Tengo la impresión de que, desde hace un tiempo, tanto el PSPV como Compromís no logran estar a la altura de las circunstancias. Es probable que estas personas hagan cuanto está en sus manos para oponerse al Gobierno de Carlos Mazón, pero es obvio que el esfuerzo resulta insuficiente para llegar a los ciudadanos. No se trata, pues, de una cuestión de cantidad sino de calidad. En otras palabras: diría que nuestra oposición trata de resolver un problema de hoy con herramientas de ayer, y en ese error lleva instalada más de seis meses sin percibir ninguna señal que haga pensar en un cambio. Al centrar el foco de su política en la dimisión de Carlos Mazón, la oposición ha convertido al presidente de la Generalitat en el único problema real de la Comunidad Valenciana. Ciertamente, Mazón es un problema en sí mismo, pero cuando el 26% de la población valenciana se encuentra en riesgo de pobreza o de exclusión social, quizá deberíamos ampliar el punto de mira. Es lo que aconsejan las cifras. Si no somos capaces de hacerlo, el populismo aprovechará la situación, como, de hecho, ya ha comenzado a hacerlo.
La oposición que Compromís y PSPV hacen al gobierno de Carlos Mazón es lo que podríamos llamar una oposición clásica: una política para políticos que pocas veces toma en cuenta a los ciudadanos. Una muestra reciente de esa vieja política es el anuncio que Vicent Marzà publicó en la marquesina de Times Square, coincidiendo con la visita de Mazón a Nueva York. Todo lo que hay ahí es un juego de político para político. Marzà puede sonreír satisfecho, pero el gesto es una muestra de la impotencia en la que Compromís parece acomodado: un camino que conduce a la irrelevancia por mucho que sus seguidores lo celebren. Soy partidario de una política hecha por profesionales, pero cuando esos profesionales colocan la profesión por encima de la política, terminan por alejarse de la realidad y de sus representados.
No pretendo decir que el trabajo que la oposición realiza en las Cortes carezca de importancia. Creo que la tiene, pero también creo que no es suficiente porque sus efectos no acaban de llegar a los valencianos de una forma manifiesta. El marco donde se desarrolla la política hoy en día ha quedado superado por el momento social que vivimos, dominado por la tecnología. Los ciudadanos prestamos más atención a lo que sucede en las redes que a lo que ocurre en las Cortes Valencianas, y de ahí proceden buena parte de los males que hoy aquejan a la política. En las Cortes, los políticos hablan para los políticos; en las redes, la conversación fluye de un modo diferente, más directo: la vida política ya no discurre en exclusiva en el Parlamento y exige nuevas formas de comunicación. El cambio puede no gustarnos, pero no tiene remedio.
La oposición puede alegar que, con la aritmética parlamentaria actual, poco puede hacer para mejorar la situación de los valencianos. No estoy de acuerdo. Puede hacer algo muy importante: acercarse a los ciudadanos. Acabamos de verlo en la reunión que Pedro Sánchez ha mantenido con las víctimas de la dana. La gente necesita que la escuchen. No son grandes palabras ni fantásticas promesas lo que los ciudadanos demandan, sino pequeños gestos cotidianos que les permitan sentir la proximidad de sus representantes. En este sentido, está todo prácticamente por hacer: necesitamos una política de emociones razonables y unos políticos que se impliquen en ella para defender los valores colectivos con los que se construye una sociedad.
Comentarios