En Chiclayo, la diócesis del norte de Perú en la que León XIV fue en su día obispo, hay un viejo sacerdote dudando de cómo dirigirse por WhatsApp a un papa. Y eso que no ha dejado de intercambiar mensajes con Robert Prevost desde que lo nombraron prelado, en 2015. Pedro Vásquez, cura diocesano de 82 años y uno de los amigos íntimos del ahora Pontífice, se quedó de una pieza cuando este jueves vio aparecer a su antiguo obispo por el balcón central de la basílica de San Pedro. Pero cree que ya apuntaba maneras. “Cuando lo hicieron cardenal, en 2023, bromeé con él por WhatsApp: ‘Es una señal que ha dado el Papa para que luego seas otra cosa’. Y él me contestó: ‘¡Ni se te ocurra!”. Desde Chiclayo, por teléfono, asegura nervioso que le va a escribir enseguida: “Hemos dejado de intercambiar mensajes desde antes del cónclave. Como tenía que estar incomunicado, no he querido fastidiarlo. Ahora dudo en cómo debo dirigirme a él cuando le escriba de nuevo para felicitarlo: ¿Robert?, ¿Santo Padre?”.

Personas cercanas al ahora Papa en su larga etapa peruana aseveran a este diario que la nueva cabeza de la Iglesia católica acudía a Vásquez a pedirle consejo espiritual. “Hubo un clic entre nosotros desde el primer momento”, afirma el párroco retirado, que se reconoce como una especie de “hermano mayor” —tiene 12 años más que Prevost— y cuenta que lloró “como una Magdalena” cuando el pasado jueves lo vio vestido con la muceta roja sobre los hombros.

También se fijó en que al nuevo Papa se le habían humedecido los ojos detrás de las gafas mientras miraba a decenas de miles de feligreses que atestaban la plaza de San Pedro. Pero a Vásquez no le extrañó. “Yo lo he visto llorar aquí”, recuerda. Le habían hecho “una jugada fea” al poco de llegar al norte peruano. De lo que afligía al entonces monseñor Prevost el veterano religioso no quiere dar más detalles, pero en todo caso fue mucho antes de que se lo acusara de encubrir abusos de sacerdotes, algo que luego quedó desacreditado. “Con este asunto no solo no lloró, muy al contrario. Es suavecito, pero cuando toca ponerse serio, saca la garra”. También es “estudioso, intelectual, pero también muy práctico” y, al menos en su larga etapa peruana, no se le caían los anillos. “Cuando terminaba de comer, llevaba su plato a la cocina; cuando estábamos encerrados en pandemia, él cocinaba”, ilustra el sacerdote.

Prevost, estadounidense y además peruano por elección, le habló a Vásquez de los orígenes hispanos de su madre, con raíces familiares en Ecuador y otras, más antiguas, en España. “Como Francisco, su prioridad será la inmigración”, asegura. No se anda con chiquitas en esa cuestión: “En el primer mandato de Trump, con su política de separación de familias de inmigrantes en 2018, se pronunció muy fuerte contra el presidente de EE UU. ‘¿Cómo es posible que se separen a las madres de sus hijos?’, se preguntaba indignado”. Pero el religioso peruano también augura que su amigo impulsará cambios hacia dentro de la Iglesia, como en la formación de los sacerdotes, otro tema que le inquietaba. “Quiere que en los seminarios se enseñe no una teología doctrinal y desde arriba, sino de ‘Dios con nosotros’. Es agustino, y seguirá aquello de San Agustín de que la Iglesia se tiene que reformar siempre”.

Por qué no hay monaguillas

Aprobaba sin dudarlo el acercamiento de Francisco a otras religiones bajo el paraguas del famoso “todos, todos, todos” del argentino. Y cree que un gesto “chiquito” de los años peruanos de León XIV puede ser indicativo de su práctica con respecto a las mujeres ahora que es Papa. “Cuando llegó dijo que por qué los monaguillos de las parroquias tenían que ser varones. Abrió las puertas a que hubiera monaguillas”, dice Vásquez, aunque lamenta que hoy siguen siendo la excepción en la diócesis.

Bergoglio fue el mentor de Prevost y ahora seguirá siendo su guía. “No se ha llamado ‘Francisco II’ por no molestar a los cardenales conservadores”, asegura rotundo el cura. Pero el penúltimo papa tampoco se lo puso fácil. “Le asignó una labor complicada al llegar a Chiclayo. Aquí, la Iglesia está polarizada entre más partidarios de la teología de la liberación y más tradicionalistas. Prevost tiene buena muñeca para manejar cosas complicadas: es sencillo, pero tiene la mano firme”.

Lo recuerda fajándose en otros momentos complicados, como en pandemia. “No había equipos de oxígeno en la zona. Consiguió personalmente y en apenas una semana que en Chiclayo Cáritas instalara dos plantas con máquinas y otra en una pequeña parroquia fuera”. También con el ciclón Yaku, que devastó el norte de Perú hace dos años. “Se calzó las botas como un campesino más, se enfangó y llevó ayuda en persona a muchos afectados”. Y, de nuevo, con los inmigrantes. “A esta zona llegaron entre 50.000 y 80.000 emigrantes venezolanos que huían de su país. Recorrían la [carretera] Panamericana desnutridos, deshidratados. Prevost dio una respuesta muy rápida, dándoles provisiones. Y de ahí cuajó una Comisión de Movilidad Humana y Trata de Personas para abordar algunos de los problemas que en esta región no se han superado, como la prostitución y la explotación infantil”.

Si carácter es destino, este podría ser el de la nueva Iglesia: “Tiene una manera de ser reservada, pero eso no significa que sea tímido. Le gusta conversar, pero escucha más que habla. Y, cuando tiene que entrar, entra a fondo en las cuestiones. Se ha recorrido de punta a cabo la diócesis: cuando menos se lo esperaba, se presentaba por sorpresa en las parroquias”.



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