Se los llama arbolitos porque venden y compran verdes (dólares) y acostumbran a estar de pie en medio de la calle de Florida, la peatonal más popular de Buenos Aires. Herederos del voceador que ofrecía a grito pelado el periódico de la tarde, en esta versión financiera avanzan sobre sus víctimas con sutil “cambio, cambio” lanzado al aire sin destinatario aparente. Caminar por Florida suele ser una tarea ardua. Si se está vestido de turista —difícil escapar al tópico— habrá que soportar el acoso de decenas de estos personajes tan porteños. Si se es local, los arbolitos tendrán algo más de piedad, solo por resultar uno mucho menos apetitoso. La estrategia es no cruzar miradas y seguir de largo como afectado por la sordera. Solo así se podrá escapar indemne de los arbolitos, la cara más visible del eterno descalabro económico argentino.

El mercado de divisas por fuera de los circuitos legales tiene en Argentina casi un siglo de historia. Ante la escasez de dólares en el Banco Central, el Gobierno de turno fija un tipo de cambio “oficial”, destinado al comercio exterior, y restringe al máximo el acceso de la divisa a los ahorristas. El efecto inmediato es la aparición de un mercado paralelo, negro o blue, según las denominaciones del momento, donde el dólar flota libremente al ritmo de la oferta y la demanda. Estos intercambios sin control estatal se alimentan de dinero no declarado, propiedad en su mayor parte de pequeños ahorradores que guardan el fruto de su esfuerzo “bajo el colchón”, de tan desconfiados que son del sistema bancario tradicional. Con la aparición del mercado negro aparece la “brecha”, que es la diferencia entre las cotizaciones del dólar oficial y el negro. En los momentos de crisis grave, la brecha supera con facilidad el 100%.

Los arbolitos vivieron sus mejores años a partir de la implementación del llamado “cepo” cambiario durante la presidencia de Cristina Kirchner (2007-2015). Mauricio Macri lo levantó en 2016 y volvió a poner en 2019, meses antes de entregar el poder en medio de una grave económica. Cuando el negocio anda bien, se pueden contar hasta una treintena de arbolitos entre esquina y esquina de la calle de Florida. Son la cara visible de una estructura más compleja. La operación de compra y venta no se hace en la calle: el cliente será conducido por el arbolito hasta una “cueva”, que puede ser desde una lujosa oficina hasta el fondo de una tienda de venta de golosinas.

Mesas de dinero

El tipo de cambio no lo pone el arbolito, sino un operador que está detrás, en alguna de las “mesas de dinero” que mueven la plata que alimenta el sistema negro. Muchas veces hay financieras legales detrás de esas operaciones que usan a los arbolitos para atraer a clientes. Los montos son en general muy pequeños, de unos pocos cientos de dólares. Las operaciones grandes van por otro lado y prescinden de estos profesionales del menudeo. Los arbolitos son un refugio para ahorradores y turistas que no quieren regalar sus dólares a la cotización oficial. Pero tienen otra función capital: sirven para que el argentino de a pie, ya muy entrenado en estas lides, pueda estimar con cierto grado de efectividad la salud del sistema cambiario. Cuando hay más cepo, florecen; cuando se afloja el cepo, pierden su razón de ser y se marchitan.

El Gobierno de Javier Milei acordó hace tres semanas un rescate de 20.000 millones de dólares del FMI y, fortalecidas las reservas internacionales, anunció un levantamiento parcial del cepo. Las personas físicas pueden ahora comprar y vender dólares libremente a un precio establecido entre los 1.000 y los 1.400 pesos —por debajo de esa línea, el Banco Central compra divisas; por encima, las vende—. El debut de Milei sin cepo no estuvo nada mal. El peso contradijo los vaticinios de depreciación y el tipo de cambio se mantuvo sin sufrir dentro de la línea de flotación establecida por el Gobierno, más cerca del piso que del techo. El éxito de la estrategia oficial fue un disparo directo a los arbolitos, que prácticamente desaparecieron de la calle de Florida. Los más pesimistas dicen que es solo cuestión de tiempo para que regresen. Milei, en cambio, trata de “mandriles” a los agoreros de la derrota y asegura que “esta vez será distinto”.

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