Observo en una serie muy discreta titulada La canción (en Movistar+) que reproducen el cristo que se montó en aquel país tan nada añorado para mí llamado España, aunque el presente me provoque otro tipo de grima, con el conflicto nacional de quién debía representar al país en Eurovisión, esa cosa tan patriótica y popular, que a mí, desde pequeñito, siempre me ha sudado los genitales. Pero recuerdo la bronca con la renuncia a interpretarla de un tal Serrat. Se negaba a no hacerlo en catalán, el idioma con el que se había expresado siempre. Y el protagonismo final, por cuestiones de Estado en aquel país asqueroso, fue el de una mujer inteligente, volcánica, descarada, sensual (su vestido, tan corto él, me provocó sensaciones impagables en mi turbulenta adolescencia) llamada Massiel. Yo ni cantaba a la vida ni era fiel a mi ser, según dictaminaba el texto del Dúo Dinámico, pero qué calentón ver la energía y la presencia de la dama que lo interpretaba. Esa singular señora me emocionó posteriormente cantando con voz ronca poemas de Bertolt Brecht.
Y aparece en la serie un individuo ancestralmente atractivo llamado Serrat. Él pretendía interpretar esa canción en catalán, el idioma de su nacimiento, en el que expresaba su arte, pero aquello era una herejía. Se lo fundieron. Por poco tiempo. Es el mismo señor que nos lleva alterando el alma toda una vida, con canciones intemporales, preciosas, con las que conectamos íntimamente mogollón de personas. Siempre existirá una canción de Serrat o de Sabina para cualquier momento de nuestra vida, para los estados emocionales más diversos, para recordar lo que te ha pasado, o imaginado, o gozaste, o sufriste.
A Serrat los supuestos patriotas de su tierra le han llamado en algún momento fascista y traidor. Qué miedo la estulticia de los nacionalistas de cualquier parte. Y a Sabina, ese anarquista de vocación, raciocinio y corazón, me cuentan que también le acusaron en las redes sociales de ser un fascista (cómo puede degenerar un término tan terrible, cómo pueden utilizarlo los más oportunistas y sórdidos para intentar legitimar su poder) porque alguna vez afirmó: “Ya no sé si soy de izquierdas. Porque tengo ojos y oídos”. Estos dos juglares sublimes, que nos han regalado tanto a tanta gente, identificación emocional, alegría, tristeza, melancolía, con canciones que están más allá del bien y del mal, teniendo que soportar el veredicto de tantos impostores, de tantos fanáticos, de tantos comisarios en nómina del poder.
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