No hay porrazo que noquee a este Barça, capaz de eregirse cuando nadie lo espera, de competir hasta el final y de llevar al Mónaco al quinto partido, el martes a las 19.00 en el Principado, en la pugna por entrar en la Final Four. De dos duelos abajo a empate, de dar por seguro su adiós a soñar con regresar a la élite. Palabra y manos, esta vez, de Parker y Brizuela.

Ya sin fútbol de por medio, sin un Barça-Inter que tantas miradas y aficionados atrajo, el Palau volvió a ser La Galia, donde no se negocia con el aliento a los suyos, siempre fogoso, siempre todos a una. El chup-chup azulgrana para que los monegascos no encontraran en el Palau un atisbo de amabilidad que se le negó al Barça en su pabellón, donde la afición se deleita del baloncesto al límite del reglamento que practican los hombres de Spanoulis. Físico y provocación por bandera, también un baloncesto a la velocidad de la luz. Mejunje que se le indigestó al Barça en los dos primeros duelos y que logró revertir en el tercero. Pero quedaba mucho.

Y eso pasaba por el Palau, donde, vista la agresividad rival, Joan Peñarroya puso de inmediato a Willy Hernangómez —replicó Fall con una sonrisa socarrona—, más cómodo sacando al contrario de la zona. Blosomgame falló un mate y se comió un pick&roll de Punter, el Barça jugando a lo suyo y no a lo que quería el contrario como antaño. Un guiño a sus jugadores, que respondieron con el baloncesto al abordaje que tanto les gusta, puntos, eclosión y show abanderado por Parker con tres triples de carrerilla y un cuarto (23-14) que aclaraba que el Barça no se rinde.

Hay señales que abocan a un equipo a la penumbra, contrariedades que desfiguran los ánimos. Y una bolsa de hielo en la muñeca de Mike James era la perdición para el Mónaco, que perdía por momentos a su director de orquesta y guindilla, al jugador que dice presente en cualquier situación. Su inmediato regreso a la cancha, sin embargo, se entendió como el descanso del guerrero, contagio de nuevos bríos para los monegascos. Un mazazo para los azulgrana, que donde veían rosas encontraron espinas, tiros torcidos, balones perdidos, aro chico y fatalidad solo maquillada por Brizuela y sus triples. Lo felizmente ganado, perdido con crueldad, 35-38 al descanso. “Cuando juegas contra rivales que están por encima del reglamento, es difícil”, lamentó de camino al camerino Brizuela, caliente como el Palau. Pero eso no escondía que el Barça, de nuevo, había caído en la trampa.

Aunque se aplicó el Barça más en defensa en la reanudación, se enredó de mala manera en el rebote defensivo; tara que no caduca y que dio alas al Mónaco, a James y a Strazel, baloncesto dinámico. Pero este Barça saca luz en la negrura, ahora con Punter de líder, versión del que quiere los focos y los lanzamientos. Un arreón que le permitió alcanzar el último capítulo con vida (58-58), con la continuidad europea en juego.

Era el momento de la verdad, de muñeca firme, corazón caliente y cabeza fría. Y Brizuela, que se ha hecho mayor en el Barça, menudo estirón el suyo, levantó la mano, puro carácter, canasta y tres personales provocadas, brazos arriba para encender al Palau y, de paso, descomponer en parte al Mónaco. Diallo, desde el otro lado de la red, protestaba con personalidad y puntos, no fuera a ser que el Barça tuviera un cuarto plácido. Pero quedaba más Parker, que se había ido para volver —“Miramos a Jabari si está solo”, indicó Peñarroya en un tiempo muerto—, que disfruta como pocos con la presión. Suficiente para desnucar al Mónaco y llevar la eliminatoria al quinto duelo, para tratar de emular al Madrid ante el Partizán en 2023, único en levantar un 2-0 en contra en la competición. Montecarlo les aguarda.



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