El director mexicano Manolo Caro (Guadalajara, 40 años) regresa a la pantalla chica con una serie hilarante y cargada de veneno, como la ponzoña de algunas serpientes. El humor es el género al que recurre de nuevo el cineasta para hacer una profunda crítica a una sociedad sometida por políticos corruptos, en la que la gente es obligada a cambiar sus principios por otros que se adecuen al sistema y donde los valores de la ética y la moral se ven destruidos por ambiciones. Serpientes y escaleras, que Caro ha estrenado esta semana en Netflix, es la gran carcajada que lanza el director de la exitosa La casa de las flores contra el México de la corrupción, la violencia y el clasismo. “El humor es el género en el que me siento más cómodo, en el que también tengo la posibilidad de hablar de temas muy profundos desde un lugar crítico, oscuro, divertido”, explica Caro.

La serie se desarrolla en Jalisco, considerado de uno de los Estados más conservadores de México y donde nació el director. Cuenta la historia de Dora, una prefecta de una escuela donde asisten los hijos de la alta sociedad jalisciense. Dora (interpretada de forma brillante por la actriz Cecilia Suárez) tiene muy en alto los valores de la ética y la moral rige su vida, aunque en secreto tiene una ambición que es su propia cruz: la de llegar a ser directora del colegio. Todos los días se despierta con una carga chocante de positivismo, encomienda su jornada a un calendario con el retrato de la cantante italiana Laura Pausini como un católico a la virgen de Guadalupe y apunta en una libreta la misma frase: “Yo merezco ser directora”. Una canción de Juan Gabriel —guía espiritual y musical de todo un país— la acompaña en su viejo coche al trabajo: “Yo seguiré tratando de ser mejor”, canta. Tanto positivismo de manual de autoayuda se rompe pronto por una serie de eventos que llevan al límite a la prefecta, que cambia sus principios por otros, no necesariamente solidarios.

Cecilia Suárez interpreta a Dora, una prefecta de una escuela donde asisten los hijos de la alta sociedad jalisciense.

Un pleito entre un niño y una niña (ella le tira el cono de un helado en la cara y la acusan también de aplastarle un testículo en la trifulca) desata los demonios de la sociedad conservadora. Debido a ese incidente infantil, dos padres de familia desquitan sus viejos rencores. Ella, Tamara Sahagún (interpretada por Marimar Vega), está casada con el cónsul de España en Guadalajara (el actor español Martiño Rivas), y él, Olmo Muriel (Juan Pablo Medina), es un poderoso empresario del chocolate de dudosos escrúpulos. En el pasado fueron pareja, pero él la dejó casi plantada en el altar por haber tenido una relación con otra mujer, que quedó embarazada por un “error”. Sahagún no perdona el desplante y hace que su apuesto esposo use sus influencias para intentar aplastar al chocolatero. Ella misma, hija de las altas esferas, se siente tan española como el gazpacho, imita el acento castizo y desprecia a sus pares mexicanos. Todo en la serie es una risa a los prejuicios de una sociedad que, como diría un viejo político mexicano, es “aspiracionista”.

La serie entra en un enredo de poder político que involucra al gobernador del Estado, él mismo ansioso de conseguir el pasaporte español, las mafias que acosan al hijo de Dora por involucrarse en apuestas clandestinas, la violencia machista del exposo de la prefecta, el desprecio hacia las mujeres (“a mí no me gusta usar la misoginia en contra de mis enemigas”, dice con sorna el fabricante de chocolate), el consumo de drogas en las fiestas opulentas, el clasismo de una sociedad rica que desprecia a los pobres (“los feos no pidieron nacer y ahí siguen, echándole ganas”), los prejuicios sobre cómo los extranjeros ven a México (“cómo va a ser esa tu amiga, si es una nativa”, le espeta el cónsul a su hijo) y la vista puesta en Europa como la máxima aspiración (“se sacó la lotería casándose con un español, joder”). Guiños brillantes que hacen de la serie una refrescante crítica y una burla a un mundo que parece entregado a lo banal, pero que también es un llamado de atención al auge de los extremismos y un intento de aniquilar causas y derechos que dábamos por sentados.

Pregunta. En la serie recurre al humor para abordar temas de una sociedad corrupta, clasista, racista y la violencia. ¿Es su trabajo una forma de denuncia ante estos problemas que sufre México?

Respuesta. Claro. Creo que el trabajo que hacemos, aparte del entretenimiento, va de la mano de una responsabilidad de hablar de los temas que nos atañen y que nos mueven y que a mí me incomodan. Siempre he utilizado la comedia para poner el dedo sobre estas cosas y que cada quien se cuestione cómo estamos parados frente a ellas, quiénes somos y el comportamiento que tenemos como sociedad. A veces creemos que el poder, la belleza o la riqueza son como adjetivos que utilizamos para pasar por encima de todo. Eso a mí me mueve mucho y me interesa hablar de ello.

