Existe el rumor de que una nueva profanación futbolística se cierne sobre nosotros: la eliminación de las prórrogas. La UEFA estaría considerando prescindir de ellas, al menos en la fase eliminatoria de la Champions, aunque no lo hará seguro durante la próxima temporada. Quieren más partidos, quieren más torneos, pero al parecer los quieren más cortos, como cuando de adolescente te conformabas con ver a tu novio del colegio los 30 minutos del recreo.

Algunos aficionados consideran las prórrogas una mera gestión plúmbea: la cola virtual para sacarse una entrada, la bandeja de pollo descongelándose durante horas en el fregadero en invierno, los términos y condiciones a aceptar en una página web, el riachuelo que desemboca en la bellísima cascada de los penaltis. Esa animadversión tiene sentido. Las prórrogas pueden ser un tostón épico, hay equipos que las juegan simplemente esperando la tanda de penaltis final, en un intento persistente por no ganar. Pero prescindir de ellas sería como decir que no a los preliminares renunciando a la probabilidad misma del placer. Sería como comenzar el banquete de una boda directamente por la lubina, sin pasar por el jamón. Sería como haberle dicho a Lamine Yamal que esperase hasta los 18 años para jugar al fútbol.

Un país que encontró el éxtasis y la gloria en un minuto 116 no puede estar en contra de las prórrogas. Un país que vio cómo Nayim metía un gol en el Parque de los Príncipes desde 49 metros, con 1-1 en el marcador y a 10 segundos del final de la prórroga, no puede estar en contra de ellas. Un país, mejor dicho, un planeta, que vio la prórroga entre Inter y Barça hace un par de semanas sencillamente no puede considerar los tiempos extra como algo prescindible.

Cualquier justificación para fulminar las prórrogas es rebatible. Si la razón es que los jugadores necesitan más descanso, podrían probar primero a no sobresaturar el calendario creando nuevos torneos o nuevas fases eliminatorias. Si la razón es que los partidos se vuelven desgastantemente largos, que prueben a eliminar las deliberaciones de 15 minutos en la sala VOR, que en la jugada del penalti anulado por agarrón de Rice sobre Mbappé durante el Real Madrid-Arsenal de Champions a algunos nos dio tiempo a sacarnos una oposición al cuerpo judicial. O que prueben a acortar las prórrogas dejándolas en 20 minutos, en lugar de 30. Y si la razón es comercial, en esa obsesión por atraer a nuevos televidentes, lo cierto es que hay pocas cosas más emocionantes para la audiencia del fútbol que la segunda parte de una prórroga. Los penaltis son todavía más emocionantes, claro, pero hablamos de un deporte en el que lo atractivo suele estar en las jugadas en las que corre el balón.

A los tecnócratas agnósticos del fútbol prolongado cabe recordarles la extraordinaria prórroga del Francia-Brasil del Mundial del 1986, el 3-5 de España a Croacia en los octavos de la Eurocopa 2020, o seguramente el mejor final de un partido de fútbol de todos los tiempos: el Argentina-Francia del Mundial 2022 con el glorioso intercambio de goles entre Messi y Mbappé pasado el tiempo reglamentario.

No obstante, si lo que se busca es la ligereza y la diligencia total en el fútbol, propongo varias ideas complementarias a la supresión de las prórrogas: que gane el equipo con menor índice de endeudamiento, que gane el que haya puesto más durante el calentamiento, o más fácil aún, que ChatGPT decida quién ha ganado, y así ya ni pasamos por penaltis. Convirtamos el fútbol en un trámite similar a pasar la ITV. El fútbol es un deporte en constante evolución, pero estaría bien que siguiese siendo fútbol.



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