Cuenta Joan Manuel Serrat que al regresar a España de su exilio en México a mediados de los años setenta del pasado siglo temía que al aterrizar todo un operativo policial lo esperara para ponerlo con sus huesos en unas frías mazmorras. Pero nada pasó. Sí, había policías, pero lo que encontró fue un recibimiento caluroso de seguidores y el regreso a casa. Había estado fuera por temor y con sus tormentos, sin poder crear, y en ese momento pensó si todo aquel sufrimiento había valido la pena. Tanto pa´ná. La anécdota es oportuna porque el cantautor inauguró la noche del martes el festival Centroamérica Cuenta en Guatemala, en una conversación con el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, Premio Cervantes, obligado al exilio, desterrado y desnacionalizado por el régimen de Daniel Ortega. El que regresó del exilio le daba ánimo al exiliado. Toda una declaración de intenciones en un festival que celebra la libertad. “Estoy en contra de cualquier censura y a favor de las libertades”, dejó muy bien sentado Serrat.

El escritor y el compositor tomaron el escenario del teatro Lux de la capital guatemalteca para hablar sobre el arte de escribir para cantar. Ramírez sacó fechas que el catalán corrigió de vez en cuando para recordar que la vida que ha vivido ha sido plena y que no pretende bajarse de la barca que atraviesa el mediterráneo de su existencia mientras las ilusiones, sus ilusiones, se mantengan vivas. Porque Serrat nació, creció y se hizo artista en dictadura y entiende muy bien que un festival dedicado a las letras peregrine porque el país donde nació, Nicaragua, esté gobernado por una pareja disparatada y autoritaria que las ven como una amenaza. Si lo sufrió con Franco, cómo no lo va a entender con Ortega.

La charla entre Ramírez y Serrat fue el plato fuerte de la inauguración del festival Centroamérica Cuenta en el exilio, como lo llaman sus organizadores. Una iniciativa que nació en Managua, la capital de Nicaragua, para impulsar las letras de una región en constante tensión con su historia, una historia de dictaduras, políticos megalómanos, pero también de letras. Como las de Miguel Ángel Asturias, único premio Nobel de la región, cuyo legado fue entregado a la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, en Madrid. En el acto participaron la directora de Cultura del Cervantes, Raquel Caleya Caña, quien recibió las carpetas con textos originales y manuscritos del Nobel, y el presidente Bernardo Arévalo como testigo de honor. Arévalo dio también un discurso conmovedor, a favor de la libertad, que no son palabras menores en un país cuyos poderes oscuros casi le impiden tomar posesión. Es por eso que el escritor Ramírez repitió una y otra vez que Arévalo es el legítimo “presidente constitucional” de Guatemala.

De izquierda a derecha Sergio Ramírez, Premio Cervantes; y Joan Manuel Serrat, Premio Princesa de Asturias, en Ciudad de Guatemala.

Para la ciudadanía de este país centroamericano fue una noche especial, porque era un homenaje a su escritor más celebrado, uno que alertó de los peligros de las dictaduras y los desmanes del poder. De nombres que resonaron como fantasmas en el teatro, como Manuel Estrada Cabrera, Franco, Somoza y otros vivos, como el de Daniel Ortega. El salón tronó en aplausos a Ramírez, el escritor sabio, sosegado, que ha creado un festival que recuerda al mundo que hay un istmo vibrante, que tiene muchas historias que contar, porque Centroamérica cuenta. Y contarla implica hablar de sus heridas, como la de la migración, a la que hizo alusión Serrat: “Me resulta imposible entender la migración como un problema”, dijo el catalán, quien criticó las medidas que las grandes potencias, con Estados Unidos a la cabeza, están imponiendo a los migrantes. “El pensamiento neoliberal se va a desmoronar por su propio peso”, alertó.

Palabras que resonaron en un evento dedicado a entender los problemas de nuestro tiempo. “La esencia de un festival como este, es el diálogo. Los escritores y los artistas conversan frente al público que quiere saber lo que pensamos no solo sobre nuestra escritura y sobre el arte, y cómo están hechos nuestros libros, sino también cómo vemos al mundo y cómo lo imaginamos, cómo queremos que ese mundo sea en el futuro, a partir de las utopías que siempre querremos construir, dentro y fuera de la página”, dijo Sergio Ramírez. Una utopía como la de la Centroamérica unida, región convulsa y volcánica, inquieta siempre. Bernardo Arévalo, el presidente que casi no lo fue, habló de “pensar el país que queremos. Y cuando digo país, pienso en comunidad, en sociedad, en región”. Recordó que festivales como Centroamérica Cuenta, son “espacios de encuentro presencial que son imprescindibles, para que las sociedades democráticas se reconozcan y pongan en diálogo directo sus experiencias y sus ideas”. Toda una declaración de intenciones, también, en una región donde persiguen a activistas, asesinan a ambientalistas, obligan al exilio a jueces y destierran a periodistas y escritores.

Sergio Ramírez y Joan Manuel Serrat durante el conversatorio.

Por eso fueron oportunas las palabras de Serrat. Regresar al país al que no podías volver, pero que recordabas en la imaginación, en las canciones, en la literatura. Ojalá que sin gendarmes esperando en la puerta del aeropuerto, sino libre para cantar, escribir o reportar. Porque el festival Centroamérica Cuenta abrió con un alegato a la libertad. Para, como dijo el catalán, “seguir vivo con las ilusiones intactas”. Leyó un poema de Ernesto Cardenal, el poeta perseguido y condenado al olvido por Ortega, y cantó sobre aquellas pequeñas cosas, que el viento arrastra allá o aquí, que te sonríen tristes y nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve. Un grito de “viva Nicaragua” de voz de Serrat arrancó más de una lágrima a un auditorio que la noche del martes se rendía al alegado de libertad de Sergio Ramírez y Joan Manuel Serrat.



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