Ascendiendo Sierra Nevada en bicicleta, Juan Ayuso lanza una bola de nieve y golpea en la espalda a su compañero de entrenamiento y concentración, Igor Arrieta, que se parte de risa. Así, con alegría y bromas, se preparan para el Giro los dos ciclistas españoles del UAE, y así lo contemplan millones de aficionados, vídeo viral en Instagram.

“Las redes sociales han cambiado radicalmente lo que supone ser un deportista de élite. Antes, el proceso de entrenamiento era duro sin recompensas, se desarrollaba a la sombra. Las carreras eran la oportunidad para alcanzar la recompensa de ser vistos, mostrarse”, escribe en sus redes el fisiólogo y entrenador Aitor Viribay. “Ahora, el entrenamiento encuentra recompensa a diario a través de las interacciones en las redes. Las carreras exponen al deportista a una recompensa improbable”.

Viribay, que trabajó unos años como nutricionista en el Ineos, sabe de qué habla, y teme la paradoja. “Antes, el entrenamiento era el proceso duro. Los atletas eran admirados por lo mucho que entrenaban. Ahora, entrenar mola. Cualquiera quiere empaparse con el estilo de vida del ciclista, especialmente si los social media te recompensan cada día”, añade Viribay, en referencia a cómo el aficionado valora los KOM y otras hazañas de los corredores que conoce vía Strava. “Las carreras, sin embargo, requieren un esfuerzo real, pero la recompensa es bastante improbable. ¿Cómo asimilamos esto?”

El ciclismo ya no es lo que era. Tampoco los ciclistas.

“Cogí un bloque de hielo casi más que de nieve y se lo tiré a Igor pensando que no le iba a dar, claro, porque tengo muy mala puntería, y cuando le di nos echamos a reír como niños”. Como Arrieta, y como él brilló en sus años júnior, Ayuso tiene 22 años. “Pasamos tantas horas en un hotel en altura que tenemos que buscar esos momentos, Los días de descanso tenemos aquí futbolín y billar, y eso está muy bien, porque crea buen ambiente y crea grupo. Es importante tener esa amistad para estar unidos luego, en el Giro, cuando empiecen de verdad los problemas”. En el Giro, a partir del viernes, Ayuso será jefe; Arrieta, currante.

Tampoco la vida de los ciclistas es la misma. Si el ciclismo de la pasada década se definió como el del ahorro de glucógeno y la eficiencia metabólica, el de estos años pospandemia se caracteriza por unos vatios monstruosos impulsados por una sobredosis de carbohidratos que proporcionan energía. Los equipos y sus entrenadores buscan controlar cualquier detalle. Los corredores pesan al gramo lo que comen, la proporción lípidos, glúcidos, prótidos, y se rigen por la ley ‘menos competición, más entrenamiento’: más concentraciones con el equipo y estancias en altura. El ciclista ya no pasa el tiempo en su pueblo con sus padres o con su pareja recorriendo las carreteras de toda la vida y hablando con sus amigos de siempre. Ahora se tiene que ir a vivir a Andorra, enfrentarse a los problemas de la conciliación familiar, olvidarse de sus raíces, alquilarse un apartamento en la costa para los meses de verano y pasar más noches compartiendo habitación con compañeros ciclistas en Sierra Nevada o en el Teide que con sus parejas o en soledad, y no pueden ver crecer a ojos vistas a sus hijos. Un protocolo que como todos los protocolos, escudo desmotivador de malos gestores, ordena procedimientos que parecen absurdos, como que nativos de la altura, como el colombiano Diego Pescador, del Movistar, no pueda volver a su país a entrenar, sino que deba concentrarse en Sierra Nevada. Ya hasta en su pueblo solo les conocen por las redes.

La planificación de los ciclistas del UAE se resume este año, grosso modo, en 60-70 días de carrera, más los días de traslado para competir, 15 días en diciembre y otros 15 en enero concentrados en sitios con buen tiempo (Calpe y Benidorm), y otros 30 de altitud en dos bloques: 180 días fuera de casa como mínimo, y eso si por su cuenta los corredores no añaden más. “Comparando con los tiempos de mi padre, seguro que ha cambiado muchísimo el tiempo que estás fuera, pero como es lo que me ha tocado vivir y a lo que me he acostumbrado, no pienso en cómo sería antes sino en vivir en la época que me ha tocado”, explica Igor Arrieta, hijo de José Luis, ciclista en el Banesto y en el Ag2r largos años, tiempos en los que veía a sus hijos crecer y jugar en su casa de Uharte-Arakil. “Hay momentos, pues, sobre todo ya cuando va pasando la temporada, que se hace más duro el estar tanto tiempo fuera de casa o sin la familia o la novia, pero, eso, son momentos que al final sé que se pasan”. Su padre, ahora director en el Ag2r, ver al hijo solamente en las carreras, pero asume la circunstancia como necesaria. “No lo veo tan diferente, aunque ahora todo está más medido. Programado. Lo de tener un hijo viene cuando viene y cuando las circunstancias lo permiten”, explica José Luis, que tenía 31 años cuando nació Igor, y estaba en lo más denso de su carrera. “Ahora, por lo menos, algunos equipos, como el Visma, buscan favorecer la conciliación y permiten a las mujeres e hijos asistir a las concentraciones. Y, de todas formas, antes teníamos 100 días de competición, ahora son 60-70. Hay que buscar el equilibrio pensando en ganar tranquilidad para el futuro. Es una elección que haces”.

