No hubo broncas en público ni insultos. Al contrario, la primera reunión entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el primer ministro de Canadá, Mark Carney, se desarrolló con un refinamiento exquisito. Pero los desacuerdos entre ambos sobre aranceles, la relación comercial y el interés del republicano por anexionar el país vecino quedaron expuestos de modo casi más descarnado que si la hubieran emprendido a gritos. Suave, pero tajantemente, el antiguo presidente de los bancos centrales de Canadá e Inglaterra zanjaba la cuestión de la soberanía canadiense: “Hay sitios que simplemente no están en venta… [Canadá] no está en venta, y no lo va a estar jamás”. El republicano le respondió con tono divertido: “Nunca digas nunca”.
Ni Estados Unidos ni Canadá tenían grandes expectativas de la reunión entre sus líderes este martes en el Despacho Oval. “No esperen fumata blanca”, había advertido Carney antes de la cita. El primer encuentro entre ambos debía servir para tomarse la medida, cuando las relaciones entre los dos vecinos, socios y otrora excelentes aliados casi miméticos, se encuentran en su peor momento en la historia reciente. El republicano reclama que el país de al lado se convierta en un Estado más de EE UU, y quiere machacarlo a aranceles; el Partido Liberal de Carney logró triunfar en las elecciones de hace una semana en Canadá gracias al brusco giro anti-Trump de un electorado que apenas un puñado de meses atrás apoyaba decisivamente a los conservadores.
Canadá es —o era, hasta el regreso de Trump a la Casa Blanca— el segundo socio comercial de Estados Unidos y su aliado más estrecho en toda una gama de áreas, desde la economía al intercambio de datos de inteligencia, pasando por la colaboración universitaria o la seguridad nacional. Pero la imposición de aranceles y las declaraciones del republicano reclamando la integración de Canadá en EE UU han dinamitado esa relación idílica. El propio Carney lo dejaba claro apenas asumió el mando: “La antigua relación con Estados Unidos, basada en una integración cada vez más profunda de nuestras economías, y una estrecha cooperación de seguridad y militar, se ha acabado”.
E inmediatamente antes de recibirlo en el Ala Oeste de la Casa Blanca, Trump —que durante meses ridiculizó a Justin Trudeau, el predecesor de Carney, refiriéndose a él como “gobernador Trudeau”— utilizaba sus redes sociales para devolverle el comentario y tratar de sentar las bases de su conversación: “No necesitamos sus Coches, no necesitamos su Energía, no necesitamos su Madera, no necesitamos NADA de lo que tienen, nada más que su amistad, que ojalá que se mantenga siempre”, escribía el mandatario, empleando sus habituales mayúsculas. “¡Pero ellos, por otro lado, lo necesitan TODO de nosotros!”, concluía.
Solo el 9% de los canadienses está de acuerdo con convertirse en parte de Estados Unidos, mientras que el 85% rechaza la idea tajantemente, según una encuesta elaborada por la firma Leger en marzo. Buena parte de ellos ha optado por boicotear los productos de consumo estadounidenses y comprar los de otros países. Los turistas canadienses también han reducido drásticamente sus visitas a la nación vecina, mientras su nuevo Gobierno busca intensificar sus lazos con otros países, muy especialmente los de Europa, para reemplazar a Washington en la medida de lo posible.
Tras su victoria en las elecciones del 28 de abril, Carney aseguró en su discurso: “Ya hemos superado la conmoción que supuso la traición estadounidense, pero nunca olvidaremos esa lección”. “Estados Unidos quiere nuestra tierra, nuestros recursos, nuestra agua, nuestro país. Pero esas no son amenazas vanas. El presidente Trump está tratando de rompernos, para que América pueda poseernos. Eso nunca ocurrirá, nunca jamás”, añadió.
Los dos países son miembros del acuerdo de libre comercio Estados Unidos-México-Canadá (USMCA) que sustituyó al antiguo NAFTA de la era de Bill Clinton. USMCA fue negociado durante el primer mandato de Trump y ratificado en 2020, y debe renegociarse el año próximo. Pero a comienzos de marzo, tras una serie de amagos y pese a los intentos de negociación, la Casa Blanca impuso aranceles del 25% sobre los productos de México y Canadá. Los acabó suspendiendo casi de inmediato, después de que Trudeau y la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, se comprometieran a intensificar la lucha contra el tráfico de fentanilo a través de sus fronteras respectivas.
Hoy por hoy se mantienen los aranceles estadounidenses del 25% sobre los bienes no incluidos en el USMCA. Productos como el acero o el aluminio reciben gravámenes del 25%; la madera blanda, el 14,54%. Canadá, por su parte, aplica un impuesto del 25% sobre cerca de 22.000 millones de productos estadounidenses, desde el zumo de naranja a electrodomésticos, y un 25% adicional a otros 22.000 millones como represalia por los aranceles de la Casa Blanca sobre el metal. También penaliza con aranceles del 25% a los vehículos estadounidenses que no cumplen los requisitos del USMCA.
Antes de esta primera reunión en persona, los dos dirigentes han hablado por teléfono al menos en dos ocasiones desde que el gobernante canadiense sucedió a Trudeau al frente del Partido Liberal en marzo. La última, un día después del triunfo electoral de Carney. Ambas charlas fueron descritas por los respectivos gobiernos como “constructivas”. “Creo que vamos a tener una gran relación”, predecía Trump el 29 de abril, al abordar su conversación más reciente con el líder vecino.
Los aranceles se perfilaban en principio como el asunto principal a tratar entre ambos en su conversación en el Despacho Oval, rodeada de mucha menos pompa y circunstancia que otras previas de Trump con otros líderes, incluidos el presidente francés, Emmannuel Macron, o el primer ministro británico, Keir Starmer.
El futuro del USMCA fue otro de los motivos de choque evidente, pese a las buenas palabras y el tono educado, en la conversación entre Trump y Carney. El presidente aseguró que se planteará una renegociación del acuerdo de libre comercio trilateral, aunque se preguntó “si siquiera es necesario”. El primer ministro pidió la palabra para replicarle. El pacto, subrayó, “es la base para una negociación más amplica. Algunas cosas en él van a tener que cambiar”.
Trump, que se mostró mucho más respetuoso hacia Carney de lo que fue con Trudeau en sus últimos tiempos de Trudeau, insistió en que Estados Unidos no necesita ni quiere comprar productos canadienses. “Queremos fabricar nosotros nuestros automóviles, contamos con una gran abundancia de energía, más que cualquier otro país”, aseguraba.
El lunes, el secretario de Comercio, Howard Lutnick, había declarado en la cadena de televisión conservadora Fox Business que lograr un acuerdo comercial con Canadá es posible, pero sería “muy complejo” de lograr.
Canadá es el principal receptor de las exportaciones estadounidenses, y compra cerca de 394.400 millones de dólares de todo tipo de bienes del país vecino, desde energía y vehículos a productos agrícolas. Por su parte, Estados Unidos es el destinatario de tres cuartas partes de las ventas canadienses al exterior, principalmente acero, aluminio y madera.
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