La Agenda de Protección del Lobo Guará, el mayor cánido de Sudamérica y una especie en peligro de extinción, nos obligó a replantear la generación de renta para agricultores pobres en Brasil. Era 1991, aprendía con mi padre a hacer proyectos de sostenibilidad con comunidades en remotas selvas de Torreões, un municipio a 200 kilómetros al norte de Río de Janeiro.
Aunque compartíamos la Agenda del Guará, al diseñar e implementar sus estrategias de protección, la administración pública, las ONG y universidades no se acercaron lo suficiente al terreno. El contacto que establecieron con los agricultores —actores clave para proteger el lobo— fue insuficiente. Como resultado, nos fue imposible convencerles para que colaboraran con la agenda del lobo.
Esta fue mi primera experiencia con el fenómeno Torre de Marfil: la desconexión entre quienes diseñan agendas y quienes viven los retos a resolver. En ese entonces, a mis 16 años y como amante del lobo, me desconcertaba que los agricultores, cuyo conocimiento admiraba, no colaboraran con los ecologistas, a quienes respetaba por su compromiso con la naturaleza. Nunca habría imaginado que, años después, seguiría viendo este mismo fenómeno minando proyectos y agendas de sostenibilidad en el marco Europa 2030.
Las agendas participativas, como impulsoras de la colaboración
La Agenda 2030, con sus 17 objetivos y 169 metas, es concebida para habilitar la colaboración necesaria para un futuro sostenible. Las agendas son realidades intersubjetivas, acordadas entre grupos, organizaciones, personas. Son narrativas que alinean imaginaciones y percepciones; comunicando el propósito común acordado, apuntalándolo y recordándolo. Pero lo más importante aquí: las agendas son un pilar clave para habilitar colaboración.
Según las Naciones Unidas, la Agenda 2030 supera a su predecesora, los Objetivos del Milenio. Sobre todo, porque habría sido concebida de forma más participativa, involucrando comunidades en situación de exclusión social, como las favelas, los jóvenes o los agricultores. Pero, ¿estaría gestionado el fenómeno Torre de Marfil?
En las comunidades se lidia constantemente con emociones a flor de piel de una forma que solemos ignorar cuando llevamos propuestas diseñadas en contextos formales
Estas comunidades viven en primera persona los retos para un futuro sostenible: pobreza, acceso a la educación, emancipación o la producción de alimentos en un mercado global “libre” y un clima cambiante. Por ello, su participación directa es un pilar fundamental.
No obstante, como señala la socióloga estadounidense Sherry Arnstein, quien popularizó la expresión “escalera de participación ciudadana”, participación verdadera implica compartir poder, lo que requiere acercamiento. A menudo, como ocurrió en el caso del Guará en 1991, la Agenda 2030 y sus proyectos de sostenibilidad se diseñan e implementan sin involucrar a las comunidades.
Además, las entidades que crean e impulsan la 2030 y sus proyectos de sostenibilidad tienden a considerar las comunidades como un simple actor más, siendo distantes al terreno. Imparten formación bajo esta percepción errónea, germinando proyectos ineficaces e impactos negativos. No consideran que, a diferencia de los actores formales (como empresas u ONG), los representantes comunitarios (si los hay) no suelen ser remunerados ni tener agendas o argumentos estratégicamente alineados. Enfrentan en primera persona retos urgentes de subsistencia y sistemas jerárquicos diferentes tales como el narcotráfico, como es el caso de las favelas. En las comunidades se lidia constantemente con emociones a flor de piel de una forma que solemos ignorar cuando llevamos propuestas diseñadas en contextos formales. En términos empresariales: la orientación al cliente de estas entidades es muy deficiente.
Consecuentemente, esta falta de empatía y orientación a las personas de las comunidades no alinean imaginaciones y percepciones. La colaboración no está habilitada y los sentimientos de falta de representatividad, frustración, enojo o miedo suelen aflorar entre las personas porque su conocimiento no es considerado en los proyectos diseñados para mejorar sus vidas. Finalmente, se desconectan, desvinculan y desconfían de la 2030 y los proyectos de sostenibilidad. Podrían incluso llegar a romper con organizaciones que abanderan la Agenda 2030 y apoyar a sus detractores, como algunos partidos políticos que promulgan discursos preiluministas, ilusoriamente patrióticos y religiosos, y anticiencia.
