuenta que para realizarlas, se sumergió en la metodología andina ch’ixi, que propone una visión no dicotómica para descolonizar la mirada. “Se busca un proceso de empatía con la persona que está siendo retratada. A veces, no fotografiar es un acto de levantarse contra esa furia de las imágenes”, dice Boa Morte, que lamenta el proceso “prácticamente de expolio” de las nubes de decenas de fotógrafos de fuera de la ciudad que llegan a la fiesta cada año.

Cómo conciliar el creciente interés con la preservación del misticismo de la fiesta es uno de los dilemas a los que se enfrenta el Bembé en estos momentos, aunque una de las vías más factibles quizá sea dejar que sean sus vecinos quienes la cuenten. Además del trabajo de Boa Morte, el Bembé de este año también acogió el estreno de un documental sobre el Pai Pote, (’Pai Pote, o filho de Ogun’), dirigido por Laís Lima y producido por Nathália Ribeiro, otras dos santamarenses. La visibilidad a nivel nacional dará un salto de escala a partir de febrero del año que viene, cuando la celebración abolicionista será la homenajeada en los monumentales desfiles del carnaval de Río de Janeiro, por parte de la escuela de samba de Beija-Flor.

Barco volviendo tras realizar la ofrenda a Yemanjá.

En la localidad, famosa en Brasil por ser la patria de Caetano Veloso y Maria Bethânia, el momento se vive con orgullo, pero también con algo de recelo. Boa Morte asume que a mayor divulgación, mayores son los riesgos, pero ve difícil que el Bembé, una celebración curtida en la resistencia y que aún sufre con la intolerancia (sobre todo de fundamentalistas evangélicos) sucumba a las mieles del éxito: “Lo importante siempre existirá. Lo que hay de esencial de magia, de macumba, no es visible a todo el mundo”, dice Boa Morte. No es una forma de hablar. Se refiere a uno de los momentos más conocidos y al mismo tiempo más crípticos de la celebración: en los días previos, los líderes religiosos invocan a Exú (el orixá protector de los caminos y encrucijadas) para “bloquear” los accesos a la ciudad, para que no haya problemas y para que durante la fiesta los feligreses no incorporen espíritus. En su momento fue un mecanismo para garantizar la integridad física ante las miradas intolerantes. La posibilidad de ver negros en trance en plaza pública era algo inimaginable. Entre esas 9.000 imágenes de Boa Morte, que ahora están a disposición de los estudiosos, no hay ninguna que retrate ese u momentos especialmente sensibles. “Hay no sé cuántas imágenes que he captado, e infinitas fotografías que no hice y que están en mi cabeza. Hay cosas que no están ahí para ser registradas”, dice convencido.



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