Leave your shoes at the door, please. En la casa de Richard Gere, un chalé de la exclusiva urbanización madrileña de La Moraleja, un cartel invita a dejar el calzado en el vestíbulo. Cuando se abre la puerta, lo primero que aparece es una especie de vestidor lleno de abrigos, botas y zapatillas. Ahí se quedan los zapatos… y también el miedo de tener una entrevista acartonada y demasiado formal con una estrella de Hollywood. La cita ha sido tan difícil de cerrar que ha estado a punto de frustrarse varias veces. Pero una vez franqueada la puerta de ese hogar, el increíblemente bello actor de American Gigolo, el soldado atormentado de Oficial y Caballero, el hombre rico enamorado de una prostituta en Pretty Woman, el defensor incansable de causas sociales, ya no es una estrella de Hollywood. O, desde luego, no es solo eso.
La cocina, amplia y acogedora, con suelo de terracota y grandes ventanales que dan al jardín, está llena de dibujos infantiles y de fotos de sus hijos y de su mujer, la española Alejandra Gere (antes Silva), la razón de que el actor haya decidido vivir por primera vez fuera de Estados Unidos. Se mudaron a Madrid el pasado mes de noviembre. Entre los dos tienen cuatro hijos, dos en común y otros dos de anteriores matrimonios. Y tres perros: dos simpáticos y pequeños cavapoos, Bruno y Bruna, que van con ellos a todas partes, y un cachorro blanco y esponjoso de husky que corre por la terraza entre los olivos y las porterías de fútbol. Sobre la enorme mesa del comedor hay una edición en papel de The New York Times de ese día, 2 de abril, que casualmente lleva en portada un gran reportaje sobre la crisis de la vivienda en España. Los niños están en el colegio y todo está tranquilo y apacible salvo por el ruido de las obras que están reformando la casa.

Richard Gere aparece sin más, con el pelo blanco despeinado y sonriendo mucho con esos ojos pequeños y achinados que han enamorado a varias generaciones de hombres y mujeres de todo el mundo. Viste una desgastada camiseta azul y vaqueros negros. Cuando posa la mirada sobre ti lo hace de manera tan atenta que tienes la sensación de que está escrutando tu interior para decidir qué clase de persona eres y si puede confiar en ti.
―Bienvenida. Cuando quieras empezamos. ¿Te va bien la sala de al lado?
El saloncito tiene una chimenea, recuerdos de viajes, fotos familiares, imágenes de Richard y Alejandra con el Dalái Lama, libros de John Irving y una mesita redonda y pequeña junto a un luminoso mirador. Gere es una persona cálida y amable que reflexiona cada respuesta y que, a pesar de su agenda imposible, nos regala más del doble del tiempo pactado tanto para la entrevista como para la sesión de fotos. Insiste varias veces en que su oficio es un trabajo más. Acompañado de fama y dinero (mucho), concede. “Pero no tiene nada de especial ni nosotros somos seres especiales”, dice. “Estamos hechos del mismo material que el resto de los seres humanos, y esto hay que tenerlo claro siempre”.
La parte activista de sus apariciones públicas se ha convertido en prioritaria. El galán nacido hace 75 años en Filadelfia, Estados Unidos, el hombre vivo más sexy del mundo según la revista People en 1999, tiene ahora el aura del hombre bueno que acude a cualquier llamamiento si considera que algo merece la pena.

Lleva usted décadas colaborando con múltiples causas sociales: los derechos del pueblo tibetano, el medioambiente, los derechos de refugiados y migrantes, de las personas sin hogar. ¿Por qué lo hace?
No creo que haya otra razón para estar vivo que ayudar a los demás. Para eso estamos aquí. Ayudarnos a nosotros mismos no nos aporta absolutamente nada a largo plazo. Yo ahora soy un hombre mayor. He visto muchas cosas tanto dentro de mí como en el mundo que me rodea y creo que lo único que realmente alimenta el alma es ayudar a alguien. Por eso la gente que se dedica a ello tiene esa energía tan especial. Como el equipo de la ONG Hogar, Sí, por ejemplo. Me impresionan muchísimo. Los he visto trabajar muy duro en una oficina diminuta sin apenas medios. Y ahora que son más grandes y tienen más recursos siguen dejándose la piel para intentar que no haya gente sin hogar.
