La gente escribe, porque la gente tiene muchas cosas que contar y con las que asombrar al mundo, y cuando la gente acaba de escribir manda esas cosas para ver si se las publican. Es un comportamiento natural del ser humano, casi una necesidad fisiológica, el orden correcto del mundo (editorial). Los que las publican, las editoriales, y los que tratan de que las editoriales las publiquen, las agencias literarias, reciben decenas, cientos, miles de manuscritos de escritores de toda clase, rango y condición que esperan ser bendecidos con el beneplácito de los que detentan el criterio. Ser ungidos por los cálidos mecanismos de la imprenta. Brotan como flores, surgen como hongos. Son los manuscritos no solicitados. Muchos los llamados, pocos los elegidos.

“Recibimos todo el tiempo manuscritos, ya sea por la web, por mail o físicamente, folios encanutados. Algunos hasta diseñan la cubierta, como para ahorrarnos trabajo. O mandan su libro autoeditado, como si eso aumentara las posibilidades de ser seleccionado”, dice María Fasce, directora literaria de Alfaguara, Lumen y Reservoir Books. Suele existir la creencia de que mandar un manuscrito a una editorial equivale a tirarlo a la basura, pero, buenas noticias, resulta que las editoriales los tienen en cuenta.

La editora María Fasce posa en Madrid, el 12 de febrero de 2025.

Fasce asegura que en sus sellos se da respuesta a todo. Eso sí, las posibilidades son remotas. Más que tirarlo a la basura, mandar un manuscrito no solicitado es como lanzar un mensaje al mar en una botella. Puede llegar a puerto, pero solo empujado por corrientes muy favorables. Y eso que en España se publican, entre todo tipo de artefactos librescos, unos 90.000 títulos al año. Algunos autores inéditos tratan de llamar la atención en medio de todo este jaleo: envían grandes cajas decoradas o camisetas de merchandising. Todo vale por sacar la cabeza.

El escritor Miguel Alcázar acaba de publicar el libro Manuscritos no solicitados (Jot Down Books). En él recopila precisamente esos textos que las editoriales rechazan y que forman una especie de literatura paralela, la literatura que pudo ser y no fue. Así se encuentran textos muy diversos: un plagio involuntario de Las ciudades invisibles de Italo Calvino, o una novela escrita con ChatGPT, o una protagonizada por anillas, martillos y arandelas u otra basada en las peripecias de los habitantes del número 13 de la Rue del Percebe creados por Ibáñez. En otra, Federico García Lorca se salva de la muerte, pasa a la clandestinidad y desde allí lidera la lucha antifranquista.

El escritor Miguel Alcázar, autor de 'Manuscritos no solicitados' (Jot Down Books).

La verdad es que son ideas brillantes, pero hay que tener en cuenta un pequeño detalle: Alcázar se ha inventado estos textos, en un ejercicio literario propio de Borges o Perec. Y hay quien, en redes sociales, ha caído en la trampa y ha estallado en cólera contra el autor por difundir estos materiales, una práctica que consideran humillante. Tampoco es raro: Alcázar juega a la confusión, como también hacía con las críticas literarias inventadas de su anterior libro, La crítica literaria en los años 90 (La uÑa RoTa). “Son un homenaje a los soñadores, a la gente apasionada, a aquellos a los que se le ha jodido la vida por la literatura”, dice el autor. No hay que perder la esperanza, aunque un rechazo editorial puede tocar mucho la autoestima y las narices: James Joyce, George Orwell o Marcel Proust también fueron rechazados.

A pesar de la invención, Alcázar conoce bien ese mundo porque fue lector externo para editoriales. Son las personas que leen los manuscritos y les dan (o no) su visto bueno para su consideración por parte de la editorial. La primera criba. Y Alcázar tiene el orgullo de haber dado paso a algunos libros de autores como Sergio del Molino o Patricio Pron. “Se trata de hacer un informe serio, con una valoración comercial, otra literaria… Pagaban unos 80 euros por libro. Pero para que veas que hay cierta arbitrariedad, a veces le pasaba los manuscritos a mi pareja para, bajo mi nombre, poder abarcar más material”, cuenta. “Los manuscritos que llegan suelen ser aburridos, o normales, o mediocres… Pero eso no es muy diferente de la mayoría de lo que se publica”, señala.

Todos los libros tienen algo bueno, aunque sean malos

Curiosamente, los lectores editoriales están expuestos a diversos materiales literarios de dudosa calidad que quizás no sean los más saludables para formar el gusto. “Nunca he leído peor que cuando estuve de lector editorial”, dice Alcázar, “los que deciden lo que se publica llevan con ellos ese bagaje de mala literatura. Pero, bueno, igual es hasta beneficioso. Como dijo Cervantes, no hay ningún libro que no tenga algo bueno, por malo que sea”.

