“Mi hija es muy intensa, es insistente con todo. En primer curso dio el tema de los contenedores, en el colegio hicieron hincapié, y llegó diciendo que somos malos ciudadanos. Y ahí los tengo ahora: cinco cubos pequeños para separar la basura de casa, sin contar los de pilas y bombillas, que están en la puerta del cole”. Laura Pérez cuenta con sorna la pequeña revolución ambiental acaecida en su hogar de San Juan de Aznalfarache (Sevilla), después de que su hija impusiera con su pertinaz insistencia la separación de basuras, que hasta entonces no se estilaba en casa.

Este ejemplo, reproducido en colegios de toda España, permite ver algo de luz para que aumente la baja tasa de reciclaje que arrastra el país, con solo un 43% de los desechos municipales recuperados, lejos aún del objetivo del 55% fijado por la Comisión Europea. A menudo los alumnos ven en las aulas lo decisivo que es sumar esfuerzos para que el reciclaje genere una segunda vida a los residuos, y cuando llegan a casa se produce un cortocircuito en sus cabezas: tras estudiar cómo la separación de desechos fomenta la economía circular, disminuye los vertederos y ayuda a cuidar el medio ambiente, ven cómo en su cocina de casa todo acaba en el mismo cubo. Y empieza entonces una guerra dialéctica que con frecuencia ganan los niños con su tozudez, frente a la falta de argumentos de los padres para no clasificar la basura.

Una encuesta realizada el año pasado a 2.149 estudiantes y 81 profesores del programa Recreo y residuos cero, citada en un capítulo del libro Ejemplos de sostenibilidad en la escuela (Springer), revelaba: “La conexión mejora la relación con los padres y el resultado de nuestra encuesta sugiere que el programa tiene el potencial de promover la sostenibilidad en las casas de los estudiantes”.

En paralelo, la plataforma Naturaliza ayuda a 1.700 colegios, del total de 29.000 en todo el país, para integrar contenidos curriculares sobre el medio ambiente en todas las asignaturas: desde el ahorro energético o de agua hasta el cambio climático, la movilidad, o el reciclaje. “El programa depende de la sensibilidad del docente. Se trata de incorporar contenidos ambientales en el resto de áreas. Si quiere trabajar el cambio climático en clase de lengua, que pueda identificar oraciones enunciativas y exclamativas sobre el tema. Y en matemáticas calculen cuánto tiempo permanecerá un grifo abierto mientras se lavan los dientes”, esclarece Helena Astorga, responsable del programa.

Para fomentar la educación ambiental, al margen de las escuelas, el Ministerio para la Transición Ecológica tiene el Centro Nacional de Educación Ambiental, que forma unas 1.800 personas al año. “Veo papás y mamás que no separan y te choca porque sus niños no consiguen calar. ¿Por qué? O bien les parece poco importante o piensan que no servirá de nada. Si estás en un cole e intentas separar residuos, pero en secretaría se tira el papel junto al resto, hay una evidente falta de coherencia”, plantea.

Ana Quirós, cuyos dos hijos acuden al colegio Padre Galo de Luarca (Asturias) explica que “los niños pidieron que no comprara más embutidos envasados en plástico”, que mejor que se “tragara las colas del súper”. “Ya reciclábamos en casa, pero ahora las botellas son todas de metal y ya no hay de plástico”, celebra. Paula Pérez, con su hija en dicho centro, rubrica cómo cala la tabarra infantil: “Ahora intento no usar juguetes que tengan mucho plástico, mejor de madera o cartón. Hemos puesto una casita con lombrices para echarle humus y le añadimos compost para transformarla en tierra fértil”, relata.

Las razones alegadas por los padres para no reciclar son diversas, pero casi siempre tienen que ver con el frenético ritmo de vida o la escasez de metros cuadrados en casa: “Vas ligero, la vida es muy ajetreada, pero cuando tienes ya alguien que te insiste tanto, la cosa cambia. En casa ahora reciclamos todo, el orgánico, papel, tapones y plástico”, explica Paula Marín, madre de dos hijas de cinco y dos años, alumnas del colegio Pedro I de Carmona (Sevilla).

