Saltan chispas por la tensión nunca declarada entre Isaac Del Toro y Juan Ayuso. Se juegan unos segundos de bonificación en el esprint intermedio y arranca eléctrico el líder para sumarlos en su casillero, pero detrás aparece Ayuso y se los roba al mexicano, aunque haya otras interpretaciones sobre la acción y el color del cristal con que se mira. Pero la cosa no viene de ahí, y ni siquiera de unos kilómetros antes cuando en San Giovanni in Monte, Del Toro endurece el ritmo junto a McNulty, Bernal, Carapaz o Roglic, y Ayuso, mal posicionado en la última curva del descenso que enlaza con la subida, se queda atrás sin conseguir unirse al grupo, hasta que todos aflojan mientras el jersey rosa mira hacia atrás, como si recibiera órdenes por el pinganillo y tuviera que quedarse a esperar a regañadientes al líder natural del equipo.

Todo viene de antes, de las etapas previas y el despiste de Del Toro entre el polvo de las motos, que confunde a Egan Bernal con Ayuso cuando mira de reojo en los caminos de tierra rumbo a Siena; en las palabras ambiguas de sus directores, que tienen varias bazas y no descartan ninguna, o la charleta que le pega Mauro Gianetti al líder después de su arrancada para seguir a Carapaz.

Y prosigue en la meta de Vicenza, en la basílica de Santa María de Berico, junto a los pórticos interminables, donde dice la tradición, la virgen se apareció a una campesina hace 599 años, cuando desatados Pedersen y Van Aert, Del Toro, que quiere recuperar los segundos perdidos en la bonificación anterior, trata de unirse a la fiesta de los dos superhombres que intentan vencer la ley de la gravedad a base de fuerza bruta, y aunque no le da para tanto en ese muro de un kilómetro, sí al menos para distanciar en tres segundos al grupo en el que viaja, conseguir otros cuatro de bonificación y tacita a tacita, ir aumentando su diferencia, todavía exigua, en la General.

Pedersen y Van Aert están a otra cosa, y la partida la ganó el danés esta vez. “El momento de lanzar mi esfuerzo lo dictó el instinto. Tuve que abrirme por el lado derecho, cerca de las vallas, así que arranqué un poco antes de lo que quería”, confiesa un velocista de largo aliento, que, como todos, busca la perfección en su arte, aunque no la encuentre. “En un día tan duro y con un final como este, todos llegamos con las piernas ardiendo”. No es extraño con tanto trajín, pero el equipo Lidl tenía su porqué. “Primero intentamos ganar la etapa con Vacek. Él también merece tener su oportunidad”. También su estrategia, claro. “Si el pelotón hubiese dudado, Romain Bardet y él podrían haber tenido opciones de victoria. Fue ideal: yo podía quedarme a rueda y dejar que otros equipos trabajaran”.



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