Es difícil la posición de Evelyn Matthei. Es candidata presidencial hace al menos dos años y se impone en todas las encuestas. Suena bien, pero en este Chile revuelto y cambiante, donde las polémicas y los errores están a la orden del día, liderar los sondeos se vuelve un lastre pesado. De ahí que su candidatura siempre esté en riesgo: no tiene que buscar ganar, sino evitar caer en adhesión.
Como si fuera poco, se transformó en el blanco permanente de los ataques de quienes la flanquean. El Gobierno, con un disimulo apenas cubierto, responde cada vez que puede a sus afirmaciones, obligándola a un desgaste diario que la expone a cometer errores. Por la derecha, Kaiser y Kast la llevan a hacer gestos a veces absurdos para encantar al electorado duro, con el riesgo de perder el paso a la segunda vuelta en el intento. Por otra parte, su propia coalición ha mostrado un desorden permanente y con poca claridad respecto a qué significa ser el conglomerado mejor aspectado para ganar las elecciones. Lo ejemplifican la pelea entre Felipe Kast y Manuel José Ossandón por la presidencia del Senado, así como la insólita decisión de avanzar (y luego retroceder) en una primaria presidencial cuando el tema estaba cerrado.
No se puede decir que este cuadro sea una sorpresa a estas alturas. Son, de hecho, condiciones políticas que se han mantenido relativamente estables desde hace tiempo. Lo realmente sorprendente es que Matthei y su equipo no hayan preparado una estrategia para un escenario que siempre se supo complejo. Dicho sea de paso, no hay motivos para creer que esas condiciones vayan a ser mejores que las del último lustro.
Por lo mismo, necesita un cambio: Matthei necesita ser una candidata —y, si gana, una presidenta— radical. Por la magnitud de los desafíos del país, no es suficiente ofrecer una mejor Administración que la que se acaba. Eso es lo mínimo. La vara está demasiado baja: luego de la Administración Boric, pareciera bastar con tener un director de Presupuestos que no sea noticia por sus errores recurrentes, o un equipo jurídico que pueda visar la legalidad de lo que firme.
Lo que se echa de menos en Matthei es un plan audaz. Es en este sentido que uno espera mayor radicalidad. No se trata de la estridencia y el gritoneo cargado a la motosierra o al insulto, volver a discutir sobre la pena de muerte o el golpe de Estado, menos cuando se hace mediante argumentos débiles o improvisados. Esa estridencia puede ganar votos, pero es poco eficaz para gobernar en las condiciones actuales.
Por paradójico que suene, José Antonio Kast le dio una pista valiosa. Con el anuncio de su plan Renace Chile, levantó un tema sobre el cual se habla mucho y se trabaja poco. No alcanzo aquí a evaluar los méritos concretos de la propuesta, pero sí a mencionar dos corolarios: uno, que no basta con decir que algo es importante; se requiere un diagnóstico fino sobre el problema y un plan detallado para enfrentarlo. En otras palabras, detectar problemas y proponer respuestas con audacia, no con lugares comunes. Segundo, que para que ese plan sea creíble, se deben construir condiciones políticas para que la discusión se dé en serio (probablemente una de las dificultades de los republicanos en este respecto).
Chile Vamos tiene capacidades y algo de credibilidad para hacerlo, y extenderlo a otros ámbitos. Ofrecer enmendar el rumbo, por ejemplo, mediante una propuesta sólida respecto a permisos para realizar proyectos: qué trabas existen, dónde se localizan, cómo y cuándo se van a resolver. Lo mismo para el empleo público y la modernización del Estado (no basta con amenazar con despedir empleados a mansalva); en reactivación económica (de nuevo, exceder la idea de echar funcionarios públicos y bajar impuestos); mejorar la función de las policías e inteligencia —más allá de apoyar, y anunciar mayor dotación— o de invertir bien en mejorar las cárceles, hoy una playa de descanso para seguir delinquiendo.
En lugar de mantenerse respondiendo a los emplazamientos de sus competidores, Matthei tiene salir a jugar el partido antes de que sea demasiado tarde. No vaya a ser que llegue a una segunda vuelta o, peor, al Gobierno y se encuentre con que el viento de cola y los eslóganes no bastaban por sí solos.
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