De la espantosa cifra de más de 53.000 personas asesinadas en la Franja de Gaza por el ejército de Israel comienza a emerger una nueva estadística aún más abominable, la de los muertos por hambre. Al menos 57 niños han fallecido por inanición en los últimos dos meses, según un recuento de la Organización Mundial de la Salud. La OMS calcula que alrededor de 71.000 menores de cinco años podrían sufrir desnutrición aguda en las próximas semanas mientras Israel mantiene retenido en la frontera el grueso de la ayuda humanitaria. A las imágenes de ruina, muerte y desesperación que Gaza proyecta al mundo desde hace año y medio se suman ahora las de niños gazatíes desesperados en las colas del hambre. Según la propia OMS, incluso con ayuda a corto plazo las secuelas en la salud de una generación de palestinos serán permanentes.
La perspectiva de la hambruna surge en pleno recrudecimiento del castigo medieval contra la población de Gaza. Israel mató a más de 80 personas en bombardeos el miércoles, y más de 100 el jueves. Uno de los objetivos fue un hospital. Cuando el 18 de marzo el Gobierno de Benjamín Netanyahu rompió el alto el fuego pactado con Hamás no solo hizo añicos la esperanza de paz, dejó en ridículo a los negociadores de EE UU y Qatar y traicionó a los familiares de los rehenes en manos de los islamistas. También revolucionó los supuestos objetivos de la represalia por el salvaje atentado perpetrado por la milicia proiraní el 7 de octubre de 2023. A principios de mayo hizo oficial su objetivo real: ocupar la Franja y anexionar partes de su territorio, un desprecio sin complejos a la legalidad internacional. Para lograrlo le estorban dos millones de personas. Así, la operación militar sobre Gaza se ha convertido en una limpieza étnica a gran escala a través de crímenes de guerra como el bombardeo indiscriminado de civiles o la privación de agua y alimentos.
La expresión “Estado genocida”, utilizada este miércoles en el Congreso español —entre otros, por el presidente del Gobierno— seguramente es técnicamente incorrecta en su sentido legal, pero comienza a ser útil para dar una idea de lo que ocurre. Si no es un genocidio, el riesgo de que termine siéndolo es más que claro. Y Netanyahu está poniendo las bases para que lo sea. Su Ministerio de Exteriores ha protestado contra el uso de esta expresión, pero debe saber que quienes la usan son los primeros que jamás pensaron que algún día se referirían a Israel en esos términos. Es él quien ha descalibrado la brújula moral con la que se juzgaba a su país, no sus gobiernos amigos.
Esos gobiernos deben empezar a hablarle al primer ministro israelí con una contundencia a la altura de su barbarie. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, advirtió ayer de que el “silencio” sobre Gaza destruye la credibilidad europea sobre Ucrania. El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, trata de formar un frente diplomático para exigir el fin del bloqueo humanitario. Incluso el presidente de EE UU, Donald Trump, después de haber dado pábulo a la sed bélica de Netanyahu y de permitirse hacer bromas con la aberrante idea de convertir Gaza en un resort, parece ahora impresionado por las informaciones sobre hambruna en la Franja. Trump concluyó ayer una gira por Oriente Próximo en la que no ha visitado Israel. Por poca confianza que inspire el mandatario republicano, es incluso esperanzador que no quiera ser visto como el primer cómplice de este horror. Quizá empieza a ser consciente de que Netanyahu ha demostrado no tener intención de parar la guerra.
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