Las agencias literarias, esas que median entre autores y editoriales, también reciben manuscritos. “Es una locura, recibimos unos 25 de media cada semana”, dice Palmira Márquez, directora de Dos Passos. El género que más se les aparece es el thriller. A pesar de que en su web comunican que ya no aceptan más, hay escritores que se presentan corpóreamente en la agencia para pedir una cita. En su caso, no les da la vida (laboral) para responder a todos. Eso sí, prestan especial atención a esos que les llegan de editores que no les ven cabida en su sello (pero puede que sí en otros) o recomendados por los escritores representados por la agencia (que llegan casi al centenar).

Palmira Márquez, directora de la agencia literaria Dos Passos.

Los criterios de publicación no son estrictamente literarios. Los libros que contengan una intrahistoria, que puedan generar una noticia o que se dediquen a temas de actualidad tendrán más posibilidades de ser publicados. Además, muchas veces las editoriales no buscan un texto, sino un autor: alguien con relevancia, con seguidores, con una personalidad singular. Con un perfil. La industria editorial es una industria, no un museo.

¿Se escribe cada vez más? “Vamos a más, hay una incontinencia tremenda. Mucha gente piensa que tiene una vida suficientemente interesante para ser contada, pero al final nuestras vidas son todas bastante anodinas. Afortunadamente, hoy se compran muchos libros en España”, dice Márquez.

En Anagrama, reciben anualmente entre 600 y 1500 textos silvestres. “Hace un par de años decidimos pausar la recepción de manuscritos no solicitados porque nos resultaba muy difícil mantener un plazo de respuesta razonable. Estamos trabajando en un formulario web que nos permita reactivar y digitalizar el sistema de recepción”, dice la editora Ana Rodado. Los manuscritos recibidos se registran y revisan antes de pasar al comité de lectura, que prepara un informe. Si el informe resultante es positivo, lo lee una editora de la casa.

Fichajes inesperados

“Existe el malentendido de que los editores no miramos nada, y que tenemos un nuevo Ulises sobre la mesa y no nos damos cuenta”, dice Fasce. Sin embargo, como señala, hoy es más fácil que nunca detectar talento: se puede rastrear en las redes sociales, en la prensa, por el boca a oreja, por las múltiples vías en las que un autor puede llegar hoy a las editoriales. El primer descarte también puede ser fácil para los que deciden: a veces basta con ver cómo se presenta el escritor en su mail o en su carta de presentación, o la temática del proyecto o la lectura de las primeras páginas.

María Fasce dice que, en 32 años de profesión, no ha hallado demasiado material publicable en la avalancha de manuscritos que llegan a su mesa. En otros casos sí que aparecen: la agencia Dos Passos fichó de esta manera a autores como Alba Carballal o Daniel Remón. Durante cuatro ediciones ideó una forma de canalizar esos manuscritos mediante el premio Dos Passos a la primera novela, que publicaba Galaxia Gutenberg y que ganó, por ejemplo, Daniel Jiménez con Cocaína.

Esther García Llovet, escritora, fotografiada en Plaza de Colon, Madrid en enero de 2022. Entró en Anagrama mandando su manuscrito.

En Anagrama entraron autores de la talla de Alejandro Zambra, Juan Pablo Villalobos o Esther García Llovet. “Estuve mandando mi novela Submáquina durante seis años a diferentes editoriales y muchas hacen esa cosa tan española que es que no te dicen que no, no te dicen nada, y entonces yo esperaba y esperaba”, cuenta García Llovet. “También guardo cartas de rechazo que son elegantes y muy explícitas, como para ponerlas en un marco”, añade. Como se hartó de este mundo, de los constantes intentos por publicar dándose con la cabeza contra un muro, escribió un libro con un título muy apropiado: Cómo dejar de escribir. Hizo un último intento.

Un 28 de diciembre, Día de los Inocentes, recibió una llamada: “Señora García Llovet, ¿quiere hablar con el señor Jorge Herralde [entonces editor de Anagrama]?”. La escritora pensó que era una inocentada. Pero no lo era. Desde entonces, ha publicado cinco novelas en Anagrama, con muy buena acogida, que han construido el extraño universo de lo llovetiano. “Publicar es muy complicado, sobre todo si no conoces a nadie de las editoriales. Aunque ahora hay más editoriales que cuando yo empecé, editoriales indies, muy buenas. Y me alegro un montón”. Un final feliz.



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