Me despertó el bombardeo alrededor de las 04:50 de la madrugada del sábado 3 de mayo en Old Fangak (Sudán del Sur). Podía oír los helicópteros sobrevolando y a la gente gritando por todas partes. Cada vez que escuchaba los helicópteros, temía por mi vida, por la de la población, por los pacientes y por el personal. El bombardeo continuó durante aproximadamente una hora. Todo lo que se oía eran los disparos y los gritos de la gente.
Cuando por fin se hizo el silencio, fui de inmediato en bote hacia el hospital. Me encontré con nuestro vigilante en la puerta y vi que estaba completamente destrozada. Había balas por todas partes. Al entrar en el recinto, vi restos de armamento que había explotado.
Cuando llegué a la farmacia, estaba en llamas. Todo el mundo —el equipo y la comunidad— intentaba apagar el fuego con cubos de agua. No era tarea fácil, porque nuestros tanques de combustible estaban a pocos metros de donde estaba la farmacia, así que temíamos que, si el fuego seguía, el combustible explotara y causara otro desastre, además del que ya estábamos viviendo.
Al principio pensé que había una posibilidad de salvar algunos medicamentos, pero pronto quedó claro que quien bombardeó el hospital quería que esta farmacia y todo que había dentro se quemara por completo. Tardamos unas cinco horas en apagar completamente el fuego.
El hospital llevaba más de 10 años funcionando y era un salvavidas para más de 100.000 personas en la zona
Después entré al hospital. Primero fui a la sala de hombres, donde había dos pacientes la noche anterior. Al entrar, no había nadie, pero el suelo tenía agujeros de bala y había sangre. Me preocupé. No sabía qué había pasado ni adónde habían ido los pacientes. Lo mismo ocurrió en la sala de mujeres. Aquel bombardeo provocó la muerte de al menos siete personas.
Luego llegué a la sala de urgencias, donde el equipo estaba ocupado estabilizando y tratando a los pacientes que acababan de llegar del pueblo. Había un total de 20, y algunos estaban en estado muy, muy crítico y necesitábamos detener la hemorragia con urgencia. Algunos habían recibido disparos en la cabeza, el pecho y el abdomen. Intentamos hacer todo lo posible, pero no teníamos suministros más allá de los que había en la sala antes del ataque. Y claramente no eran suficientes.
Una vez estabilizados los pacientes, los evacuamos en lancha rápida a una aldea a aproximadamente una hora, que considerábamos más segura. La mayoría de los pacientes eran mujeres. También había niños heridos de solo 15 años. En esa aldea no había nada, solo una tienda de campaña. Estábamos en medio de la nada. Allí mantuvimos a los pacientes y les dimos los medicamentos que habíamos podido llevar. Al día siguiente, fueron evacuados por vía aérea a un hospital en Akobo para recibir tratamiento adicional.
Sin embargo, unas 10.000 personas habían huido al mismo lugar y, al amanecer, estaba claro que no teníamos suficientes suministros para operar un centro de salud capaz de atender a tanta gente. Llamamos con urgencia al equipo en Yuba, y con el apoyo de la ONU pudimos transportar por aire 350 kilogramos de suministros médicos para montar un puesto de salud desde esa tienda. Esperamos no recibir más heridos, pero seguimos recibiendo información de que continúan los bombardeos en otras zonas.
Estoy completamente devastado por lo ocurrido. El hospital llevaba más de 10 años funcionando y era un salvavidas para más de 100.000 personas en la zona. Los hospitales nunca deberían ser blanco de ataques. Condeno totalmente este bombardeo. Era un hospital de 35 camas, con consultas externas, salas de hospitalización, maternidad, y podíamos derivar los casos graves a centros de mayor nivel. Ahora no queda nada.
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