El día anterior a la entrevista acompañamos al actor mientras hacía una serie de entrevistas junto a su esposa a personas que han vivido en la calle. Aparecerán en Lo que nadie quiere ver, un corto documental de esa organización, con la que los dos colaboran desde hace más de ocho años. Hablan con Pepe, con Latyr, con Javi y con Mamen, cuatro personas con experiencias de vida durísimas que les cuentan las palizas que han recibido viviendo a la intemperie, el dolor de saberse invisibles y notar cómo la gente gira la cabeza o cruza la calle para no verlos, la sensación de que la vida no merece la pena, de que muertos estarían más tranquilos, la emoción que sienten cuando de pronto alguien es amable, les dirige la palabra o les ofrece un bocadillo.
Los Gere logran crear desde el comienzo un clima de conversación íntima con los protagonistas del documental que él maneja extraordinariamente bien. Mira, toca, se acerca. El esfuerzo por la normalidad es algo muy notorio en la forma de relacionarse del actor, una persona rodeada de un equipo (de mujeres) que le organiza la agenda, le lleva y le trae como la estrella que es. Le filtran y protegen… hasta que está solo. En ese momento él se comporta como si fuera el vecino encantador de la puerta de al lado.
Dice usted que vivimos tiempos oscuros. Desde luego, en EE UU. ¿Por qué cree que sus compatriotas han elegido de nuevo a Donald Trump como presidente después de su primer mandato y de algo tan grave como, por ejemplo, alentar el asalto al Capitolio.
No creo que Trump fuera honesto con el pueblo americano. Algunas ideas suyas estaban sobre la mesa, pero no todas. Dijo algunas cosas que pensaba hacer, pero no dijo: “Voy a quitar la comida a los niños del mundo, voy a sacarlos de los albergues y quitarles las medicinas”. Su ataque a la agencia estadounidense para el desarrollo o al programa de salud global es increíble. Tampoco dijo que el hombre más rico del planeta iba a ser su copresidente. Y, en todo caso, no fue una victoria aplastante. Sacó menos del 50% del voto.
¿Qué cree que piensa ahora la gente que votó por él?
Tengo muchos amigos en la comunidad hispana, y algunos apoyaban abiertamente a Trump. Cuando les preguntábamos por qué votaban a alguien que hablaba tan mal de los hispanos y de los inmigrantes con y sin papeles, decían: “Ya, pero va a bajar el precio de los alimentos”. Cuando alguien no tiene qué llevarse a la boca, la ideología no es importante. En EE UU están los más ricos del mundo pero también los más pobres. Y a esta clase de poderosos les funciona el discurso de “yo te doy más comida, tú me das el poder y luego ya veré yo lo que hago con él”.
Es algo que está sucediendo en muchos otros puntos del planeta. Trump es una manifestación de un problema global.
Vivimos en cápsulas independientes, protegemos cada uno lo nuestro, actuamos de forma egoísta y generamos conflictos. Pero esta forma de vivir es absurda. Esas personas que habían vivido en la calle con las que hablé para el documental no son diferentes a nosotros. Malas circunstancias, quizá malas elecciones, pero podríamos ser cualquiera. Creo que en la esencia somos iguales. Necesitamos recuperar el sentido colectivo de la responsabilidad, el amor y la amabilidad.
¿De dónde le viene este empeño en reivindicar lo colectivo?
Mi padre y mi madre eran personas bastante extraordinarias. Sencillas. Los dos crecieron en un pueblo de granjas entre colinas y montañas. Mi padre ordeñaba vacas. Eran personas brillantes y los dos lograron estudiar en la prestigiosa Universidad de Pensilvania, pero nunca perdieron la conexión con la tierra, con la comunidad, con la necesidad de ayudar a los demás. El sentido de deber de servicio creo que me viene de ahí. Sobre todo de mi padre, Homer, un hombre siempre dispuesto a ayudar.

¿En algún momento ha tenido sentimiento de culpa por sus propios privilegios?
Me siento agradecido, pero no culpable. Agradezco no tener que preocuparme por pagar el alquiler o por alimentar a mis hijos, y poder elegir los proyectos en los que participo. Ese sentido de gratitud no me abandona nunca y sí me siento responsable de dar algo a cambio, una responsabilidad que trato de abordar con humildad. No pienso en mí como alguien mejor que los demás, pero creo que todos debemos ayudar como podamos. Y con amabilidad, que para mí es algo extremadamente transformador, revolucionario.
¿En qué sentido?
