Galileo dejaba caer bolas de diferentes pesos desde la torre de Pisa para probar que todas aceleraban a la misma velocidad, indiferentes a su peso, y, quizás contagiado de la curiosidad física del sabio toscano, Primoz Roglic experimenta la adherencia de los neumáticos tumbando la bicicleta sobre la pintura del paso cebra con asfalto mojado en la esquina del Lungoarno Galileo, precisamente, para girar hacia el puente del Mezzo, tan cerca de la torre, e, inevitablemente, patina. El esloveno cae dolorosamente sobre su anca derecha, la sana, pues la izquierda está tocada desde los caminos toscanos siempre de Siena, pero, afortunadamente, el accidente no se produjo durante la contrarreloj, sino en el ensayo matinal, y quizás la caída experimental, viva el riesgo, le sirviera para, después, ya en la competición pura y dura, sobrevivir a una prueba que la lluvia, los chubascos intermitentes que en Italia, creativos, llaman de piel de leopardo, convirtió en una tortura para los mejores del Giro.

Roglic —17º clasificado, a 1m 15s del ganador, el gigante neerlandés (1,98m) Daan Hoole, del Lidl, especialista y trabajador del llano, protector del viento con su corpachón, sepultado en la general, que disputó la contrarreloj al mediodía, sol y buen tiempo, y rodó a más de 52,600 kilómetros por hora— fue el mejor entre los mejores, pero, seguramente, no el que más contento paseó entre paraguas por la plaza de los Milagros cruzada la meta, y la luz es gris de atardecer sin sol, de noche americana.

Quizás el placer mayor, tan gozoso tal vez como el que puede sentir un niño pisando charcos y salpicándolo todo, lo experimenta más que ninguno Juan Ayuso, que partió 20 minutos después que Roglic, cuando más llovía, y en lo 29 kilómetros entre Lucca y sus calles de mármol y Pisa solo cedió al experto esloveno 19s, 65 centésimas de segundo al kilómetro, y eso que le dolía la rodilla cicatrizada con tres puntos, cuando en la primavera albanesa de Tirana había perdido 16s en menos de la mitad de kilometraje.

Ayuso comprueba que aún le aventaja en 53s en la general y espera a que llegue a la torre Isaac del Toro, todo de rosa vestido, mirada de turista admirado y precavido, arrítmico en su pedalada, y su alegría se multiplica. Ha superado en 48s al compañero que le había dejado tirado en el polvo de San Martino, lo que le deja a solo 25s del aún líder mexicano en la general, un nada que se traduce en varias expresiones posibles, pensieri atropellados, scatenatti, desatados como su pedaleo osado, determinado, ágil, potente, y hasta arriesgado durante su actuación de 34m 4s trazando curvas hermosas como notas musicales. Sin necesidad de sangre, las cosas, dislocadas en Siena, han regresado a la normalidad; el Giro se inclina ante mí, otra vez, como en la cima de Tagliacozzo el viernes pasado; no hay duda: este soy yo, el líder del equipo y casi el líder del Giro.

El resumen, fuera los guantes de boxeo, quizás en homenaje silencioso a Nino Benvenuti, el púgil de los pesos medios que hizo soñar a Italia desde la Isla de Istria en los años 60, fallecido el mismo martes, no habría agradado mucho, sin embargo, a Roberto Gavaldón, el dios del melodrama negro mexicano, dónde están las pasiones irrefrenables que conducen a la muerte, por qué se ocultan, pero hace sonreír a un suizo que convierte las emociones en cuenta corriente y se divierte gestionando el talento y la furia juvenil de sus chavales. “Qué bello es ver a estos chavalillos pelear con este entusiasmo”, dice Mauro Gianetti, el jefe máximo del UAE. “Qué divertido es verlos competir”. Detrás de los jóvenes devoradores, Del Toro, 21 años; Ayuso, 22, se agolpa el mundo y también el resto del UAE, tan arriba Brandon McNulty, sexto en la general, a 1m 35s del español, y, séptimo, a 1m 41s, Adam Yates. El día ha sido bueno para el mejor italiano, Antonio Tiberi, tercero en la general, a 36s de Ayuso, malo para Richard Carapaz (a 1m 45s) y muy malo para Egan Bernal, caído nada más salir, condenado por el destino (a 2m 8s).

Con la general condensada y la dictadura UAE el Giro parte el miércoles del puerto tirrénico de Viareggio, donde los yates más caros, hacia Emilia a través del paso de San Pellegrino in Alpe, 1.623m, el pueblo más elevado de los Apeninos y quizás la subida más dura del Giro (14 kilómetros al 9% con puntas del 20%). Está a 90 kilómetros de la meta y el viejo sabio Beppe Martinelli, estratega de tantos Giros y Tours, sabe cómo puede hacerlo decisivo un equipo con más capitanes que soldados: “Que entren UAEs en la fuga y hagan trabajar al Red Bull de Roglic…”



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