Hubo un tiempo en el que Castrojeriz se codeaba con los grandes. Esta pequeña localidad de la provincia de Burgos, anclada en la comarca de Odra-Pisuerga y a unos 50 kilómetros al oeste de la capital, ejerció de punto estratégico en la ruta de la lana que glorificó a Castilla durante los siglos XV y XVI. El oro blanco, como se conocía a este suave tejido que tanto apreciaban en el norte de Europa, impulsó el enriquecimiento de numerosas compañías castreñas, pertenecientes a importantes familias de la zona. Los Gallo, Castro Mújica o Brizuela, entre otras, importaban la lana merino hasta Brujas, lugar que concentró el mayor volumen de su comercio. Un viaje casi iniciático que no solo engrosaba sus cuentas, sino que alimentaba a su vuelta un patrimonio inédito en la región en forma de lujosas telas, tapices, esculturas flamencas y demás obras de arte de la época.
Cinco siglos más tarde, el rostro de Castrojeriz ha cambiado, manteniéndose en letargo durante el duro invierno castellano pero concurrido y animado cuando los primeros peregrinos recorren el Camino de Santiago que lo atraviesa. Entre mayo y septiembre, sus casi 800 vecinos conviven con la infinidad de acentos que se agolpan entre los albergues y pequeños negocios de la zona, un reflejo quizás de la vida concurrida que gozó en el pasado, cuando el entramado medieval que rozaba las carretas y el paso de los animales ahora están plagados de botas de montaña y smartphones en su travesía hacia Compostela entre plantaciones de cereales.
Frente a ese turismo peregrino y de batalla que se mantiene fiel cada año, Castrojeriz se alza renovado como uno de esos lugares que bien merecen una escapada en cualquier época del año para ahondar en su patrimonio histórico y en su gastronomía. Un refugio también de relax a tan solo unas horas en coche de Madrid o Bilbao, que comienza en la antigua Quinta de San Francisco. Situada a pie del Camino Francés a su paso por la localidad, esta antigua finca de caza nutrida de arboledas y jardines que data del siglo XIV, y aún conserva algunas de las ruinas del convento de San Francisco, acoge ahora un distinguido hotel rural con el mismo nombre.
A la entrada, los parterres que mutan con cada estación dan una armoniosa bienvenida entre lavandas, salvias y santolinas. La construcción moderna y diáfana del edificio preservó la conservación de los tesoros históricos del siglo XIV que alberga la finca. Un puente en el tiempo que replica ese ambiente de paz y reposo del antiguo convento y que hoy es lugar de desconexión para los peregrinos más refinados. El descanso se dilata en el espacio de wellness, con baño turco, sauna y camas calientes que miran al jardín, y en un paseo por el huerto sostenible y árboles frutales, que abastece de rico género como membrillo, castañas y todo tipo de frutas y verduras a la despensa de La Bodega, el restaurante del hotel. Cada día, su cocinera Josefa despacha un menú tradicional castellano en cuantiosas cantidades con lo mejor de su cosecha, en el que nunca faltan las cremas de verdura o las sopas de ajo y riega la propia bodega del hotel. Un reflejo de la tradición vitivinícola que arrastra la región con pequeñas bodegas familiares como Zarzavilla, Esteban-Araujo y Pagos de Negredo, abiertas al público para visitarlas durante nuestra travesía.
En su tienda gourmet uno puede tomarse un merecido refrigerio o comprar un socorrido souvenir de última hora, como la repostería que elaboran las monjas de clausura del convento de Santa Clara. A tan solo unos minutos a pie del hotel, también se pueden adquirir en persona sus deliciosos puños de San Francisco rellenos de crema, o los famosos mostachones y almendrados que elaboran a diario.
Castrejeriz El Grande
Aunque el origen de Castrojeriz es incierto, las crónicas del Imperio Romano ya recogen los primeros testimonios de esta histórica localidad bajo el nombre de Castrum Sigerici. En lo alto del cerro se encontraron cerámicas que se remontan a la Edad de Bronce; allí se asientan los restos de su castillo, primera parada en nuestra ruta histórica. Accesible por carretera o por un camino que atraviesa la montaña y parte desde la iglesia de Santo Domingo, esta antigua fortaleza —su torre rectangular del siglo IX es la parte más antigua que se conserva— fue ampliada por los visigodos, y quedó gravemente destruida a causa del gran terremoto de Lisboa de 1755. A pesar del duro accidente, algunos de los sillares originales siguen en pie, así como la torre romana o la escalera medieval, lo que confiere a todo el monumento una atmósfera de cuento, además de una panorámica única del entramado urbano de Castrojeriz repartido por la falda de la colina frente a los campos de cereal.

