Johannes Pietsch, conocido artísticamente como JJ, ha ganado este sábado el festival de Eurovisión 2025 representando a Austria en una final de infarto. Su tema Wasted Love mantiene un estilo muy similar al The Code del suizo Nemo, que se hizo con el micrófono de cristal el año pasado, combinando tonos operísticos con ritmos urbanos.

La puesta en escena de la canción vencedora tiene ADN español, ya que tras ella se encuentran el escenógrafo Sergio Jaén y el coreógrafo Borja Rueda. El joven contratenor, que se declara queer, ha aparecido durante su actuación a la deriva, agarrado al mástil de un barco, representando el dolor de una ruptura amorosa.

Actualmente, JJ actúa en la Ópera Estatal de Viena y ha participado en numerosas producciones, entre ellas La flauta mágica. Austria ha sido con diferencia la propuesta más apoyada por el jurado profesional, que no participa en las semifinales, y ha obtenido 436 puntos en total. Mientras que Israel ha vuelto a arrasar en el televoto (297 puntos para un total de 357) y ha quedado en segunda posición, a punto de ganar el certamen.

Yuval Raphael durante su actuación.

Con respecto a España, Melody y Esa diva han quedado en el puesto 24 con tan solo 37 puntos, situándose dos posiciones por debajo que Nebulossa el año pasado.

Esta edición ha quedado marcada por el pulso que ha entablado en los últimos días RTVE con la Unión Europea de Radiodifusión (UER) por los comentarios referentes al conflicto de Gaza durante la semifinal del pasado jueves. Tras recibir por escrito una carta de la organización europea amenazando con sanciones al que es uno de los países que más aporta a su financiación, RTVE ha insistido en lanzar un mensaje de apoyo a Palestina justo antes del comienzo de la emisión de este sábado.

Eurovisión, acusada a menudo de defender una agenda woke, se ha mostrado en esta 69ª edición, gracias a posturas como la de RTVE y la postura de algunos de los cantantes sobre el escenario, orgullosa de defender esos valores.

Melody en el momento final de su actuación.

En cuanto a los sucesos musicales de esta final, empecemos por el relato más breve, el de la gente seria que ha pasado por el escenario del St. Jakobshalle. Portugal ha vuelto a colarse en la final con su eterno empeño, ya anterior a Salvador Sobral, de reivindicar Eurovisión como un festival de la canción con Deslocado, del minimalista Napa. Una postura similar a la de tres temas cantados en francés: la anfitriona Zoë Më, décima con la emotiva Voyage, la correcta C‘est La Vie, del carismático neerlandés Claude (duodécimos), y la candidata gala Maman (séptimos). Un punto extra para las ninfas letonas Tautumeitas que, además de aportar un folclore exquisito, han sabido estar a la altura en el departamento visual de lo que también es, y debe de ser, además de una competición musical un espectáculo televisivo.

Con independencia de lo que se piense de su canción, Melody, con todas las tablas del mundo, ha sabido ejecutar a la perfección justo lo que tenía pensado para la versión remozada de Esa diva. Ana María Bordas, jefa de la delegación española ha defendido su desempeño, a pesar del resultado. “Melody no ha fallado ni un pase, lo ha dado todo. Es una ganadora. Nos sentimos muy orgullosos. Hoy, más que nunca, hay que aplaudir a Melody; una gran artista, con una calidad vocal enorme. Sinceramente, no entendemos que el jurado profesional no lo haya valorado”, ha comentado a los medios.

Entre la sobriedad de Portugal y la ironía de Malta, se han quedado las propuestas de Luxemburgo y Lituania. La primera, con un homenaje al clásico que le dio la victoria hace 50 años, el Poupée de cire, poupée de son de France Gail y Serge Gainsbourg, aunque pasada por uno de los filtros más extremos de Instagram. La segunda, lo ha hecho con una joven y lánguida banda de rock que, cada uno con su instrumento pero con idéntico atuendo, parecía Los Beatles bajo la producción musical de Finneas O’Connell, el hermano y asesor musical de Billie Eilish.

A la tercera vía, la del departamento petardo (que no necesariamente peor), se ha sumado este año Suecia. El país que es desde hace décadas realeza de la música pop mundial suele tomarse muy en serio Eurovisión. Pero no lo ha hecho este año. El trío KAJ ha interpretado un absurdo tributo a la sauna finlandesa con Bara bada bastu. No ha cumplido con las expectativas, tras llevar semanas como claro favorito en las apuestas oficiales, pero ha quedado en cuarta posición, aupada al final por el voto popular.

Tommy Cash, representando a Estonia en la final de Basilea.

