A los 33 años ha colgado los clavos Bruno Hortelano, un cometa que atravesó el firmamento del atletismo español a tanta velocidad, y con tanto fulgor, como la de sus piernas, tanta que le permiten mantener simultáneamente desde hace siete años los récords nacionales de 100m (10,06s), 200m (20,06s) y 400m (43,69s) y una posta en el de 4x100m absoluto (38,46s) junto a Ángel David Rodríguez, Sergio Ruiz y Eduard Viles, y también en el del 4x100m sub-23 (38,87s), junto a Viles, Adrià Burriel y Eusebio Cáceres, dos marcas que sobreviven desde 2013. Cogió el testigo en el siglo XXI de los grandes sprinters españoles que hicieron escuela en los años 70 del pasado siglo y llevó la velocidad españolas a alturas nunca alcanzadas, cuajadas, quizás, en su campeonato de Europa de 200m en 2016.

Estaba llamado a romper todos los techos, superar todas las barreras que hacen soñar a los aficionados, la de los 10s en los 100m, la de los 20s en los 200m, una final olímpica… Así parecía prometérselo el destino en el barrio de Moratalaz la noche de San Juan de 2016, luna llena, viento en contra en la recta de los 100m, que incita al organizador a cambiar, sabiamente, el sentido de la carrera para la final, que se disputa en la contrarrecta. En la serie, cuando el sol aún quemaba, Hortelano, inesperadamente, ya había dejado el récord español en 10,08s. En la final, con viento a favor de 1m/s, lo bajó a 10,06s. Todo el futuro era suyo. Nadie lo dudaba. Comenzaba así su trimestre mágico y terrible. Solo dos semanas después batía en Ámsterdam por primera vez el récord nacional de 200m (20,39s) y se proclamaba campeón de Europa de la distancia. El único velocista español que lo ha conseguido. En agosto, en las semifinales de los Juegos de Río, rebajó el récord de los 200m hasta 20,12s, una velocidad a la que su cuerpo aún no estaba acostumbrado. Se quedó a tres centésimas de pasar por tiempos a la final y compartir carrera con el gran Usain Bolt en su despedida olímpica.

Por entonces, Hortelano era un diamante tallado por el entrenador Adrian Durant en la Universidad de Cornell, unas de las de la Ivy League de Estados Unidos. Un Guadiana caudaloso que afloraba irregularmente en verano en España. Un bicho raro con músculos de tanta calidad como frágiles, una cabeza poblada de ideas, una vida interior rica y poderosa. Una cabeza muy suya que se señalaba con los dos índices, fuerza mental, antes de agacharse sobre los tacos de salida.

Nacido en Wollongong (Australia), donde trabajaban sus padres, científicos, pasó casi toda la adolescencia fuera de España, siempre muy apegado a su padre. Regresó a su país tras los Juegos de Río para volver a ser portada en los periódicos que el 6 de septiembre informaban de que había sufrido un accidente de circulación de madrugada en el que se había destrozado la mano derecha. En el 12 de Octubre se la reconstruyeron, pero perdió para siempre la movilidad del meñique. Fue el final de su trimestre mágico. Desde entonces fue el atleta del guante negro, como negro fue su pensamiento largos meses. Aún no había cumplido los 25.

“Vi que mi vida había cambiado, y cuando hay cambios en la vida, muchos cambios todos a la vez, cuesta asimilarlo. He tenido que volver a crear lo que era mi identidad para volver a sentirme que soy yo, y confiar en que lo que hago es lo correcto”, dijo en mayo de 2018, cuando regresó a las pistas, 20 meses después del accidente. “La vida ha vuelto a abrirle la puerta a mis sueños”, afirmaba ya cerca de cumplir 27 años. Era el inicio de dos nuevos meses de apogeo, ya en distancias más largas, y un final seco.

En la misma pista de Moratalaz de los 100m, el 22 de junio, también rondando San Juan, disputó un 400m palpitante codo a codo con Óscar Husillos, la estrella emergente de la distancia. Fue el mejor 400m de la historia del atletismo español. Uno de los momentos más recordables. Pocos minutos después de que Filippo Tortu (9,99s) batiera el récord de Pietro Mennea al convertirse en el primer italiano por debajo de 10s en los 100m, y azuzados por el dominicano Luguelín Santos, ambos españoles batieron el récord nacional: 44,73s para el palentino; 44,69s para Bruno Hortelano. “Fue una tarde mágica, en la que se alinearon las estrellas”, recuerda Husillos, siete años después. Salieron las cosas perfectas, más para él que para mí. Se llevó el récord por cuatro centésimas, pero lo primero que hice fue ir a abrazarlo porque sabía que ambos habíamos bajado de 45s”.

Un mes después, en un Getafe que ardía, ola de calor, al mediodía de un 22 de julio, Hortelano dejó el récord español de 200m en 20,05s. Corrió más que nunca. Sin límites.

Pero sí los había, los límites, y los encontró dolorosamente en Berlín en agosto, en los campeonatos de Europa que se disputaron en el estadio olímpico construido en 1936. Quedó cuarto (20,05s), a una centésima de la plata en la final de los 200m que se llevó el turco Guliyev con 19,76s (el tercer clasificado, el suizo de origen jamaicano Alex Wilson, fue posteriormente suspendido 14 años por dopaje). Hortelano estaba designado como anchor, último relevista, en el equipo español de 4×400. Llegó eufórico, fuerte, espléndido a la gran cita. El relevo es la disciplina que más se cotiza en las universidades de Estados Unidos, la sangre que anima a los equipos. “Antes de la final, en la pista de calentamiento, Bruno no quería que los testigos estuvieran en el suelo, porque decía que daba mala suerte, y yo tengo la costumbre de jugar con él tirándolo al suelo para que rebotara y cogerlo cuando sube hacia arriba”, recuerda ahora Husillos, compañero allí, en el vestuario de Berlín, como descubriendo aquel detalle premonitorio, pues Hortelano, en la final, cogió el testigo de Samuel García en primera posición, y tuvo una arrancada tan atómica que en nada aventajó en 20 metros a los perseguidores, el británico Rooney y el belga Kevin Borlée. Nadie dudó de que España va a ganar. Qué exhibición. Luego, el frenazo. Agotado, Hortelano empezó a decaer. Bloqueado por el lactato, era un tronco. En los últimos metros le superan el belga y el británico. España obtuvo un bronce amargo.

Poco después, cambió de entrenador. Pasó a trabajar en Madrid con Pedro Jiménez Reyes, pero apenas corrió entre 2019 y 2021. Hortelano ya era padre (su hijo tiene dos años), ya tenía otra vida. Ya se había cansado de pelear con las lesiones que le mantenían a medias, casi cojo, desde la primavera de 2022, cuando rindió su último servicio al atletismo en la conquista de la medalla de plata en los Mundiales de pista cubierta de Belgrado en el relevo junto a Manuel Guijarro, Bernat Erta e Iñaki Cañal.

Es el atleta que fue mucho, el mejor velocista español de la historia, y que pudo haber sido mucho más.



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