Un ingeniero norteamericano dijo una vez: “Quien construya un rascacielos que dure más de 40 años es un traidor a la industria de la construcción”. El escritor mexicano Carlos Fuentes recogía esta cita en un breve cuento titulado El que inventó la pólvora. Un cuento mágico en el que los objetos se rompen, se derriten, se resquebrajan una vez se utilizan y todo se convierte en polvo y en olvido cada vez más rápido, hasta que su uso posible se reduce a fracciones de segundo. Así, las personas aceptan que tienen que vivir y trabajar, en esencia, para sustituir unos objetos por otros en una rueda consumista sin fin.
La renovación continua de los artículos en el cuento de Carlos Fuentes es lo que aseguraba la vida, así como en el fútbol la nueva temporada llega para que uno pueda resarcirse de la anterior. Ser consciente de esto es casi más duro cuando se gana que cuando se pierde. Los días que mi equipo me inunda de alegría me suele dar por pensar en cómo será cuando este sueño se acabe. Todos tenemos partidos en los que querríamos quedarnos a vivir y sin embargo no podemos porque la ola nos arrastra hasta el fin de semana que viene. Solo algunos valientes como Toni Kroos han sabido bajarse del barco en la victoria, antes de estrellarse. Probablemente a Kroos, si se hubiera quedado, después de esta nefasta temporada del Real Madrid, el madridismo hoy en lugar de echarle de menos le echaría de más.
El aficionado en cambio no goza de esa posibilidad porque es imposible huir de uno mismo. A nadie se le ocurre decirle a sus amigos: “Chicos, dejadme solo. Iros sin mí al próximo campeonato. No quiero saber más del equipo, yo me quedo en esta alegría para siempre”. Hay equipos, por el contrario, acumulando tal dosis de sinsabores que cuando por fin suceda la victoria, sabe Dios que el mundo podrá acabarse que ellos ya morirán tranquilos. Aunque sabe Dios que el mundo nunca se acaba.
El fútbol seguirá siendo el ruido de fondo de nuestras vidas, ese del que no te das cuenta hasta que alguien te anuncia que Luka Modric deja el Real Madrid como si te estuviera contando que nos invaden los extraterrestres. El rascacielos Modric parecía que nunca podría derrumbarse hasta que lo hizo. El mundo ha cambiado definitivamente al comprobar que la primera vez que viste a Modric aún estabas en el instituto y ahora estás a las puertas de ser padre. Un golpe casi mortal. El derrumbe del rascacielos Modric se ha postergado casi hasta los 40 años. Tal vez Florentino Pérez es hijo predilecto de ese ingeniero norteamericano y no lo sabemos. “Cuarentones, no”, le debió de decir al nuevo míster, Xabi Alonso.
Puede que en el fondo esté bien que las olas nos arrastren, que nos traigan y nos lleven de partido en partido, a veces ganando, a veces perdiendo, pero siempre con tu jugador favorito sobre el terreno de juego. Por eso cuando se marchan hay clubes que andan tan perdidos, como si parte de su identidad hubiera sido arrebatada. No se puede sustituir a un ídolo como quien pasa de una jornada a otra. Ese golpe es más duro que cualquier temporada nefasta.
El viernes un amigo me confesó un secreto. Él tenía 22 años y tenía que comprar unas gafas de natación. Vivía en Bilbao y sabía —eso le habían dicho— que Telmo Zarraonandia Montoya, más conocido como Zarra, el goleador histórico del Athletic Club, tenía una tienda de deportes en la ciudad, llamada, como es lógico, Deportes Zarra. Cuando el chico llegó después de haber cruzado toda la urbe, Telmo Zarra —el mayor ídolo de su padre, al que el hombre había escuchado marcar goles en el Mundial de Río desde una radio que sacaban a la calle en el pueblo— estaba allí, visiblemente aburrido, “como viendo pasar la tarde”, sentado en una silla al lado del mostrador. Ni siquiera le pidió un autógrafo. Saludó, pagó las gafas y se marchó para decirle a su padre que la leyenda no les había traicionado, que aún estaba viva, y que se podía ir a visitarla como quien entra 40 años después en el edificio abandonado de la infancia, ese que no hace falta que funcione para que te guste vivir en él.
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