China y Estados Unidos acaban de sellar una tregua de 90 días en la guerra comercial, lo que rebaja las tensiones entre las dos superpotencias del planeta. Tras el encuentro de alto nivel mantenido este fin de semana en Ginebra (Suiza), Washington y Pekín han decidido recortar de manera sustancial los aranceles mutuos que se habían impuesto desde que el 2 de abril, Donald Trump golpeara a China con una primera andanada tarifaria en el llamado “Día de la Liberación”.

Estados Unidos reducirá los aranceles sobre los productos chinos del 145% al 30%, mientras que China lo hará sobre las importaciones de productos estadounidenses del 125% al 10%, según señala la declaración conjunta firmada por ambas partes, publicada este lunes, y recogida por los medios estatales chinos y difundida por la Casa Blanca.

En el texto, ambos países “reconocen la importancia de las relaciones económicas y comerciales bilaterales para ambos países y para la economía mundial” y hacen un llamamiento a continuar las consultas. El documento también recoge el compromiso de crear un mecanismo destinado a dar seguimiento al diálogo económico y comercial.

La rebaja supone, en la práctica, que Estados Unidos aplicará a China una moratoria parcial similar a la aprobada el 9 de abril para el resto de países. Entonces, tras la enorme presión de los mercados y los efectos de las agresivas políticas económicas de Trump en la deuda pública, además de las críticas en el seno del propio Partido Republicano, de los empresarios y los inversores, Trump dejó en suspenso también por 90 días los mal llamados aranceles “recíprocos”. De aquella tregua dejó fuera a China, a la que castigó por tomar represalias, lo que derivó en una escalada de gravámenes mutuos que alcanzó niveles estratosféricos. Al resto de países, les dejó un impuesto universal a los productos importados del 10%.

El gravamen a la República Popular se quedará, por tanto, en un 30%, ya que Estados Unidos reduce el zarpazo arancelario al 10% (igual que para los demás países), a lo que hay que sumar otro 20% de los aranceles que Trump decretó contra China de forma previa por su supuesta vinculación con el tráfico ilícito de fentanilo.

Jamieson Greer y Scott Bessent, este lunes en Ginebra (Suiza).

El acuerdo se acerca, aunque no del todo, a una de las exigencias que China pedía para entablar un eventual diálogo en pie de igualdad: antes de negociar nada, Estados Unidos debía retirar los aranceles. La parte china ha hablado en cualquier caso de forma positiva del encuentro en Ginebra, el primero de alto nivel entre funcionarios de Estados Unidos y China desde que Trump, recién instalado en la Casa Blanca, lanzó en febrero las primeras salvas de su guerra comercial.

Las conversaciones “fueron sinceras, profundas y constructivas”, aseguró en una comparecencia desde Ginebra, en la noche del domingo, el jefe de la delegación china, el viceprimer ministro He Lifeng. He, considerado el zar económico y comercial de China, además de hombre de absoluta confianza del presidente, Xi Jinping, afirmó que las dos jornadas de reuniones a puerta cerrada, celebradas en la embajada estadounidense en Suiza, han sido “un paso importante hacia la solución de las diferencias mediante el diálogo y la consulta en igualdad de condiciones”.

Desde la izquierda, Jamieson Greer y Treasury Scott Bessent, tras la rueda de prensa en Ginebra (Suiza), este lunes.

Scott Bessent, secretario del Tesoro estadounidense, y uno de los enviados por Trump a negociar en Suiza, ha expresado este lunes, tras anunciar el acuerdo, que ambos países “representaron muy bien sus intereses nacionales” durante el encuentro. “Hemos concluido juntos que ambos tenemos interés en un comercio equilibrado, Estados Unidos seguirá avanzando en esa dirección”, ha dicho en una conferencia de prensa en Ginebra. “El consenso es que a ninguna de las dos delegaciones le interesa una ruptura”.

En una entrevista con MSNBC, Bessent se mostró este lunes más duro con su contraparte: “Hay algo que llaman el shock chino, y en nuestro caso ha masacrado nuestro sector manufacturero. No estamos por una desconexión total, pero sí parcial: en la pandemia nos dimos cuenta de que las cadenas de suministro que nos parecían eficaces no son seguras”.

Una larga pelea

Bessent ya había anticipado el domingo que las conversaciones habían sido “productivas” y que habían logrado “progresos sustanciales” en una relación comercial que se había vuelto insostenible. El sábado, Trump avanzó en un mensaje en su red social, Truth, que los suyos habían alcanzado “muchos acuerdos” en Suiza.

Antes de acudir a Ginebra, Trump, también en Truth, se abrió a la posibilidad de dejar los aranceles a su rival en un 80%, cifra aún demasiado alta, mientras que Bessent había alertado de que el nivel de los gravámenes entre uno y otro país equivalía a un “embargo” de facto en una de las relaciones comerciales más intensas del planeta, cuyo valor rondó el año pasado los 660.000 millones de dólares (unos 533.000 millones de euros). Es una balanza, con todo, desequilibrada: China vende tres veces más a Estados Unidos que al revés.

