Todas sonríen en la meta del alto de Cotobello, pese al frío y la lluvia que les azota en el rostro, como si comprendieran que el esfuerzo valió la pena. Lo valía. La que más sonríe es Demi Vollering, dos veces ya ganadora de la Vuelta. La mujer imperturbable, que recorrió 151 kilómetros sin cambiar su rictus, escondida tras las gafas polarizadas, ni un gesto que diera pistas a nadie, ni sus rivales, ni quienes veían los primeros planos de su cara a través de las imágenes de alta definición de las pantallas de televisión.
No tenía por qué. “No quería arriesgar con un ataque lejano”. Posiblemente le hubiera salido bien, pero no lo necesitaba. Le bastaba con ir cociendo en su jugo a sus rivales, y a ponerles un cebo en el último kilómetro, el 152 del recorrido con tres puertos, dos de ellos de primera categoría. A 900 metros, Vollering, poco después de circular sobre las pintadas que reproducían su nombre, “Demi, Demi, Demi”, aceleró. Se dejó coger. Era una invitación a las tres colegas que habían aguantado el ritmo de Van der Breggen, que había ido dejando por el camino un rosario de cadáveres deportivos del grupo que comenzó a ascender los últimos once kilómetros de carrera.
Cedrine Kerbaol no aceptó el órdago; Van der Breggen, sí. Y unos instantes después se puso en cabeza de nuevo y pegó el acelerón que fue el catalizador del arreón definitivo de Vollering. Quedaban 850 metros, y la holandesa se perdió entre la niebla camino de la meta. Ya nadie podría alcanzarla. Después del esfuerzo de la corredora del SD Worx, Marlen Reusser también sacó beneficio, porque aprovechó el esfuerzo generoso de la aspirante para dejarla también atrás, y sin posibilidades de alcanzar a Vollering, asegurar al menos la segunda posición en la clasificación general. Por eso también sonreía, como lo hizo Vollering, y también Van der Breggen.

Como sonreía Usoa Ostolaza, la mejor española en la etapa y en la General, a pesar de caerse del Top 10, precisamente por una caída a un kilómetro del comienzo de la última ascensión de la jornada, en el peor momento.
Vollering, con dos victorias de etapa, impuso su dominio en la carrera en la que fue la mejor, apoyada en un equipo sólido, que colocó a Juliette Labous y Evita Muzic entre las diez mejores. Las tres se abrazaban en la meta, bajo los paraguas de los organizadores, y sonreían por el triunfo y ese maillot rojo que se lleva por segunda vez el fenómeno neerlandés.
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