En Madrid, Olga Martín, cuyo hijo Álvaro de seis años es alumno del colegio Palomeras de Puente Vallecas, ilustra cómo los niños disparan el cambio: “Antes no reciclábamos el cartón y el vidrio por falta de espacio y porque no hacíamos tantas manualidades. Ahora Álvaro insiste en no encender tres luces a la vez, no dejar el grifo abierto mucho rato y cerrarlo al lavarse los dientes. Antes los folios iban a la basura con un rayajo. Siempre puedes reciclar y por ejemplo los papeles van en un hueco bajo la mesa de la cocina”, explica. Las niñas se muestran más proambientales que los niños y esta sensibilidad disminuye conforme los niños se acercan a la adolescencia, coinciden varios estudios.

Matilde Bravo, profesora del colegio Santa Teresa, en San Juan de Aznalfarache (Sevilla).

La educación ambiental se cuela en las aulas desde hace años a través de distintos programas que tienen los Gobiernos autonómicos en su red de escuelas, casi siempre optativos, y a los que se apuntan colegios cuyos directivos son sensibles ante la emergencia climática. Entre estos destaca el programa Senda Circular del Principado de Asturias, que espolea a 527 escuelas para que sus alumnos aprendan cómo ser ciudadanos ejemplares con el medio ambiente.

El programa incluye 21 retos para animar a las familias que aún no han dado el salto: “Os proponemos investigar en vuestras bolsas de la basura para saber cuánta basura generamos en nuestros hogares ¿Separamos bien los residuos? ¿Cuánto reciclamos? ¿Podríamos aprovechar algo más? Además de la basura que habéis estado guardando durante unos días, vais a necesitar: una báscula, unos guantes y la ayuda de toda la familia. El objetivo es pesar los residuos para saber la cantidad que producimos”, propone el primer reto, llamado Lo que esconde la bolsa negra. Otro recuerda que la fruta no es fea: “La mitad de las frutas y hortalizas que se cultivan se desechan o malvenden por su aspecto. Si vas a consumir una hortaliza, ¿a quién le importa si se ve un poco torcida o un poco arañada?”.

Marta Álvarez es la docente que impulsa la concienciación ambiental en el colegio asturiano Padre Galo. Desborda entusiasmo: “Los niños están súper concienciados y les recuerdo que si reciclan, hay un premio por nuestra conciencia medioambiental. Empecé con los contenedores de plástico y cartón, pero he terminado con un punto limpio para textil, pilas, cápsulas de café o gafas. Todo lo que se consume se puede reutilizar”, explica. “No caben las botellas de plástico, solo cantimploras reutilizables y el pinche viene siempre en un tupper. Ya he tocado todos los palos, porque hasta la cocinera tira ahora los restos al orgánico, y recicla el aceite y el cartón”, añade satisfecha.

En paralelo a las autonomías, hay colectivos como Teachers for Future que dan pistas a los profesores sobre cómo eliminar residuos, al sugerir a los alumnos que traigan tarteras con la merienda dentro y botellas reutilizables, además de evitar la bollería industrial. En su programa Recreo y residuos cero, que apela a los alumnos con la figura del ecodelegado en cada clase, participan 2.104 colegios e institutos, explica su coordinadora, Miriam Leirós, que recuerda que la competencia ciudadana de la Ley educativa Lomloe incluye “el compromiso activo con la sostenibilidad”.

El reciclaje en las escuelas se hace a veces cuesta arriba porque hay que lograr que los niños separen los residuos en las papeleras azules y amarillas, y el servicio de limpieza es a veces un lastre. “El anterior personal de limpieza me apoyaba para llevar las bolsas hasta los contenedores en la calle, pero ahora no me hacen el favor y no compensa insistir, cojo una vez por semana a algunos alumnos de sexto y sacamos los residuos. Muchos alumnos son conscientes, sobre todo los más pequeños, los mayores a veces pasan más. Los niños me dicen que en casa están reciclando ¡por fin! Ellos mismos te lo cuentan”, detalla Trinidad Salvador, docente del colegio Pedro I de Carmona (Sevilla).

En el colegio sevillano de Santa Teresa, donde estudia la hija de Pérez, las familias son las “aliadas” para el cuidado del planeta, como defiende la profesora Matilde Bravo: “Los niños tiran de sus padres y son el contagio, porque muchos decían que tenían espacio en casa, pero no reciclaban. El medio ambiente es un tema transversal a todas las asignaturas y por ejemplo en el comedor los niños pidieron más papeleras porque se quejaron de tener que tirar el envase del yogur a la misma papelera que la comida”, detalla Bravo.



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