Tienen que pasar tres días para que Pablo Ibáñez tenga su momento de soledad en el coche y rompa a llorar “como una mona” cuando suena Tunnel of Love, el tema de Dire Straits que ilustra su túnel desde que perdiera en los últimos 50 metros el Trail Camí de Cavalls tras 185 kilómetros rodeando en cabeza Menorca en 2024, el precio de una deshidratación extrema que estuvo cerca de requerir diálisis en sus riñones. Aquel vídeo fue viral, pero él no necesitaba las imágenes, tenía el fantasma en el cerebro. No podía escapar del drama, así que se enfrentó a él. Y venció el pasado sábado la edición de 2025, abriendo con rabia la puerta típica de la isla que sirve de meta. “No te puedes imaginar la liberación”.

Ibáñez, de 33 años, descubrió el trail cuando Kilian Jornet imponía su hegemonía en UTMB acompañado de Tòfol Castanyer, el mallorquín que ostenta el récord del Trail Camí de Cavalls. Es un alternativo, así que se hizo fan de Anton Krupicka, un corredor estadounidense que ilustra su estilo. “Era llevarlo todo al mínimo. ¿Qué hace falta para correr? Unas zapatillas y un pantalón, y para que no nos miren mal”. El bidón en la mano, sin mochilas. Y, siempre que la temperatura lo permite, corre sin camiseta. Un estilo aventurero que invitaba a largas distancias. También sus cualidades: su gestión del ritmo, su zancada corta de mucha cadencia.

Pablo Ibáñez durante el Trail de Menorca.

Debutó en los 67 kilómetros de la EH Mendi Erronka de 2016. “Me retiré en el kilómetro 30 y pico con unos calambres horrorosos, un pardillo absoluto, no sabía ni lo que eran las sales minerales”. Tan mal salió que tardó seis años en ponerse un dorsal: eso sí, fue cuarto en otro ultra, los 70 kilómetros de Canfranc. El reenganche lo propició un amigo, Raúl Macarro, campeón vasco de ultras, que le dijo: “No dejes pasar la oportunidad de que te entrene alguien porque creo que puedes hacer esto bastante bien”. Las primeras pautas y sueños como el Tor des Géants, una broma de 330 kilómetros por el valle de Aosta. En la búsqueda de retos intermedios, apareció el Camí de Cavalls.

Y se fue solo desde el primer kilómetro. “Iba totalmente de tapado, cuando pasé los primeros avituallamientos la gente no me ubicó como primero”. Tuvo que pasar el kilómetro 50 para que llegara a un punto de control con speaker y desvelara su identidad. “Hay un chaval que nadie sabe quién coño es que tiene al segundo ya a 20 minutos”. Calcando los tiempos del récord de Tòfol hasta la hora 14 de carrera. “De pronto, llega la noche, se me cierra el estómago y empiezan los problemas. Me daba náuseas el agua, un gel, el dulce, simplemente pensar en ingerirlo. La cabeza dice que no y ya está”. A falta de casi 60 kilómetros para meta. “Era una situación nueva para mí, así que yo seguí tirando a un ritmo bastante decente”.

El colapso empezó en Cala Galdana: “Meaba color coca-cola”. Porque solo pegaba sorbos en algún avituallamiento y bebió menos de un litro en las últimas seis horas de carrera. Y nada de comida. Pero iba en cabeza. “¿Cómo no vas a seguir? No es que estés decimoctavo. Y me decían que tenía mucho margen”. Trotó mareado hasta el amanecer. “Y a partir de ahí, ya se me hizo eterno. Desorientación absoluta. Correr 40 metros y tener que parar para caminar. En cuanto había cuatro piedras ya no me coordinaba. Estaba absolutamente vacío”. Con la compañía de los cámaras, que le animaban: “Tranquilo, que está muy lejos, no te pilla”. Pero media hora de ventaja se evaporó en los últimos 12 kilómetros, imaginen la marcha fúnebre.

Cuando llegó a Ciutadella, le alcanzó una segunda bici y le dijo que el francés Antoine Guillon estaba en la rotonda. “¡Pero si la acabo de pasar yo! Por más que me recortara, entendía que iba a entrar en meta con 10 o 12 minutos. Ya era muy tarde para salvarlo”. Aceleró, lo que en ese momento significaba correr a un ritmo sedentario de 5m30s por kilómetro. “Le veo pasar por la izquierda como un avión y la cabeza se me apagó, como si tuviese un interruptor. Me eché a llorar, pero ya no era consciente ni de dónde estaba, tengo lagunas de memoria”. Camilla y al hospital: rabdomiólisis severa. O “destrucción muscular bestia por falta de todo”. Células que pasan a la circulación sanguínea rumbo a la orina. “Los riñones estaban muy comprometidos, lo normal es tener que recurrir a una diálisis. No hizo falta, por suerte, porque me metieron suero a chorro, como si fuera una manguera de gasolinera”. Pero quedó la cicatriz del orgullo. “Esto hay que arreglarlo el año que viene”.

Pablo Ibáñez durante la carrera Trail de Menorca.

Volvió a correr tres semanas después. “Me asusté mucho, me dolía todo y había daño neuromuscular. Veía un bordillo y no sabía qué hacer. ¿Cómo se levanta la pierna?” De vuelta a Menorca, ya no era un desconocido, sino el más querido por el público, ventajas del drama. Llegó con las tareas hechas, con un 45% más de entrenamiento. “Mi plan era competir contra mi fantasma del año pasado. Déjale ir, que ya sabes cómo fue el final. Sé que puedo con él, por criminología pura”. No se puso en cabeza hasta la noche, pero cuando se cruzaba con su padre o su novia en los avituallamientos no preguntaba por los perseguidores, sino por los tiempos del fantasma. Y el estómago aguantó: “Me plantaron un plato de pasta y patada cocida en la cara. Déjate de geles”.

No pasó nada. “Yo tenía siempre la mosca detrás de la oreja, pero ni un calambre”. Hizo 18h19m50s, 35 minutos más rápido que el fantasma. Y dos horas de ventaja con el segundo. Y volvió al lugar del crimen, al punto en el que su cerebro se apagó. “Mucha rabia. Ahí, inconscientemente, empiezo a esprintar, como para desquitarme. Voy a hacer el tramo del vídeo bien. Me lo he ganado”.



Source link