Todo es excesivo en Nápoles, donde al alba la policía reportó un balance de 121 heridos en la celebración de la cuarta Liga del equipo por el que se late a la sombra del Vesubio. Los fastos por el título llegan también entre litigios en una ciudad en todos los sentidos volcánica. “Siempre les digo a los jugadores que quien gana es el que escribe la historia y los demás se dedican a leerla”, zanjó Antonio Conte en la celebración. La figura del entrenador se agiganta mientras se debate sobre su continuidad. “Ningún técnico debe sentirse obligado”, explica Aurelio de Laurentiis, el plenipotenciario presidente del club.

El Nápoles alza la Liga tras ganar apenas en una de las últimas once jornadas. “Tengo la plantilla en los huesos”, reconoció Conte antes del partido final contra el Cagliari. Estadísticos y hemerógrafos esgrimen ahora su currículum: estamos ante el primer entrenador en ganar la Serie A con tres equipos diferentes (Juventus, Inter y Nápoles), ante un resucitador que tomó equipos en media tabla para llevarlos de inmediato a lo más alto porque con Juventus, Chelsea y ahora en esta campaña logró ganar el campeonato de la regularidad con equipos que no competían en Europa.

Y al Inter lo levantó después de una década sin triunfos. Conte exhibe un palmarés con seis ligas (tres con Juventus y una con Inter, Chelsea y Nápoles) como entrenador, cinco más cuando era un corajudo centrocampista de la Juventus. Y tiene por delante un contrato que le vincula a su actual equipo hasta 2027 y el reto de la Champions. Pero duda. Las críticas en los últimos meses han sido salvajes y los encontronazos con el presidente también.

“Los contratos no son de hierro. Los entrenadores tienen una personalidad propia que debe ser respetada y Nápoles es Nápoles y también debe ser respetada. Si él lo desea me gustaría verlo dirigiéndonos en la Champions”, desliza De Laurentiis, que es otro volcán. Conte y su pragmatismo —“muy trappatoniano”, le critican— no han caído de pie en uno de los entornos más singulares del fútbol mundial. Y de la vida. Desde 1997 nunca un equipo había ganado la Liga tras marcar menos goles que este Nápoles. Fue la Juventus, con Conte en su filas y un campeonato con cuatro partidos menos. Eran otros tiempos, también los del Milan dirigido por Fabio Capello, que se puso el scudetti en el pecho tras marcar 36 goles en 34 partidos justo antes de meterle cuatro al Barcelona en la final de la Champions.

Conte, incorporado al club el pasado verano, tenía claro cuál debía ser el objetivo del equipo, que venía de ser décimo la pasada temporada en la peor defensa de un título, el logrado hace dos años, en la historia de la Serie A. “De lo que se trataba era de molestar hasta el final”, explicaba. El equipo se pasó casi toda la liga entre los dos primeros puestos de la tabla, pero no dejó de perder potencial hasta el final. La marcha de Kvaratskhelia en el mercado de invierno al PSG no parecía un buen presagio. “Ha sido como un rayo caído del cielo”, confesó el entrenador cuando el extremo georgiano pidió salir del equipo. Y confesó su decepción por no haberle logrado transmitir la ambición del proyecto que quería liderar en Nápoles. Ahora ni siquiera parece que Conte crea en ello. Nápoles agota, pero en los últimos meses ha dejado partir a dos de los mejores delanteros del mundo. Porque poco antes de Kvaratskhelia ya había salido Osimhen, que todavía tiene contrato con el club tras su cesión en el Galatasaray, pero al que no se espera de regreso.

Conte celebra la Liga conquistada por el Nápoles.

A Conte, que tiene 55 años, le corteja la Juve. “Él tiene allí su casa, pero siempre será un hombre del sur”, confía De Laurentiis, cuya relación con el entrenador se ha ido deteriorando con el paso de los meses. El técnico es de Lecce, ciudad ubicada en el tacón de la bota de la península italiana. Ha ganado la Serie A con una plantilla que no se había confeccionado para ese objetivo, en la que Lukaku y McTominay, sus dos jugadores más decisivos, los que marcaron los goles ante el Cagliari para sellar el triunfo final, llegaron tras disputarse las dos primeras jornadas. No ganó con la brillantez que lo hizo Spalletti hace dos años. Dicen sus críticos que ha juventinizado el Nápoles, pero también lo ha blindado contra todo tipo de presiones para hacerlo campeón, lejos del altar maradoniano sin duda, pero campeón. Y De Laurentiis lo explicó tras el triunfo y después de darse un protocolario abrazo con Conte: “Con él tengo respeto y agradecimiento. En la vida hay que ser ganador”.



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