Si cada uno de nosotros fuéramos amables con el prójimo el mundo sería distinto y mejor. No todos respondemos ante la sabiduría, pero todos respondemos ante la amabilidad. Incluso en el caso de Trump, seguro que hay algo amable en él. La gente dice que en privado es encantador. Sin embargo, el mundo que ha creado a su alrededor es violento, bruto e ignorante. Muchas de las cosas que está haciendo no las habíamos visto nunca. Mis padres eran republicanos, ese era su partido. Pero mi padre, por ejemplo, que combatió en la Segunda Guerra Mundial y que tenía un sentido muy claro del bien y el mal, estaría horrorizado de ver que el presidente del país más poderoso del mundo es un matón.
¿Le preocupa que el mandato de Trump pueda cambiar de forma irreversible los valores de la sociedad estadounidense?
Me preocupa, sí. ¿Queremos que nuestros hijos e hijas crezcan pensando que la manera correcta de comportarse es esa, que hay que hablar así a la gente, tratar así a los demás? El ser humano tiene un sentido natural de la empatía, es capaz de identificarse con las emociones ajenas, sean positivas o negativas. Desde que somos niños tenemos esta habilidad. Pero, de alguna manera, Trump ha cortado con todo esto.
Richard Gere habla de la nueva realidad de Estados Unidos desde la distancia. Ahora su casa está en España y los próximos meses los pasará en el Reino Unido para rodar la segunda temporada de The Agency, su primera gran participación en una serie de televisión, en la que interpreta al jefe de la CIA en Londres. “Me interesó poder explorar un personaje durante ocho o diez horas en vez de solo dos. Y me gustaba mucho la serie francesa en la que se inspira”, cuenta sobre su última ficción. “A lo largo de mi vida he conocido gente que trabajaba para la CIA y siempre me han parecido personajes fascinantes. Es un trabajo muy solitario, son personas que viven entre dos mundos, que tienen que fingir ser lo que no son y hacer cosas probablemente ilegales, probablemente inmorales, pero por razones correctas. Esta dualidad me parece muy interesante”.
¿Qué le gusta de contar historias?
Es lo que somos los seres humanos: historias. Cada uno de nosotros lo es. Y cada situación lo es. Tu entrevista es una historia. Has venido a esta casa, no habías estado antes, te sentaste en la cocina, llegué yo. Nos conocimos ayer. Y la historia puede evolucionar de muy distintas maneras: quizá estoy de mal humor y no quiero hacer esto y tú empieces a sentirlo y a pensar: ¿cómo voy a lidiar con esta persona? O puedo estar cómodo y entonces todo irá de manera distinta. La vida va de historias. Cada uno de nosotros escribimos las nuestras mientras las vivimos. Y la ficción, cuando es buena, cuando es verdad, nos habla de nuestras historias, de lo que somos y sentimos.
¿Por qué decidió ser actor?
No sé si lo decidí. A veces aún me pregunto qué voy a ser de mayor… ja, ja, ja, ja. No lo sé. Sabía que quería hacer algo creativo. En mi cabeza imaginaba un camino como filósofo, poeta, músico, actor… Quería dedicarme a algo que me permitiera expresarme, sentir, crear. Y a través de la actuación puedes hacer todas esas cosas. Puedes expresar todos los aspectos de la condición humana.
¿Qué es actuar para usted?
Explorar. Solo eso. Explorar y jugar. Cuando deja de tener ese algo de juego infantil, pierde su poder. Cuando empecé a actuar tenía 19 años. No pensé que a los 75 iba a seguir haciendo esto. Pero aún me maravillan los guiones que me llegan. Me interesan, me divierten. Leo algo y pienso: guau, sí, esto parece divertido. Así que sigo jugando.
¿Cómo fue su primer papel?
En segundo de primaria hice de Santa Claus. Mi madre me hizo el traje, me puso una barba de algodón. Yo tenía siete años y lo recuerdo como un éxito total, ja, ja, ja.

¿Y cómo recuerda el momento en el que pasó a ser una estrella, cuando tras estrenar American Gigolo de pronto se convirtió en un sex symbol mundial? ¿Cómo se sobrelleva psicológicamente algo así?
Las cosas cambiaron de pronto, pero tampoco es algo muy importante. Yo soy un trabajador. Igual que el resto de la gente. Igual que los albañiles que están ahí fuera haciendo la obra. Mi trabajo es hacer películas, decir unas palabras en la pantalla, pero sigo siendo un trabajador. Y lo de ser una estrella no me lo tomo en serio. Nunca lo hice. Mira, mi hijo mayor está empezando su carrera como actor. Creo que es muy bueno y está empezando a manejarse entre agentes, mánagers y demás. Yo le digo: “Olvídate de todo eso, lo único sólido es que sepas cómo actuar bien y trabajar con buenos equipos”. La vida va de eso. El resto es solo baile. Está bien, pero son fuegos artificiales.
