“¿Nervioso? No. Va a ser una etapa de a ver quién llega más entero. Durísima. Con una media de vatios altísima”. José Luis Arrieta, exciclista, capitán de ruta con Indurain, 15 años de director, no pierde detalle de la pantalla del Giro, que llena su hijo Igor, debutante en una grande a los 22 años. Arropa a Juan Ayuso, se entretiene con él, le arropa en la cama y juega con bolas de nieve en Sierra Nevada, y entra a puro huevo en la gran fuga de Las Marcas por los montes Sibilinos, carretera de muros y gran fatiga —50 por hora la primera hora desde el Adriático hacia el interior, carreteras que son toboganes, bosques oscuros, casi tétricos, y su luz. Una etapa para pícaros. O para bárbaros, como el ganador en Castelraimondo, el australiano de Melbourne Luke Plapp, fino estilista nacido el día de Navidad del año 2000, contrarrelojista que no mide y fuerza bruta, no mucha cabeza, en sus pedaladas. Ni mucha expresividad en su boca. Cuando gana solo sabe repetir una palabra. “Crazy, crazy, crazy”, qué burrada, qué burrada, repite a sus masajistas, a sus mecánicos, a los periodistas, al director que se quita el sombrero delante de él.
Plapp supera todos los filtros que hacen menguar la fuga y a 45 kilómetros de la meta la fuga de 20 se queda en uno, en él. Entre todos ellos, veteranos como Bardet, ganadores natos como Ulissi, trabajadores abnegados como Kelderman, Igor, un niño entre adultos, derrocha sus muchas fuerzas, aprende y pierde. Como su padre intuía, no llega entero al último muro, el de Gaglione, donde dobla definitivamente la rodilla. Termina cuarto. Detrás de ellos, a media docena de minutos durante casi toda la etapa, su UAE y el Red Bull de Primoz Roglic, tímido de rosa, juegan al mus al frente del pelotón. Tiran unos, se esconden los otros, amagan, responden. El Red Bull fuerza marcha lenta para que uno de la fuga, o Ulissi o Fortunato, los dos mejor clasificados, prendan la maglia rosa, pesada en sus espaldas. El UAE parece querer contrariarle al esloveno que se refugia en su vejez –35 años y siete meses—cuando se le reprochan errores, y acelera, como para impedir que se desvista de líder. Finalmente, por solo 17s, se hace con la rosa, y las espinas, Diego Ulissi, que ha ganado ya ocho etapas en el Giro, y la primera en el lejano 2011 de Alberto Contador como doliente recuerda Pablo Lastras, segundo entonces, pero ha debido esperar a cumplir 35 años para culminar uno de los sueños que anima a todos los ciclistas italianos, vestir de rosa en su Giro.
Y pese a que no haga más que repetir que nunca se sabe cuándo volverá a vestir de rosa, es la segunda vez en ocho días que Roglic cede el liderato. El Giro que ganó, el de 2023, Roglic solo vistió de rosa un día, el día que importaba, el último. El Giro que perdió, el de 2019, fue líder los primeros cinco días. Cedió la maglia en una etapa de larga fuga y no volvió a vestirla.
Todos piensan en el domingo, en la ofensiva del Lidl de Pedersen y Vacek que despedazará al pelotón en la temida por peligrosa escala en Toscana por las strade bianche de Siena y la subida por la cuesta de Santa Catalina a la plaza del Campo donde los barrios locales batallan a caballo por el Palio, donde en bicicleta pelearán por la rosa ciclistas de todo el mundo. También un español, Juan Ayuso, que, por puro instinto, por necesidad quizás de no dejar tranquilo en ningún momento al Roglic amante de la calma, esprinta lejano en el repecho final de Castelraimondo, un derroche de vatios premiado con 1s de ventaja y un sofocón inesperado de su rival, y su corazón a 200. Ayuso ya está a 3s en la general y confiesa su nerviosismo por la etapa del sterrato, un terreno en el que apenas tiene experiencia. “Será un día de mucha tensión el domingo”, advierte el líder del UAE, de 22 años. “Por una avería, por un error tonto, por cualquier detalle, se puede echar a perder el trabajo de muchos meses”. Roglic tiene más experiencia en los caminos de polvo, al menos sobre el papel. Ha corrido tres strade, de 2016 a 2017, cuando aún era un bicho raro en el ciclismo, un saltador de esquí que apenas sabía montar en bicicleta, y nunca disfrutó de los caminos, los oteros y los cipreses de raíces verticales como mayordomos, erectos rectos, en las cunetas.
Comentarios