El país del viento se repiensa su negativa histórica a la energía nuclear. Dinamarca, uno de los líderes europeos en la adopción de energías renovables, se plantea poner fin a la prohibición que pesa sobre esta tecnología desde hace cuatro décadas. El Gobierno del país nórdico ha anunciado esta semana que estudiará, durante aproximadamente un año, las posibilidades, el potencial y los riesgos de incorporar la energía nuclear como complemento a la eólica y la solar.
Dinamarca, cuna de la energía eólica marina, es el miembro de la Unión Europea que cubre un porcentaje mayor de su demanda de electricidad con renovables: un 88,4% el año pasado, según los datos de la agencia estadística comunitaria, Eurostat. Es, además, la nación rica en el que la eólica tiene un mayor peso en su matriz, según los datos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE): el viento cubrió el año pasado casi el 60% del consumo interno. De esa cifra, casi la mitad provino de parques anclados al lecho del mar del Norte, una tecnología que no ha dejado de crecer en los últimos años en la Europa septentrional.
El veto que Dinamarca impuso a la energía nuclear en 1985 —un año antes del desastre de Chernóbil (Ucrania), un accidente que se produjo a poco más de 1.000 kilómetros en línea recta desde Copenhague y que supuso un auténtico shock social en toda Europa— parece más frágil que nunca. “Todos sabemos que, por supuesto, no podemos tener un sistema eléctrico basado únicamente en energía solar y eólica; tiene que haber algo que lo apoye”, declaró el ministro danés de Clima y Energía, Lars Aagard, el miércoles ante el Parlamento.
El objetivo, vino a decir Aagard, es complementar la producción de sus vastos parques eólicos, tanto terrestres como marinos. También de sus plantas fotovoltaicas, que rinden menos que en el sur de Europa por una cuestión puramente matemática: las horas de sol son sensiblemente menores. Ahora, Dinamarca tira de gas y de carbón —de largo la fuente más contaminante— y, también, de importaciones eléctricas a través de los cables que le unen con Noruega y Suecia.
Los reactores nucleares no aportan, sin embargo, la flexibilidad que sí dan los ciclos combinados de gas o las baterías. Esta última, una tecnología claramente en auge, cuyo coste baja año a año y que ya están instalando masivamente países como Alemania o Australia, así como varios Estados de EE UU, con California y Texas a la cabeza. La realidad es que, incluso sumando el coste del almacenamiento, las renovables ya son más baratas que la nuclear en la mayor parte del mundo.
El ministro de Energía danés ha descartado, no obstante, la construcción de centrales nucleares convencionales (de alrededor de un gigavatio de potencia) e hizo hincapié en tecnologías modernas, como los SMR. Se trata de pequeños reactores modulares, tres veces más pequeños —y notablemente más baratos— y que aún se encuentran en fase de desarrollo y pruebas. Al ser, todavía, meros prototipos, aún pasarán años hasta que entren en servicio.
“La esperanza es que estos nuevos tipos de reactores puedan proporcionarnos energía barata y libre de CO₂ [dióxido de carbono] que pueda integrarse en nuestro sistema energético. Pero también hay una lista muy larga de cuestiones de seguridad, preparación y regulación que deben abordarse”, declaró Aagard, que incidió en el asunto de la eliminación de residuos.
Sin reactores
Dinamarca nunca ha tenido un reactor nuclear en servicio, aunque sí tres, de pequeño tamaño, con fines de investigación. Fue en la década de los cincuenta, cuando el país nórdico tenía una nada despreciable actividad de I+D en ese campo.
La primera ministra, la socialdemócrata Mette Frederiksen, ya adelantó la semana pasada que estaba dispuesta a abordar “sin prejuicios” la posibilidad de —como reclaman varios partidos de la oposición conservadora— acabar con la prohibición a la producción de energía nuclear. En los años setenta, el propio Partido Socialdemócrata fue uno de los principales impulsores del veto nuclear, que llegó a contar con un amplísimo respaldo popular.
Hoy, sin embargo, son muchos menos quienes abogan por mantener el veto. El creciente apoyo entre la población danesa a la introducción de la energía nuclear se refleja en los sondeos de opinión. Los dos más recientes —llevados a cabo en enero y la semana pasada por las encuestadoras Voxmeter y Megafon— aunque con resultados algo dispares, muestran que en torno a la mitad de los adultos (entre un 42% y un 56%, según la fuente) está claramente a favor de la nuclear, frente a una cuarta parte (26%-27%) que apuesta por que la prohibición siga en vigor.
Giro en Suecia… y sobrecostes en Finlandia
El desmantelamiento, en 2005, de la central nuclear sueca de Barseback, ubicada a menos de 20 kilómetros de la capital danesa, fue un motivo de celebración en la península de Jutlandia. En los últimos años, Suecia ha revertido su política energética con una clara apuesta por la nuclear. El Gobierno de coalición del país escandinavo —formado en 2022 por conservadores, liberales y cristianodemócratas, y sostenido en el Parlamento por la ultraderecha— pretende triplicar la producción nuclear a lo largo de las dos próximas décadas. En marzo, el Ejecutivo sueco presentó un proyecto de ley que incluye préstamos estatales y un precio mínimo garantizado por la electricidad producida para impulsar la construcción de nuevos reactores nucleares.
En otro país del entorno nórdico, Finlandia, el reactor nuclear Olkiluoto 3, con 1.600 megavatios, el más potente de la UE, empezó su actividad en abril de 2023, 14 años más tarde de lo planeado y con una importante carga financiera añadida: el presupuesto inicial se acabó triplicando con creces. Un doble lastre que también está sufriendo el Reino Unido en la central de Hinkley Point C, que ya acumula más de seis años de retraso respecto al calendario original y sobrecostes milmillonarios.
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