Una agenda distante del terreno puede contribuir a teorías conspirativas
Después de los agricultores de Torreões, continué trabajando en zonas económicamente pobres de África, Asia, Américas y Europa orientando multinacionales al cliente a través de sus proyectos de sostenibilidad y emprendiendo. Valorar y admirar los conocimientos informales de las comunidades, sobre el terreno, fueron pilares de diferenciación.
Siempre pregunto sobre las agendas relacionadas con los proyectos. Desde el lanzamiento de la Agenda 2030, en numerosos diagnósticos que realicé en más de 800 entrevistas, el 78% desconoce qué es la sostenibilidad. De los que la conocen, el 93% la percibe como algo ajeno a sus realidades y el 95% desconoce la Agenda 2030. De ese 5% que la conocen, nueve de cada 10 la percibe como algo distante, propio de políticos, empresas, universidades. Muy en línea, el Havas Institute concluye, basado en más de 395.000 entrevistas en el mundo, que la sociedad no confía en la sostenibilidad.
Para un futuro sostenible necesitamos una agenda de proyecto común como humanidad. Necesitamos capacidad de parar la vorágine cacofónica de pensamientos, entender el contexto con más rigor
Este distanciamiento de las personas contribuye a que gane popularidad la idea de que hay fuerzas de poder con agendas ocultas conspirando y manipulando la 2030. Aunque esto puede ocurrir en cualquier agenda, aumenta la percepción de que existe un plan de globalización organizado y coordinado, disfrazado de Agenda 2030, para tomar el poder. Nada más alejado de la realidad.
Es improbable que exista un grupo específico capaz de articular coordinadamente nuestro caótico e inédito tablero de juego. En el último lustro ha irrumpido un desorden global complejo y vertiginosamente cambiante. Encima, personajes como Donald Trump y Elon Musk, paradójicamente, terminaron por destapar la falta de autenticidad de organizaciones que abanderaban la Agenda 2030 y retroceden a toda velocidad ante el cambio político en EE UU. Todo esto es extremadamente volátil, artificialmente “inteligente”, impredecible, inestable; poco organizable y difícilmente dominable por pocas mentes u organizaciones.
La élite tradicional, que según los que creen la conspiración manipularía la Agenda 2030, pierde progresivamente su identidad. Está fracturada, polarizada, frustrada y temerosa. Llegan al poder nuevas élites, contra-élites y anti-élites, incluyendo élites algorítmicas que generan conocimientos para humanos que los adoptan sin comprenderlos. En tiempos de inmediatez, las teorías simplistas y las agendas conspirativas ganan terreno en todos los espectros políticos. Integrantes de la sociedad, necesitados de identidad, se dividen bajo agendas personalistas de “istas” e “ismos”, construyendo identidades basadas en barreras de rabia y división mientras el poder es concentrado. Todo ello cuando todavía nos falta lenguaje para definir el contexto actual. Por ejemplo, neoliberales como Trump y Musk ahora son intervencionistas y antiglobalización. Es tal el desorden que nos falta lenguaje para describirlo. Ya pueden imaginar entonces la capacidad que se requiere para controlarlo. ¿Y qué pasará cuando ya no sepamos si las narrativas de las agendas las crean los humanos?
En este caos inédito, cada vez menos comprensible por inteligencias orgánicas, la lucha por el poder se vuelve amorfa y difusa. Se desvanece la capacidad de pensar colectivamente y colaborar. El distanciamiento del terreno, de agendas que pueden ser fundamentales, puede impulsar Agendas del “me first” (yo primero), que ganan popularidad como en comedores de guerra.
Para un futuro sostenible necesitamos una agenda de proyecto común como humanidad. Necesitamos capacidad de parar la vorágine cacofónica de pensamientos, entender el contexto con más rigor, respetar el conocimiento “del otro”, y escuchar y conversar, aunque discrepemos. Así somos más capaces de colaborar, sobre todo con las personas que viven los retos para una sostenibilidad más auténtica en sus pieles. La distancia de las personas allana el terreno para los extremismos. Cuanto mejor nos vaya a todos, mejor nos podrá ir a cada uno.
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