La pelea comenzó al poco de llegar Trump a la Casa Blanca. Primero, impuso en febrero un 10% a todos los bienes chinos. En marzo, lo subió al 20%, en virtud del arancel del fentanilo, que también le cayó a México y Canadá, países a los que Washington culpa de la crisis de salud pública provocada por el potente opiáceo. El 2 de abril, día en el que repartió en un acto pomposo gravámenes a decenas de socios comerciales, Trump añadió a ese 20% un 34%. En los siguientes días, Estados Unidos fue subiendo su apuesta como en una partida de póquer hasta dejar los aranceles en un histórico 145%, cantidad que equivalía a la declaración de una guerra comercial sin precedentes. Posteriormente, Trump anunció, en su enésimo bandazo comercial, excepciones para ciertos productos tecnológicos, como móviles, ordenadores o chips, que en buena medida llegan desde el gigante asiático.

Durante el intercambio de golpes, China se plantó en gravámenes del 125% a los bienes estadounidenses, y dijo que no tendría en cuenta nuevos incrementos de Washington, al considerar que el toma y daca se había convertido en un juego de números con muchas papeletas para “convertirse en el hazmerreír de la historia de la economía mundial”, según dijo entonces un portavoz chino de Comercio.

Los aranceles habían comenzado a sentirse en las últimas semanas en forma de reducción de envíos, líneas de producción en pausa y planes de reubicación de cadenas de suministros. Las exportaciones chinas a Estados Unidos cayeron un 21% en abril, según datos oficiales del Gobierno chino publicados el viernes; una caída menor de la esperada, dadas las circunstancias, aunque relevante.

Antes de la escalada brutal de gravámenes al comercio de abril, en el mes anterior ya se dejó sentir el efecto Trump entre ambos países. Las importaciones de Estados Unidos desde China cayeron en marzo hasta los 29.400 millones, su nivel más bajo desde marzo de 2020, en plena pandemia, según datos de la Oficina de Análisis Económico del Departamento de Comercio. Y eso que los productos chinos solo estaban sometidos ese mes al arancel adicional del 20% decretado por Donald Trump con el fentanilo como excusa. Fue también en marzo cuando entraron en vigor los aranceles adicionales del 25% a las compras de aluminio y acero.

En sus últimas previsiones, el Fondo Monetario Internacional redujo el crecimiento global esperado para 2025 en 0,5 puntos; la rebaja fue de 0,9 puntos para Estados Unidos y de 0,6 para China. Con las Bolsas tocadas y los pronósticos financieros en caída libre, numerosas voces han ido elevando la presión para poner fin a la contienda entre los colosos globales.

El consenso alcanzado el pasado fin de semana crea un espacio en el que ambas potencias pueden sentirse cómodas para poder mantener un futuro diálogo comercial en profundidad. En 2018, tras la primera guerra arancelaria desatada por Trump, Washington y Pekín pusieron fin a las disputas con la firma de un gran acuerdo comercial.

La pregunta inevitable es cómo aprovechará ese respiro el equipo económico de Trump, que ha aplazado durante 90 días decenas de otros pactos comerciales, y qué sucederá si, cuando el 10 de agosto expire el plazo que ambas potencias se han dado, las posturas siguen irremediablemente alejadas. Van a cumplirse seis semanas desde que Washington anunció su imposición masiva de aranceles, y de momento la Casa Blanca solo ha podido vender una conquista: un acuerdo comercial, únicamente parcial, con el Reino Unido.

Algunos analistas avanzaban estos días que un acercamiento en Ginebra podría abrir también la puerta a la esperada llamada entre los dos máximos líderes. Trump y Xi no hablan desde el 17 de enero, tres días antes de la investidura del magnate. “Reducir los aranceles al mismo ritmo que Washington indicaría que Pekín está dispuesta a dejar atrás todo este lío”, comentaban los analistas de Trivium China el viernes. “Si todo va bien, Trump dijo que ‘podría’ hablar con Xi Jinping tras las conversaciones. Si Xi coge el teléfono, los mercados se dispararán el lunes”.

Aunque no hay noticias de la llamada, los mercados han recogido la noticia con euforia. El documento también recoge el compromiso de crear un mecanismo destinado a dar seguimiento al diálogo económico y comercial. La parte china estará representada por el citado He Lifeng, y la estadounidense, por Scott Bessent y Jamieson Greer, representante de Comercio Internacional de la Administración de Trump. “Las consultas podrán tener lugar en China, en Estados Unidos o en un tercer país, según acuerden las partes”, se lee en el acuerdo.



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