Lo que a primera vista puede parecer un simple municipio contrasta con la magnitud de su patrimonio histórico. Tres grandes templos cristianos, bien conservados, reflejan los tiempos de bonanza que vivió la localidad, erigida tras la entrega del fuero de Castrojeriz por el conde García Fernández en el año 974. La recreación teatral de este fuero se repite cada año en las inmediaciones de la iglesia de San Juan, el espectacular santuario con planta de salón que comenzó las obras en el siglo XIII en la calle Real.
Su robusta estructura, con bóvedas de crucería y un rosetón con estrella de cinco puntas, se prolonga en el claustro gótico que goza de un portentoso artesanado, cuya belleza solo rebasa el legado artístico de su interior. Un primer ejemplo son los tapices manufacturados en Brujas por un discípulo de Rubens bajo la temática de las siete artes liberales, testimonio del llamado arte hispanoflamenco que en Castrojeriz alcanzó su máximo apogeo gracias al comercio de la lana. Las familias de la zona que se dedicaban a esta actividad y se enriquecieron en el transcurso, eligieron esta iglesia para construir sus panteones funerarios, además de retablos de inconmensurable valor como el que preside la capilla de la familia Gallo, formado por 10 tablas pintadas en Brujas en torno 1540 por un pintor cercano a Ambrosius Benson. La nota más singular viene de El Descendimiento del Cuerpo de Cristo de Agnolo Bronzino, una réplica que pintó el propio artista a petición de Cosme I de Medici y la duquesa española Leonor de Toledo, tras verse obligados a regalar el original. Un reflejo del papel de las obras de arte en las relaciones diplomáticas durante el Renacimiento.

La iglesia de Santo Domingo, con su artesonado mudéjar y un impresionante retablo de 1709 (sede ahora de la oficina de turismo en la que consultar los horarios de todos los monumentos); junto a la excolegiata de Santo María del Manzano, que recibe al visitante con una portada gótica que quita el aliento y alberga el Museo de Arte Sacro de toda la villa, completa el mapa sacro que glorifica a Castrojeriz. La última pieza de este puzle son las ruinas del monasterio de San Antón, a tres kilómetros de la urbe. Uno de esos enclaves misteriosos que sublima en belleza decadente y nos hace viajar en el tiempo hasta su momento álgido como centro de acogida de peregrinos y hospital bajo la protección real en el que curaban a los enfermos de ergotismo. Cerrado en la época fría, se puede visitar de mayo a septiembre y cuenta con el primer observatorio astronómico del Camino de Santiago, que los antiguos peregrinos recorrían guiados por la Vía Láctea.

De vuelta al centro de la villa y bordeando algunas de sus casas más famosas —la residencia de los Gutiérrez Barona, entre otras—, además de la plaza Mayor situada en un ensanche del Camino que ocupó el antiguo mercado, sería un pecado abandonar la región sin catar su contundente gastronomía. El Mesón de Castrojeriz (calle Cordón, 1) o El Jardín (avenida Virgen del Manzano, 7, con opciones vegetarianas) son algunas opciones en las que disfrutar de esta tierra del cochinillo y el lechazo, con excelentes legumbres y postres caseros.
Si se quiere ahondar más en las costumbres culinarias de la zona, nada como agendar la escapada durante la Feria del Ajo, que homenajea a este ingrediente burgalés alrededor de la tercera semana de junio. Aprender cómo se enhorcan los ajos de la mano de los mejores ajeros es una de las múltiples actividades, que incluyen encuentros y conciertos entre sus calles, pobladas estos días de puestos con otros productos de la zona como quesos de oveja, dulces y morcillas. El broche final lo pone una verbena en la Puerta del Monte, donde ofrecen sopas de ajo y pollo al ajillo a todos los visitantes.
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