¿Y cómo se logra no perder la cabeza en medio de esos fuegos artificiales?
Es un desafío, pero como tantos otros. Para mí la fama es algo vacío, no hay nada ahí dentro, nunca me interesó lo más mínimo. Recuerdo un momento de mis comienzos. Era finales de los años 70, había hecho varias películas seguidas pero aún no se habían estrenado: Buscando al señor Goodbar, Días del cielo y Yanks. De pronto un día coincidieron las tres en el mismo cine de la Tercera Avenida, en Nueva York. Me vi por triplicado. Ese día fui consciente de que algo había cambiado, de que ya no era un actor-trabajador más, que era una especie de mercancía. Y sentí miedo. No pensé: hey, ¿habéis visto todos? Aquí estoy yo. Más bien a partir de ese momento me replegué en mí mismo y me hice más callado y retraído.
¿Nunca tuvo problemas con su ego?
Nunca pensé que fuera una persona particularmente especial.

Usted empezó a trabajar en Hollywood hace más de 50 años. ¿Qué ha cambiado en relación al papel de las mujeres? ¿Cómo ha vivido esta evolución?
Ahora hay más mujeres directoras, productoras, pero para mí siempre han sido mis iguales. Aunque es cierto que yo nunca he preguntado cuánto cobraban los demás que trabajaban conmigo, fueran hombres o mujeres, y podía haber desigualdades ahí.
¿Qué piensa del Me Too?
Siempre ha habido gente que abusa de su poder. Lo que no conocíamos era la magnitud de algunos comportamientos. Yo nunca vi abusos graves en mi entorno profesional, pero esto ha salido a la luz y es evidente que ha habido personas muy poderosas, cuyos nombres todos tenemos en mente, que han usado su poder para crear situaciones desigualitarias. Por eso es muy importante que existan movimientos como este que den voz a las víctimas y que ayuden a crear conciencia para cambiar las cosas. De eso se trata.
Muchas cosas han cambiado también en cuanto a cómo refleja Hollywood las relaciones románticas entre hombres y mujeres. Julia Roberts dijo, por ejemplo, que Pretty Woman no se podría hacer hoy en día tal cual. ¿Lo comparte?
Hace mucho que no la veo, pero creo que si lo hiciera podría aún ver su encanto. Es una película que se basaba mucho en la química entre el director, Julia y yo. No sé lo que pensaría ahora de las dinámicas de poder que muestra. Muchas cosas han cambiado en la sociedad y en Hollywood durante estas décadas. Quizá hay cosas del filme que no se harían exactamente igual. Las películas reflejan las sociedades de un determinado momento, y todo está en permanente cambio y revisión.
¿Cómo ha sido envejecer delante de la cámara?
Cuando voy a festivales y hacen compilaciones de mis películas de repente veo mi vida pasar por delante en cinco minutos. Desde que tenía 26 años hasta los 75. Ahí ves cómo ha cambiado tu cara, tu voz, todo. Frente a eso, puedes pensar: oh, esto es horrible, me estoy haciendo viejo. O puedes pensar: guau, qué espectáculo. Realmente, no hay nada sorprendente en el hecho de envejecer. Todo envejece. Creo que sobre todo tememos lo que otras personas piensan de nuestro cambio, de nuestro envejecimiento.
¿Tuvo miedo de que dejaran de llamarle?
No. Ahora interpreto papeles de hombre mayor y con experiencia, no de un chaval de 22 años.
Su amigo Antonio Banderas dijo de usted que es demasiado guapo y que eso hace más difícil ser considerado un actor serio.
¿Dijo eso? Ja, ja, ja. Yo estoy contento y agradecido con mi carrera. Y la verdad es que no pensaba que fuera guapo, creo que nadie lo hace. No conozco a ningún hombre o mujer que se sienta bello. He estado casado con mujeres muy hermosas [sus dos primeras esposas fueron la top model Cindy Crawford y la actriz y modelo Carey Lowell, madre de su hijo Homer, de 25 años], pero ninguna lo pensaba de sí misma. Es siempre una apreciación externa.

Digamos que en su caso había un consenso absoluto sobre su belleza.
