En un cubículo de luces frías que ha dado por llamar camarín, Camila Sosa Villada (Córdoba, 43 años) se sienta frente a una espejo que imagina como una Cámara Gesell. Le muestra el vestido de hilo que ha esperado dos años para su estreno, los zapatos de charol, mientras recibe mensajes de las personas que hacen fila para entrar a la sala José Hernández de la Feria del Libro. La visitan editores, autoridades de la industria, agentes de prensa, amigos, fans y Rodrigo Santasieri, un compañero del colegio secundario. Santasieri cuenta que sus varones contemporáneos en Mina Clavero, un pueblo de Córdoba, se burlaban de él por hablar con Sosa, que desde los 13 años se vestía de mujer. “En esa época yo era, en realidad, un andrógina”, precisa la escritora.
Acompaña el frenesí del camarín con un chardonnay. Canta canciones de Valeria Lynch y toma fotos. Le preguntan por la luz rosa que iluminará su cara durante el evento, si está nerviosa. Pide algo salado para acompañar el vino, pide que reconozcan su perfume de rosa mosqueta y pide tres minutos de soledad para concentrarse, como hacen las actrices. Con la botella de chardonnay y un vaso en la misma mano y un ejemplar de La traición de mi lengua en la otra sube los escalones que la depositan en el escenario.
—Soy una mujer poderosa —dice.
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A las diez de la mañana del día anterior pidió una gaseosa sin azúcar antes de responder preguntas en una suite de hotel. Llevaba varios días afiebrada, con la agudización de la sinusitis que padece, el estrés que le provoca los problemas de salud de sus padres y las peleas cotidianas con el PAMI (el seguro médico de los jubilados) y las presentaciones de su nuevo libro y la película Tesis sobre una domesticación.
Pregunta. En tiempos de política identitaria, en La Traición de mi lengua hay un breve manifiesto en su contra: dice que la identidad es la nada, una cárcel y rescata la experiencia como algo superior.
Respuesta. Traniela [Carle Campolieto, primera piloto trans de la aviación argentina] me llevó a eso: es un señor que dice ser trans y yo no puedo pertenecer al mismo grupo identitario. Pareciera que a las identidades las bajan las cigüeñas y sos trans o sos no binario, o lo que sea. No tiene ningún valor la identidad, al menos para mí. Sí la puede tener para las Abuelas de Plaza de Mayo, que necesitan identificar a sus nietos. Sí la puede tener para los soldados de Malvinas, que están todavía sin identificar en las islas.
P. En un plano distinto, suele decir que es más cordobesa que argentina y que no quiere que le digan transexual o trans, sino trava.
R. Córdoba es una provincia mediterránea. Eso habla de una frustración neurótica: no poder salir al mar. Toda mi familia es cordobesa y hay algo de la calidez y del modo en que expresamos nuestro sentido del humor, nuestro afecto, nuestra hospitalidad, que es único. Y aunque soy de un pueblo no soporto la naturaleza limpia y pura. Me gusta la impureza y la suciedad. Chica, mujer trans es una palabra completamente higienizada, lavada. Le pasaron alcohol en gel, le pusieron esa “mujer” adelante. Prefiero que nos digan travas.

P. ¿Cuándo empezó su reacción contra la corrección política?
R. Cuando me empezaron a atacar. Cuando empecé a ver que había cosas que no se podían decir porque incomodaban igual a un fascista que a un progre. Milei es también una consecuencia del progresismo. Eso incomoda tanto a fascistas como a progresistas. El hate que recibí en ese momento hizo irme de Twitter. Cuando dije que el lenguaje inclusivo es un asunto de clase media. Mis amigas travas se matan de risa cuando hablás con lenguaje inclusivo, las más viejas sobre todo. El lenguaje es irreverente, es descortés, no es amable. Debe ser incómodo para todo el mundo.
P. ¿Por qué responsabiliza al progresismo por la llegada de Milei?
R. No solo al progresismo. Me parece que una de las patas que puso en el poder a Milei tuvo que ver con gente harta de sentirse afuera, con gente harta de ser corregida porque no podía decir todes, porque no entendía al feminismo y los planteos que hacía. Le pegan a una ex primera dama [en referencia a Fabiola Yañez, la ex pareja del ex presidente Alberto Fernández, 2019-2023] y el feminismo pone en duda si le pegaron. Hay algo de todo eso que hace que las personas se sientan hartas. Y mientras tanto tenés un soldadito atrás que te está diciendo: “No hables así, no digas esto, no digas lo otro”. Y algo más de Milei: habló del dinero en un momento en el que no se hablaba, que había un pudor enorme por nombrarlo. Eso prendió en el pueblo. Después, por supuesto, un antiperonismo enorme.
