Aunque no lo parezca, la fiebre por conseguir entradas para los conciertos de Bad Bunny tiene varias analogías con el comportamiento de los mercados en muchas ocasiones.

En una brillantísima estrategia de marketing, primero se anunciaron tres fechas en España para el artista puertorriqueño, logrando el colapso de las plataformas de venta y colas virtuales de cientos de miles de personas. Las redes amplificaron esta sobredemanda, propagando la ansiedad por lograr entradas. En pocas horas se agotaron las nuevas fechas, colocando más de 600.000 entradas para sus ya 12 conciertos programados, a unos precios, por cierto, bastante elevados.

Este es un magnífico caso de estudio que merecería estar en los manuales del fenómeno de psicología de masas que en los últimos tiempos se ha venido en llamar FOMO, el fear of missing out. Describe el miedo a estar perdiéndose una experiencia, tendencia u oportunidad valiosa que otros sí están disfrutando. Es, en otras palabras, una respuesta emocional y cognitiva ante la percepción de estar quedándose fuera de algo social o económicamente relevante.

El FOMO es, ni más ni menos, uno de los principales motores de las burbujas de precios en los mercados inmobiliarios y financieros. Abundan los ejemplos pasados y presentes, que siempre parten de un hecho novedoso o de una nueva coyuntura, pero que acaban adquiriendo una dimensión que excede los fundamentales, lo que también se aplica a la calidad artística.

Precedentes

Sucedió con las puntocom de finales de los años noventa, con la burbuja inmobiliaria de hace dos décadas y, con menor intensidad actualmente, en la fiebre de las megatech con la inteligencia artificial, en el sector de defensa europeo y con la vivienda en las grandes ciudades.

El mecanismo es siempre el mismo: el flujo de noticias expandido por las redes sociales acaba creando una sensación colectiva de que los precios no dejarán de subir y de que pronto se acabará la oferta disponible. Este ahora o nunca va distorsionando las decisiones racionales y empuja a comprar sin pensarlo demasiado, sucumbiendo a la presión social.

El problema es que, a diferencia de un concierto de reguetón, donde el coste emocional de no asistir puede ser limitado, en los mercados las decisiones movidas por el FOMO nos pueden costar mucho más dinero. Entender este paralelismo debe ayudarnos a desmontar narrativas engañosas, a recordar que no toda oportunidad percibida lo es en realidad y que, en un mundo dominado por la inmediatez, la pausa reflexiva es más valiosa que nunca, tanto para fans como para inversores.

La locura por las entradas de Bad Bunny es el ejemplo perfecto de cómo el FOMO puede distorsionar nuestras decisiones, ya sea sobre conciertos… o en los mercados inmobiliarios y financieros.

Roberto Scholtes es jefe de estrategia de Singular Bank



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