Max Verstappen tiene tiempo para todo. Eso es válido incluso ahora que acaba de nacer Lily, la primogénita de la pareja que forman el piloto de Red Bull y Kelly Piquet, hija de Nelson, tricampeón del mundo de Fórmula 1. El viernes de la semana pasada, entre los grandes premios de Miami y Emilia Romagna, el holandés decidió tomar parte, de incógnito, en una sesión de pruebas en el mítico circuito de Nordschleife, en Alemania. Subido a un Ferrari 296 GT3 del equipo Emil Frey, que compite en los certámenes de resistencia, Verstappen se inscribió en la jornada de entrenamientos bajo el pseudónimo de Franz Hermann, un nombre inventado por él mismo con el que intentó pasar desapercibido, al menos hasta que le reconocieran. “Me pidieron un nombre para la lista de inscritos. Y pensé en el más alemán que me vino a la mente”, dijo días después, a su llegada al circuito de Imola, donde este domingo volvió a dejar claro que no hay corredor más afilado, agresivo y voraz en toda la parrilla.

Ni siquiera Oscar Piastri, ganador de las tres citas anteriores y líder del certamen, pudo contener el ataque a fuego del actual campeón. Colocado el segundo, al lado del australiano, Verstappen le tiró el coche desde otra galaxia, apareció de la nada, forzó la frenada y entró por el exterior, para enfilar la salida de la curva, a la izquierda, al frente del pelotón. Una vuelta después, la piedra angular de la marca del búfalo rojo ya se había construido a su espalda un colchón de más de un segundo de ventaja, que le mantenía fuera del alcance del DRS. La diferencia fue in crescendo con el paso de las vueltas, y el segundo triunfo del curso para Mad Max quedó visto para sentencia con la avería del Haas de Esteban Ocón, que provocó la activación del protocolo de coche de seguridad virtual (VSC). Eso hizo que Verstappen llevara a cabo su primera visita a los talleres y perdiera alrededor de diez segundos menos que sus rivales directos, los dos McLaren, que habían parado antes.

Una suerte trabajada para unos y un martillazo en el dedo para otros. Uno de los más perjudicados por ese VSC fue Fernando Alonso, que hasta ese momento había podido defender la quinta plaza desde la que arrancó, y en la que se acomodó, y que después del correcalles en el que se convirtió la carrera, vio cómo le superaba hasta el apuntador, para cruzar la meta el undécimo. El asturiano, gratamente sorprendido por el rendimiento de su Aston Martin durante la cronometrada, no pudo evitar verbalizad la frustración: “¡Soy el tipo con más maldita mala suerte de la historia!”. Carlos Sainz, por su parte, terminó el octavo y fue otro de los damnificados por la lotería del safety, que volvió a aparecer a 15 giros para el final, para añadirle un poco de picante a un desenlace que Verstappen controló en todo momento.

El piloto de Red Bull calculó perfectamente el momento en el que dar el tirón que le permitió dejar tirado a Piastri, sin que el muchacho de Melbourne pudiera decir ni pío. De hecho, el corredor aussie, con las gomas considerablemente más tocadas que Lando Norris, su vecino en el taller de McLaren, no pudo evitar que el británico le abrasara a falta de cinco giros para la bandera de cuadros. Los ejecutivos de la escudería de Woking (Gran Bretaña) han dado luz verde a sus chicos para que compitan entre ellos cuando la ocasión les junte. Eso sí, son cometer estupideces. Un planteamiento completamente lógico que, sin embargo, significa dar ciertas concesiones a Verstappen, un animal competitivo como ninguno que no desaprovecha ni las migajas que dejan el resto.

Por si alguien se pregunta acerca de cómo le fue al tetracampeón en esa jornada de test en Alemania, varios de los asistentes que se acercaron a verle insinuaron que rodó incluso por debajo del récord de la pista, algo que el propio Verstappen confirmó en Imola, donde celebró desde el escalón más alto del podio el gran premio número 400 de la estructura energética en el Mundial, además de la cuarta victoria consecutiva en el Autódromo Enzo e Dino Ferrari.



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