P. El gobierno de Milei anunció que no autorizarará la hormonización ni las operaciones de cambio de sexo contempladas en la ley de identidad de género…
R. [Se adelanta] Tengo amigas que se han querido operar haciendo uso de la ley y les ha sido imposible, porque la obra social no las cubre, le ponen cada vez más trabas y terminan desistiendo de operarse. A mí no me pagó nadie las hormonas. Me las pagué yo. Las tetas tampoco me las pagaron. Correspondía hacerlo. No es un avance, al contrario. ¿En qué cabeza cabe que una persona sea de menor categoría que otra? Ahora se armó toda la discusión con el Papa Francisco. Para mí, Francisco es como un CEO y no merece mi respeto, ni mi devoción. Merece mi respeto el dolor de la gente que sufre su muerte. Me dicen: “Pero el Papa hizo la casita trans en Mar del Plata”. ¿De cuánto dinero estamos hablando? ¿No es algo que nos corresponde a nosotras como latinoamericanas? Nosotras estamos acá desde antes de la conquista. ¿Qué clase de reconciliación puedo tener con el Papa y con la limosna? No son cuestiones que tengan que ver con un avance de derechos, sino con volver hacia atrás y decir: “Todo esto le fue sacado a estas personas, hay que devolvérselo”. Nos devolvieron un documento de identidad. A mí me sirve un montón para viajar y no aclarar qué clase de persona soy en un aeropuerto en Suecia. Pero no mucho más que eso.

P. ¿Por qué la escritura es una traición como afirma en el libro?
R. Es una traición a la industria. Escribir. No publicar. Tenés que estar sola en tu casa, en silencio. Sentarte frente a una máquina, frente a un papel, frente a una computadora y hacer algo que no se hace por lo general en este mundo: concentrarte. Ese silencio, ese aislamiento, ese desenchufarse de la máquina, de la matrix, es completamente anticapitalista. Después una puede ser más personal y decir que también se traiciona a sus padres. Traicionás a tus padres cuando escribís. Para mí significó una libertad absoluta poder escribir y encerrarme en mi cuarto. Fue, incluso, un valor de cambio entre nosotros: si yo estaba escribiendo, no se me molestaba. Si yo no estaba escribiendo, tenía que hachar leña, tenía que ir a buscar yuyos, tenía que ir a repartir el pan. También significaba traicionar secretos, como el asesinato de mi abuela, que murió por un aborto mal practicado. Como hablar sobre nuestra miseria: dormía en la misma habitación que mis padres, vendíamos helados, comida, lo que sea. Todos esos secretos familiares que se custodian con muchísima ferocidad yo los escribí. Incluso mi propia intimidad: haber dicho que soy prostituta, que era prostituta. Soy una prostituta emancipada. Nunca voy a dejar de serlo. Como un doctor jubilado, como un periodista jubilado. Soy, simplemente, una prostituta jubilada.
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Sosa se sienta en un banquete de formica blanca, apoya la botella de Chardonnay y la copa en una mesa alta. La organización de la Feria le provee agua con gas. De su ejemplar sobresalen los resaltadores amarillos. Unas 600 personas esperan su lectura.
Quiero parir la noche. La superficie honda y púrpura de la noche. La noche que una escritora llega consigo. La noche que acontece siempre, incluso bajo el sol. De todos los gestos, elijo apuñalar el mundo mirándolo a los ojos.
Hace una pausa, se sirve una copa.
Yo gozaba en el barrio y en la escuela de mi propia reputación y estaba prohibido como compañero de juegos porque era maricón y las madres temían que le pegara la sodomía a sus hijos…Yo sabía, a los 6 años, que todo eso que yo hacía merecía los azotes de mi papá, las lágrimas de mi mamá. Hice mi propio secreto. Mentí, escamoteé información, me escurrí entre las reglas y me di besos con el más peligroso de la cuadra.
Sosa se quiebra, llora. Usa servilletas para secarse las lágrimas.
-Te amo, Camila- grita una voz de mujer.
-¿Quien dijo eso?- pregunta.
-Todos te amamos, Camila- responde otra voz de la audiencia.
Me escribo para escribirme y no saber.
La aplauden rabiosamente. Varias personas de pie. Sebastián de 40 años, se sube la chomba celeste para que vea un tatuaje debajo del corazón: Camila Sosa Villada. Gia se abalanza para decirle algo antes de llorar sin consuelo: “Me cambiaste la vida, Camila. Leerte me cambió la vida”. Sosa la abraza y le firma un ejemplar.
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En el comienzo de Tesis sobre una domesticación -en el libro, en la película- hay, también, una escena en un camarín. Es el fin de la obra de una actriz que interpreta Sosa y el encuentro sexual con el director. Tesis sobre una domesticación -el libro, la película- es una respuesta a la compasión que dijo haber recibido después de la publicación de Las Malas, un formidable éxito de ventas y de la crítica, traducida a más de 20 idiomas y cuya versión cinematográfica está en marcha.