El toscano Lucio Corsi ha tirado por un más que digno, aunque estéticamente disparatado, glam-rock británico con Volevo essere un duro. Aun así, la noche ha resultado muy italiana. Entre la parodia voluntaria de Espresso Macchiato de Tommy Cash (Estonia, tercera posición) y la parodia involuntaria de Tutta L’Italia de Gabry Ponte (San Marino, uno de los dos países que, junto a Islandia, ha quedado por detrás de España), pocos dirían que buena parte de la fiesta estaba pagada por Turismo de Basilea. El organismo suizo espera recuperar el doble de los 30 millones de euros aportados, explicaba uno de sus portavoces a este periódico el pasado jueves. A juzgar por el jolgorio que ha habido en las calles de la ciudad de la neutral Suiza, que no ha parado ni siquiera ante las tímidas manifestaciones propalestinas que ocurrían a metros de distancia, quizá obtenga el rédito a largo plazo que andaban buscando.

Criterio variable de la UER

Pero es entre las propuestas más excéntricas en las que reside el conflicto interno que vive Eurovisión en pleno 2025. Las tres victorias en Eurovisión de Suiza, el país anfitrión de este año, equivalen a tres nacimientos distintos que definen la deriva que ha tomado el certamen a lo largo de su historia. Suiza fue la madre que parió este invento, alojando la primera edición en 1956 en Lausana, que además ganó. En ese debut participaban solo siete países y Lys Assia se impuso con el tema Refrain, sentando las bases estilísticas y musicales que durante décadas han regido al festival.

Ese manual de buenas conductas creativas se mantenía casi intacto cuando Céline Dion representó del país alpino en 1989, con Ne Partez Pas Sans Moi, tema al que la televisión pública del país rindió homenaje durante la primera semifinal de este pasado martes. La conquista de Dion del primer puesto en esa edición dio a luz una de las carreras musicales más poderosas de la historia del pop.

Pero, cuando el año pasado el icono no binario Nemo obtuvo el tercer micrófono de cristal para Suiza, la polarización que en años de posguerra había intentado diluir la creación de este certamen, había vuelto con gran fuerza. De los nervios, Nemo dejó caer el galardón al suelo. Quedó hecho añicos. Minutos después de conseguir el malogrado trofeo, dijo ante los medios que quizá Eurovisión necesitaba también algunos arreglos, tras las cuestionadas decisiones que tomó la UER ante las tensiones vividas por la participación de Israel en el concurso. Este año, el acceso de los periodistas a los artistas ha sido mucho más limitado.

Los responsables de Eurovisión 2025 fueron raudos al detectar que el tema de Malta interpretado por Miriana Conte y titulado Kant (que significa “cantar” en el idioma local) no era un homenaje al autor de Crítica de la razón pura ni a la Ilustración. La canción pasó a llamarse Serving, manteniendo el juego de palabras con el que esta propuesta hace un guiño a la generación Z. Serving cunt significa servir coño, una expresión con la que los adolescentes y veinteañeros actuales alaban la actitud empoderada y en público de una persona.

La UER también se ha asegurado este año que ningún artista participante luciera cualquier tipo de bandera LGTBI+ en el escenario o en la green room.

El imperativo categórico de la UER que ha constreñido la apuesta de Malta es el mismo que ha amenazado a RTVE con multas por mencionar en su retransmisión el conflicto de Gaza. Y es el mismo que este año no ha encontrado referencias políticas en el tema New Day Will Rise, permitiendo así a Israel colocar bajo el foco a una chica de 24 años. Yuval Raphael concursante de un talent televisivo en su país y sin apenas experiencia artística ni mediática, ha enfrentado durante toda una semana abucheos que, aun no dirigidos personalmente a ella, intimidaban hasta los huesos. Durante esta final del sábado, su interpretación de una balada que resulta correcta y genérica ha transcurrido sin grandes incidentes.

La representante de Finlandia, Erika Vikman, durante su actuación.

La representante de Finlandia, Erika Vikman, tampoco ha sido muy sutil en el juego de palabras en alemán de su tema Ich komme (algo así como Me vengo en el idioma de Kant). Ha tenido que subir al escenario con más ropa de la prevista, ante las exigencias de la organización, que veía su propuesta demasiado sexual. Por contraste, los representantes masculinos de Australia y Armenia se han pasado días en Basiela cantando sin camiseta, librando un duelo de pezones que no ha sido respaldado por la audiencia. El primero se quedó en semifinales y el segundo ha conseguido un puesto 20 en esta final.

Seguramente Nemo, quien aboga por romper con los viejos códigos para crear uno nuevos más inclusivos y que también ha servido de todo en las dos actuaciones que ha ofrecido en esta final, no estaba pensando en ese tipo de arreglos cuando hablaba de arreglar el festival, durante aquella intensa noche de cristales rotos del año pasado.



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