Carlos Mora Navarro (65 años) habla con dificultad, pero conserva el optimismo que hace 50 años lo llevó a convertirse en voluntario para sofocar incendios forestales en su natal Uruapan, Michoacán. Sin embargo, su estado de salud es grave y las largas caminatas, las capacitaciones que daba a todo aquel que estuviera interesado en aprender de su trayectoria y los arduos esfuerzos por combatir el fuego, han quedado atrás como un recuerdo que duele. En 1990, durante un incendio, Carlos Mora empezó a convulsionar, y tiempo después detectaron que tenía una falla cardíaca. Desde 1994, cuando le colocaron el primero de cinco marcapasos que tendría hasta hoy, su estado ha empeorado. Le han practicado dos operaciones a corazón abierto, una de ellas para subsanar una infección provocada por los cables de dos de los aparatos anteriores, y desde el 14 de abril de 2024, cuando tuvo su última consulta médica, no recibe atención por parte del personal del hospital de Alta Especialidad del ISSSTE, en el Estado de Morelia. “Lo que yo reclamo es atención, no quiero que me curen porque en lugar de curarme me han perjudicado más. Quiero que sean sinceros conmigo”, dice.
El testimonio de este guardia forestal es similar al de cientos o quizás miles de trabajadores que se dedican a combatir los fuegos en todo México, y que mueren en el olvido por padecimientos respiratorios o de otra índole que acaban con su salud y con sus vidas. Mora Navarro los recuerda bien, recuerda a sus compañeros que han muerto durante estos años y a aquellos que están, dice, “peor” que él por otras enfermedades. “Ellos no hablan, nadie habla, pero yo sí quiero levantar la voz”, asegura, cansado de que lo hagan ir y venir a citas que son canceladas o reprogramadas de último momento o a las que su médico no acude en Morelia —a unos 120 kilómetros de distancia—, a donde trasladaron su atención en 2O21, después de que le practicaran una de las operaciones para curar la infección que tres cables de los marcapasos colocados anteriormente le habían provocado y que debieron de haber sido retirados.
Aunque dice haber pasado por las manos de al menos 15 cardiólogos, al único que fue sincero con él y que lo atendió de manera digna —y que también fue quien le dijo que su infección había sido provocada por negligencia en sus intervenciones anteriores— no lo volvió a ver después de su operación, porque, asegura, fue despedido del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) por haberle dado dicha información.

Después de dedicar casi la totalidad de su vida al servicio federal —trabajó durante 40 años para la Comisión Nacional Forestal y más de una década antes fue voluntario en las mismas tareas— Mora Navarro se jubiló prematuramente en 2021 tras ser diagnosticado con insuficiencia cardiaca. Sus primeros doctores cuando él asistía a urgencias por el dolor o la dificultad al respirar solo revisaban su marcapasos y le decían que estaba bien. En 2020, Mora presentó una queja en el hospital, lo que, cuenta, provocó la molestia de los directivos y el traslado de su atención médica a Morelia.
Ya en esa nueva clínica, un cardiólogo le diagnosticó en 2021 endocarditis (una inflamación del revestimiento interno de las cavidades y las válvulas del corazón) provocada por tres cables que debieron de ser retirados y que le habían provocado una grave infección. Desde entonces, su salud ha ido empeorando. Carlos ya no puede caminar. Le duele el pecho al respirar, le cuesta hablar, difícilmente puede dormir bien y desde hace años que su esposa, también enferma y con una salud deteriorada, cuida de él.
Sobre la posibilidad de tener otras alternativas de atención médica ni pensarlo. Mora Navarro asegura que pese a que su esposa y él son trabajadores jubilados, sus recursos no les alcanzan para solicitar la atención médica privada. Cuenta que cada traslado a la ciudad de Morelia —desde Uruapan— los deja durante varios días en una vulnerabilidad extrema.

Por eso reclama y exige que le digan la verdad sobre sus posibilidades de supervivencia y que le ayuden a vivir lo mejor que le sea posible. También por eso cada visita a la clínica es un calvario insufrible para él y su esposa. La última vez que le dieron una cita, el pasado domingo 27 de abril, con un nuevo cardiólogo, el médico no se presentó y le reprogramaron para el próximo mes de agosto. Entre cancelaciones por vacaciones, o porque le cambian al médico, Navarro Mora no tiene atención médica desde aquella última consulta el 14 de abril de 2024.
“Entre los mismos doctores se están tapando esa negligencia, porque no pueden reconocerlo. Yo no pido indemnizaciones, necesito que me sean honestos”, dice. Después de dos operaciones a corazón abierto y de su historial de cinco marcapasos, Mora Navarro no quiere morir sin reclamar lo que considera justo para él y para su familia. Recuerda que varios de sus compañeros han muerto en el anonimato, sin recibir la atención médica correcta, y tampoco sin haber reclamado lo que por derecho les correspondía. Tiene una mezcla de resignación y esperanza en la voz y asegura que no está pidiendo mucho al ISSSTE: “Yo no quiero cambiar el mundo, pero en el pedacito en que me tocó vivir sí quiero aportar mi granito de arena”, concluye.
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