–A mí me molesta esa compasión. La gente se hacía la estúpida y decía: “¡Ay no, yo no sabía que lo pasaban tan mal las travestis!”. Me di cuenta que había contribuido con la idea de las travestis pobres, que es algo que pasó mucho con el activismo también: mostrar travestis que viven una vida miserable, que tienen una vida miserable. Yo decía: “No conozco muchas travestis que tengan una gravísima vulnerabilidad económica”. Quise hacer un personaje que no precisara de la pena de nadie. Al contrario, que causara un poco de repulsión, incluso. Salió esa actriz.

P. En la novela usted forma la familia de esa actriz con un abogado gay y un hijo adoptivo con HIV- y parece querer destruir la de sus padres.
R: Lo escribí agarrándome un poco de mi propia historia. Yo sí detoné a mi familia. Le puse una bomba adentro y los tuve que volver a hacer. A mi papá y a mi mamá. Los tuve que volver a coser después de que explotaron. En el colegio pasó lo mismo. En la universidad, en los talleres de teatro pasó lo mismo. Cuando estaba en el escenario ponía una bomba en la sensibilidad del público. Decían: “¿Cómo una trava puede hacer esto?”. Eso lo estoy haciendo en la literatura también. Lo digo sin nada de humildad. Estoy siendo un poco terrorista. En instituciones que estaban bastante calmas, en industrias que estaban bastante calmas, tienen que bancarse el carácter de una trava, que surgiera el eslogan de “la furia trava”. Les estoy mostrando cómo es una trava furiosa. Tampoco me puedo desligar de esa furia, de ese enojo, que es vital, una fuente de salud, de energía.
P. ¿Qué fue lo que no le gustó de hacer la película?
R. La industria, el cine: la pasé fatal, la pasé horrible. El rodaje fue espantoso. No sirvo para que me enjaulen. Llegaba al set y esta cosa de que tu pelo anda por un lado, tu cabeza anda por el otro, tu cuerpo anda por el otro, tu talento anda no sabés por dónde. Lo que me interesaba de la película, y esto habla de mi estupidez también, es que no quería verme fea ni gorda. Por suerte, no pasó.
P. ¿Cómo se ve?
R. Estupenda me veo, guapísima. Si hubiera sido hombre, me hubiera hecho la paja en el cine. Pero me pasó esto de que no me quería escuchar, cómo escucho a otras actrices, que hablan como si estuvieran leyendo el guión. Eso tampoco me pasó. Era la segunda película que filmé en mi vida. Teatro, hice a rolete.
P. ¿Qué es lo que cree que puede escandalizar de esta película, que es uno de sus objetivos que usted dice buscar?
R. El hecho de ver a una trava coger todo el tiempo y no coger porque tiene que pagarse el alquiler. Coger porque le gusta. Incluso abusa de un borracho, lo agarra dormido y lo abusa. Es fuerte ver eso.
P. El escritor Ricardo Piglia sugería que el autor no participara de la adaptación cinematográfica de su obra y mandara a un amigo a ver si la película era buena. Usted se involucró y participó del guión. ¿Qué cree que es lo más importante que resignó la película?
R: La voz humana [la obra de Jean Cocteau con la que empieza el libro] me parece terrible que no esté. El hecho de que el director de la película, Javier [De Couter], insistiera en que el director de la obra de teatro quería obtener algo de ella y no fuera movido por lo que lo calienta de ella. En la sociedad está instaurado que las travestis no somos deseables, que somos deseables en términos de intercambio: “Vos me das tu culo, yo te doy dinero; me contás tu experiencia de vida, yo te ofrezco la posibilidad de estar en mi tesis”. Somos, en realidad, profundamente deseadas. Creo que estamos regulando la heterosexualidad en este momento. No hay nada más femenino que una travesti. La película empieza, tiene un nudo y un desenlace. El libro es diferente y eso tiene que ver con una concepción del tiempo muy trava, muy mío, que no es pasado, presente y futuro. Están las tres al mismo tiempo.

P. Ha escrito que las travestis tiene los días contados.
R. Yo me siento en tiempo extra: el promedio de vida es de 35 años. No cambió mucho con el progresismo, ni con la ley de identidad de género. ¿Cuánto dura una trava en pie? Tengo decidida la lápida, una plaquita: aquí nació Camila Sosa Villada, la amansa pakis. Los pakis son esos hombres que son heterosexuales a los que no les entra una bala y ahora los tengo llorando en el teléfono: “Volvé, te extraño, no conocí nunca a nadie como vos”. Ese tiempo extra lo estoy viviendo como una fiesta. Una fiesta un poco autodestructiva, pero fiesta al fin.
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