Cuando era joven no lo creía, pero es verdad que hace poco vi unas fotos de esa época y sí que pensé: ‘¡Dios mío!, ¡qué guapo era!’. Ja, ja, ja, ja. Pero en ese momento no lo sentía así. De todas formas, veo ahora mis fotos de entonces y no sé quién era esa persona. Ese chaval ya no existe, se ha ido convirtiendo en otra cosa. Nada permanece, todo está en constante cambio.
Parte de su transformación personal tiene que ver con la práctica del budismo ¿Cómo fue su acercamiento a esta religión?
Yo era joven, estaba en la veintena, vivía en Nueva York y no era particularmente feliz. De hecho, me sentía bastante desgraciado. Debió ser a finales de los años 60 o comienzos de los 70. Había una librería en Sheridan Square, en Greenwich Village, que abría 24 horas. No tenía dinero, así que iba a esta librería y la usaba como biblioteca. Leía libros enteros toda la noche en vez de pagarlos. La gente que trabajaba ahí era muy maja y me dejaba hacerlo. Los primeros libros sobre budismo que leí eran japoneses. Luego pasé a otros de cultura tibetana. Empecé a tener maestros que fueron muy importantes para mí, a profundizar en el budismo y a tener el impulso de viajar al Tíbet. Tenía un amigo que estaba escribiendo sobre el pueblo tibetano y me dijo que fuera a Dharamsala, en la India, donde está exiliado el Dalái Lama. Fui allí, lo conocí, y ese viaje clarificó muchas cosas en mi interior.
¿En qué sentido?
Creo que tuve la suerte de que todo eso llegó en un momento en el que estaba preparado para empezar a entregarme y darme a mí mismo, y para poner mi ego a un lado. Y durante los últimos 45 años he seguido estudiando y profundizando en ese camino. Cuando le preguntan al Dalái Lama qué es el budismo, cuál es su religión, él responde que la amabilidad. En eso creo yo, como te decía antes.



Acaba de estrenarse en España un documental producido por usted, Sabiduría y felicidad, en el que el líder religioso desgrana durante 90 minutos su visión del mundo. ¿Por qué decidió participar en él?
En un principio el documental era sobre todo una celebración de los 90 años del Dalái Lama en este 2025 y su visión revolucionaria de las emociones, la psicología humana y la mejor manera de vivir en comunidad. Cuando Trump llegó al poder cobró un nuevo sentido. El mundo está yendo en la dirección equivocada, pero el caos en el que vivimos puede ser transformado y el ser humano puede mejorar individual y socialmente.
¿A usted el budismo le cambió la vida?
Cada uno de nosotros creamos nuestro mundo. Las experiencias no vienen de afuera, sino de dentro. Y cada mundo en el que vivimos es una historia propia, una creación personal, una película que hemos escrito, dirigido y filmado nosotros y en la que luego nos hemos colocado como protagonistas.
En su película personal, ¿cuáles han sido sus mayores momentos de felicidad?
Mis hijos, seguro. No hay nada comparable a cuando nace un niño y lo coges y le miras a los ojos. Recuerdo cuando nació mi primer hijo. Yo fui lo primero que vio. De pronto vi en sus ojos todas las vidas que habíamos pasado juntos, vi la vastedad del universo en él, lo vi todo en ese instante. Qué felicidad. Qué sentimiento tan increíble. No puedes amar así a nadie más. En las relaciones adultas siempre esperamos algo a cambio de lo que damos. Con un hijo no tienes ninguna expectativa. Se trata solo de darle amor y cuidados.
Usted está viviendo ahora un amor adulto muy intenso.
La primera vez que vi a Alejandra estaba todo ahí, lo sentí. Nuestros caminos se estaban juntando en el momento adecuado. No fue así para ella, que tardó más en llegar a ese punto, pero sí para mí. Todo se juntó, todo encajaba, todo estaba bien, sin disonancias.

Cuando están juntos Alejandra y él, saltan chispas. Ella es una mujer bellísima de 42 años nacida en Galicia y criada en Madrid. Se conocieron en el hotel que Alejandra había abierto en Positano (Italia) con su anterior marido, con quien tenía un hijo, Albert, en una casa que había pertenecido al director de cine Franco Zeffirelli. Era 2013. Los presentaron, él la cogió de la mano, la llevó a una terraza con unas imponentes vistas sobre la costa amalfitana y fue allí donde Gere sintió una especie de profecía. Alejandra, 33 años menor, sabía quién era el actor, por supuesto… pero no conocía demasiado su vida ni su trayectoria. Ni siquiera había visto Pretty Woman.
