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Lo dice alto y claro Carlos Alcaraz: él ha venido aquí, a esto del tenis, para pasárselo bien. En busca de la idealidad que probablemente nadie haya encontrado todavía (¿quizá Roger Federer?) entre eso del placer y el triunfar a partes iguales en un deporte que acostumbra más al sufrimiento y al desgaste que al recreo. Un gusto lo de este partido diferente. Colabora Fabian Marozsan, un húngaro de 25 años (56º) que también concibe el tenis como lo que es, en el fondo un juego, y así se aplican los dos. Poco más de dos horas (2h 08m) de entretenimiento y adecuado desenlace para el español, clasificado para la tercera ronda de Roland Garros gracias al 6-1, 4-6, 6-1 y 6-2.
“Perdona, Mats…”, se dirige al sueco Wilander, quien ya daba por finalizada la entrevista. “Solo quiero decir una cosa más: ¡Po-po-po-po-po-po-po-po-ro-ro-roooo!”, se arranca. “¡Ooooole!”, remata el público, Chatrier llena y todos entusiasmados: sí, se lo han pasado muy bien. Y de eso se trata, piensa Alcaraz, con las sienes y la nuca rasuradas por el corte de pelo, y la camiseta a rayas del chico que ha ido al campamento de verano. “Ha sido un gran partido”, expone pese a haber tenido un desliz. “Me encanta jugar aquí”, prosigue. “¿Y disfrutas todo el rato, como lo parece?”, le plantea Wilander. “A veces hay que sufrir, pero la sobre todo me lo paso bien. Solo pienso en jugar, nada más”. Se encontrará el viernes con Mpetshi Perricard o Damir Dzumhur.
Ahí abajo hay dos tipos a los que les gusta divertirse. Y ya lo advertía Alcaraz el lunes: “Habrá dejadas, será entretenido”. Vaya que sí. Intercambios y puntos de todos los colores bajo la cubierta de la Chatrier, donde suena a ratos el golpeo de la lluvia sobre las escamas y donde todo el mundo se lo pasa pipa. De ahí las voces de los niños, hay ganas de fiesta: “¡Cag-los, Cag-los, Cag-los!”. ¿Que tienes ganas de pasártelo bien? Yo aún mejor. De virguero a virguero, imaginación al poder. Quizá no llegue demasiado lejos Marozsan en esto del tenis, pero merece la pena verle jugar. No escatima en la propuesta ni en adornos, buscando todo el rato lo bonito, el juego al gato y al ratón.
El tenis, no obstante, exige de mucho más. Ya se sabe. Se agradece el espíritu lúdico del húngaro, pero al disfrute le debe acompañar lo sostenido y su tenis chispeante sube y baja como la espuma. Ahí es por donde Alcaraz pone tierra de por medio y devora el primer parcial, ejecutado a pleno rendimiento por el murciano. Sin embargo, acaba dejándose llevar por la dinámica —demasiado golosa, demasiado tentadora para un espíritu hedonístico como el suyo— y, a fuerza de querer gustarse, sufre un resbalón; sin importancia, no termina pesando, pero le cuesta un set. Demasiado apetecible el paisaje que le propone el adversario, un trilero, el jugueteo.
Se aleja Alcaraz durante un rato del realismo de la competición y regresa a sus orígenes, a aquellos partidos de la infancia en los que era tan abrumadoramente superior y terminaba despistándose. A ver quién lo hace más bonito, a ver quién la corta más, a ver quién dibuja el ángulo o el escorzo más complejo. A cada floritura, una réplica todavía más retorcida. Efectivamente, mucha dejada y mucho globo, mucho correteo y un tuya mía que en su día (Roma, hace dos años) sorprendió al de El Palmar, que no esta vez. Se entrega a la bacanal, pero recibido el toque de atención, recupera la marcha militar del principio y va poniéndolo todo en su sitio, como si aquí no hubiera pasado nada.
Le miran desde el box y él, cara de pillo, ramalazos de crío todavía, viene a decirle a los suyos que la ocasión bien merecía el morder la manzana, que en realidad lo ha tenido ahí también —se le esfuman hasta cinco bolas de break en esa segunda manga que concede— y que enseguida lo arregla. Ya sabéis cómo soy. Así sucede. El turbo otra vez, otra descarga decidida y línea recta hacia la victoria, no sin ponerle un poquito más de sal al tema. La grada saborea ese revés escorado que tira y que sortea la malla por el lateral, entre el poste y la silla del juez, y también ese puñado de carreras que abortan cualquier intento del húngaro de llevarse el aplauso. Lo merece Marozsan, en todo caso.
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