Los ensayos (Max) es la serie más rara, irritante, desubicada, incomprensible y estrambótica del cartel actual. Acaba de empezar su segunda temporada, pero yo me he subido ahora, aupado por el entusiasmo de Nacho Vigalondo. En una cartelera homogénea y conservadora, llena de series previsibles y de ficciones sobreexplicadas y premasticadas, este coso salido de la cabeza desquiciada y repeinada de un judío canadiense llamado Natham Fielder es una alegría grande, un islote de libertad y vandalismo narrativo que desborda los límites del humor, de la lógica, de la verosimilitud, de los géneros, del buen gusto y de las expectativas razonables. Sorprende que exista algo así en un mundo tan hostil a la ironía y la ambigüedad. No la recomiendo para los que llaman pan al pan y vino al vino. Tampoco para los que gustan de verle los plumeros a la gente y necesitan saber de qué palo van los demás. A Los ensayos se entra desarmado de prejuicios o no se entra.

No sé de qué va la serie. O sí lo sé, pero para explicarlo necesitaría mucho más hueco del que me cede amablemente El País cada domingo en esta página. La cosa va de un experimento, de vivir la vida como si fuera un reality, con actores y decorados que permiten ensayar las experiencias antes de ejecutarlas en la realidad. A partir de esa premisa, la serie avanza o se desmorona hacia lugares incómodos en los que el espectador no sabe si reír o pasmarse. Ni siquiera se adivina el tono. ¿Es esto cómico o trágico? ¿Es Natham Fielder un humorista o un filósofo existencialista al borde del suicidio? O ambas cosas. ¿Qué diablos quiere contarnos? ¿Es una ficción o una realidad?

Es muy difícil que el espectador resabiado y sobreestimulado del siglo XXI se desoriente hasta el punto de no saber qué pensar de lo que sucede ante sus ojos. Por eso me inclino a sospechar que Fielder es un genio, y como todos los genios, tiene también algo de trilero. Nos hace trampas todo el rato, juega con nuestra percepción, y es un milagro que le hayan dejado hacerlo en una plataforma con cientos de millones de espectadores, cuando estas cosas antes solo eran posibles en salitas underground. Si no le tienen miedo al mareo, echen un vistazo largo a Los ensayos. Sus ojos atontados por la matraca cotidiana les agradecerán un paseo por este paisaje inexplorado y de verdad exótico.



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