“Yo me estaba separando, era un momento de aturdimiento vital grande para mí”, recuerda ella de sus inicios. “Noté una conexión especial, pero al inicio preferí que fuéramos amigos. Poco a poco me fui dando cuenta de lo complementarios que éramos, de lo bien que estábamos juntos. Pero todo lo hicimos con cuidado y despacio, paso a paso. Esperamos para vivir juntos, para tener hijos [tienen dos en común, Alexander y James, de seis y cinco años]. Todo ha sido muy intenso pero a la vez muy tranquilo y natural. La diferencia de edad la verdad es que ni la noto. Él tiene mucha más energía que yo, ja, ja, ja”.
―¿Cómo es la vida al lado de una persona mundialmente famosa como Richard Gere?
―Quizá desde fuera pueda parecer que es difícil mantener una vida normal, pero no ha sido así en absoluto. Intentamos pasar bastante desapercibidos y creo que lo logramos salvo que haya que asistir a alguna promoción o a algún acto público de las ONG con las que colaboramos, que es otro punto de gran interés común y uno de los principales motivos para mudarnos a España. El resto del tiempo estamos mucho en casa. Solos, o con la familia, o con nuestros amigos íntimos. Hacemos poca vida social. A ninguno de los dos nos gusta estar todo el día en fiestas. Somos muy caseros. Vamos, que Richard te podría haber recibido perfectamente en pantuflas.
―¿Planean vivir mucho tiempo aquí?
―Madrid nos gusta mucho y aquí nos vamos a quedar por unos años. Estamos muy contentos. Es una ciudad que ha cambiado mucho, con una energía muy especial, que ahora mismo sonríe. Aquí está ahora el colegio de nuestros hijos, sus amigos, las fundaciones con las que colaboramos, Hogar, Sí, Open Arms… Estamos los dos completamente volcados en ayudar a que no haya personas sin hogar en España. Sin un techo bajo el que vivir es muy fácil perder la noción del tiempo, la autoestima, las posibilidades de trabajar… y salir de ese ciclo sin tener una casa es complicado.
Doce años después de su primer encuentro, él no le quita ojo cuando están juntos. La mira y escucha con una mezcla de admiración, adoración y respeto. Durante la sesión de fotos que acompaña este reportaje, hay un momento en el que, mientras están posando en el porche de la casa, él la besa varias veces apasionadamente en los labios ante las risas de ella y del fotógrafo. “Voy a aprovechar que la tengo aquí cerca tanto rato”, nos dice.
¿Qué es el amor para usted?
El amor entre un hombre y una mujer para mí es confianza. Si puedes confiar en alguien, a través de esa persona confías también en la idea de ti mismo, en quién eres. Y ese es un regalo increíble que le puedes hacer a alguien. Decirle, de verdad: aquí estoy, te veo, puedes confiar en mí.
¿Es la primera vez que vive fuera de Estados Unidos?
Sí. He estado en muchos lugares del mundo, pero esta es la primera vez que me mudo y me llevo todo conmigo. Estoy intentando hacer de esta casa el mismo hogar en el que he vivido en otros sitios. Tener mi oficina, mi piano, mis guitarras, mis libros, que me acompañan siempre… De alguna forma, he cogido mi mundo y lo he puesto aquí. Alejandra me dio seis o siete años en EE UU, lo dejó todo por estar conmigo y crear una vida juntos. Pero yo sabía que para ella era importante volver, que realmente echaba de menos a su familia y a sus amigos. Aquí está floreciendo.
¿Qué extraña?
Echo de menos a mi familia y a mi entorno. Acabo de estar en Nueva York visitando a mis amigos y a mi hijo mayor. Fuimos a Pensilvania, al pequeño pueblo del que eran mi padre y mi madre, y visitamos su tumba. Necesito de alguna forma sentirme unido a mi historia, a mis mejores amigos, seguir en contacto con todo ello.
¿Cree que ha tenido una buena vida?
La vida no va de dinero ni poder sino de amor y afecto, y yo estoy muy agradecido de tenerlos alrededor. Soy consciente de que es un regalo. Somos criaturas sociales y necesitamos interacciones con los demás. Me levanto cada mañana muy optimista, me imagino que todo va a ir bien, que pueden suceder cosas maravillosas, y pienso en la suerte que tenemos de estar vivos.
¿Cuál querría que fuera su legado?
Me gustaría, sobre todo, que mis hijos estén orgullosos de mí. Que piensen: ‘Mi padre fue un buen tipo’.
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