Laura, la novia de Ayuso, también acompañó al ciclista durante su concentración en Sierra Nevada, y Trufa, su inseparable teckel, pero Jonas Vingegaard, el líder del Visma, equipo heraldo de los nuevos tiempos, eligió este invierno quedarse en casa con su familia, mujer y dos hijos, en Dinamarca en vez de concentrarse con familia y equipo en el tedioso parador del Teide, situado en medio de la nada, donde los ciclistas viven vida de cartujos. “Así llegaré más fresco al Tour, aunque no haga altura”, explicó el danés que volverá a pelear por el Tour con Pogacar. Su voz es la de los veteranos que ya conocen el percal, y les cansa. Como Mikel Landa.

“El ciclismo cambia pero alguno seguimos igual. ¡Por suerte!”, dice el vasco, de 35 años, que lidera al Soudal en el Giro, su carrera del alma, y recuerda que cuando él pasó a profesional con el Euskaltel hace 20 años hizo su primera concentración en altura en su tercer año, antes de correr su primera Vuelta, mientras que este año ha hecho 10-15 días en diciembre en la zona de Benidorm, otros 10-15 días en enero y luego concentraciones en altura, una antes de empezar la temporada y luego otra de 15 días un poquito antes del Giro. “E incluso este año también me animo a hacer otra antes del Tour. Se ha profesionalizado un poquito más y ahora hay gente joven con muchísima ambición, dispuesta a renunciar a muchas más cosas. Realmente no sé por qué, quizás por esa ambición o por esa libertad en casa que quizás antes no teníamos. Era impensable dejar de estudiar por irte a altura o ir a entrenar al sur de España para quitarte del invierno. Y la ambición que traen los jóvenes o gente que quizás ha visto que no tiene el motor que puede tener un campeón, pero mejorando otros aspectos como la aerodinámica, la nutrición, haciendo más altura, puede estar a su nivel en ciertas partes de la temporada, ha hecho que todo el mundo se tome esto muchísimo más en serio y renuncie a otra vida”.

Pablo Torres, en la acera de su casa, en Vicálvaro.

Como los futbolistas para quienes su familia es el vestuario, casi desde su más tierna infancia los ciclistas viven ahora en la burbuja de un equipo. Como Pablo Torres, madrileño de Vicálvaro que aún no ha cumplido 20 años y vive su primer año en el WorldTour, también en el UAE. “El año pasado, como sub-23, tuve 52 días de competición, y más días de concentración, ocho semanas. Fueron dos concentraciones en altura y una fue prácticamente tres semanas e igual un poco más, pero estuve prácticamente fuera un mes entero y una semana del siguiente mes, junio, porque era para el Giro Next Gen. Cuatro días antes de correr el Giro sub-23 bajamos a Aosta, que era donde empezaba. Y luego, en agosto, para el Tour del Porvenir hice otras tres semanas antes en altura. Y ahí ya estaba yo solo, sin el equipo, y luego volví a casa cuatro días antes y otra vez viajé para el Tour del Porvenir”, resume su agenda Torres, uno de los españoles con más futuro. Quedó segundo tanto en el Giro baby como en el Porvenir, donde ganó la etapa reina batiendo el récord de ascensión al Colle delle Finestre que Landa había puesto en el mapa del ciclismo machacando a Contador en el Giro de 2015. “Y a esto hay que sumarle más o menos 40 días de viajes y de previas de las carreras”.

Para Torres, que aparcó la carrera universitaria para ser profesional, la nueva vida de ciclista es un descubrimiento, una aventura, ojos abiertos a una nueva vida que empieza. “Lo de estar fuera de casa lo llevo bastante bien porque acabo de empezar. Todo nuevo, me llama la atención y me parece divertido”, desgrana. “Además puedo estar viajando, conocer gente nueva, y eso está muy bien, pero cuando estás tanto tiempo fuera de casa sí que echas de menos a tu familia, o estar en casa tranquilamente haciendo lo que te apetezca. En las que estás con el equipo lo superas bien, pero más duro es estar solo, como estuve antes del Porvenir en el Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada. Allí, después de entrenar, la mayoría del tiempo lo pasaba en la habitación viendo series, aburrido, sin nadie con quien pasar el tiempo”.

Landa ha sido aldeano de toda la vida, en su Murgia, con su cuadrilla y sus fiestas, y pasados los 30, y con dos hijos, se ve arrastrado por un nuevo torbellino. “Tener que salir fuera forma parte del ciclismo ya, y te vas adaptando poco a poco”, dice. “Yo quizás antes de tener a los críos, pues no me costaba nada cerrar la maleta y marchar. Ahora, marchar tampoco me cuesta, pero cuando llevo una semana fuera, ya empiezo a notar que me falta alguien. Cuesta, cuesta. En ciertos momentos, cuando las cosas no van bien, tanto sacrificio a veces te hace hacerte la pregunta, la famosa pregunta, ¿merece la pena?”.



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