P. ¿Por qué decidió regresar a trabajar en una serie tan mexicana?

R. Porque tenía muchísimas ganas de volver a mi país, de hacer comedia. Habían sido ocho años de no hacer comedia. Es el género en el que me siento más cómodo, en el que también tengo la posibilidad de hablar de temas muy profundos desde un lugar hilarante, crítico, oscuro, divertido. Y para hacer comedia, yo creo que lo principal es empezar riéndose de uno mismo. Y eso es un gran ejercicio que hago hacia mi persona y del cual me siento muy orgulloso.

P. La serie inicia con un mensaje sobre la ética y la moral, sobre lo que es correcto o equivocado en las conductas de las personas. Sus personajes giran una y otra vez en la transgresión de esos valores. ¿Es un llamado de atención?

R. Claro, yo creo que la ética y la moral se han puesto en una línea tan delgada y es tan diferente para cada persona. O sea, creo que habla de valores, habla de principios, pero no va a ser el mismo valor de la ética y la moral el que tiene la persona que está leyendo esta nota, que el que tenga yo. Eso siempre me ha parecido muy cuestionable, porque, ¿qué es ético y qué es moral para quién?, ¿cómo lo utilizamos? y ¿por qué a veces lo usamos para escalar, como en este juego de Serpientes y escaleras? O sea, es bien interesante cómo la ética y la moral han sido modificadas a lo largo de los años por las personas.

Manolo Caro director de la serie de Netflix  ‘Serpientes y escaleras’.

P. ¿Qué tan difícil es abordar estos temas sin caer en estereotipos?

R. Pues siempre es difícil porque te das cuenta de que tú eres parte del problema y cuando crees que estás por encima de ello es cuando se comete el error. Yo lo que hablo en Serpientes y escaleras es de situaciones en las que yo me he visto inmerso y en las que he salido mal librado también, y eso es lo interesante. O sea, yo creo que la corrupción en un país como México pareciera que está en nuestro ADN, por lo que cambiarlo, verlo y señalártelo es un ejercicio de una profunda honestidad y eso es lo que me sucede con la serie. Yo no hago esta serie para decir “ustedes son unos corruptos”, sino para decir yo he estado también en esta situación de corrupción, todos lo hemos estado a algún nivel.

P. Un personaje dice: “Los feos no pidieron nacer y ahí siguen, echándole ganas.” ¿Estamos ante un espejo cuyo reflejo no puede gustar?

R. Estamos ante una sociedad que todos los días nos vemos cuestionados de cuánta aceptación tenemos en las redes sociales, cuántos likes, cuántos aplausos, cuántos elogios, que estamos obsesionados porque se nos digan cosas hermosas de quiénes somos, de la calidad de vida que tenemos, y estamos creando una sociedad que todo es hacia afuera y que pareciera que es ridículo pensar en que todo lo que se pone o todo lo que exhibimos de nosotros tiene una carga de belleza, de éxito, de triunfo, de riqueza; que es apabullante y que ha creado una generación llena de dudas, de miedos, de terror a no pertenecer. Creo que lo que hacen estos personajes al decir frases tan tremendas es justo reírse, o sea, llevarlo al extremo para que el público pueda entender que estamos yendo hacia ese sitio.

P. Hay muchos guiños a la actualidad, como cuando el personaje del cónsul conservador habla de que algunos “débiles” lo llamarían de ultraderecha. Y una madre de familia dice, indignada: “Nosotros no buscamos ser más modernos”. ¿Le preocupa el ascenso de grupos políticos extremos en la vida pública?

R. Claro, me parece acertada la pregunta. No es que me preocupe, es que está en mi cabeza todos los días. Me enloquece pensar que vamos para atrás y que todos los pasos que hemos dado y que todas las luchas y las banderas que hemos defendido, pareciera que lo de hoy es anularlas, minimizarlas, invisibilizarlas, cuando parte de mi trabajo ha sido todo lo contrario, visibilizar a minorías y a las cuales yo pertenezco. Me da terror que en Estados Unidos exista un Gobierno como el actual, me da terror que exista la ultraderecha en Europa. Obviamente, me da terror que gane espacio también el conservadurismo en México, porque pienso en mis sobrinos, pienso en las nuevas generaciones y no me gustaría que pasaran por todas esas batallas que según nosotros ya habíamos ganado.

P. ¿La risa contra los políticos y la política puede ser una forma de rebeldía ante los abusos?

R. Sí. O sea, no sé si llamarlo rebeldía, pero sí lo llamo una forma de poner un foco rojo, una alerta, como tú mismo lo dices, y visibilizar lo que nos está ocurriendo y lo que a veces pensamos que es una simple risa, una cosa que va a pasar y que no está pasando, que se está restaurando en la sociedad. Me aterran los políticos que no ayudan a la transición, que no ayudan a crear puentes, que quieren permanecer porque el poder es muy sexy, pero el poder al final corrompe. Y si no sabes en qué momento bajarte de ahí, lo único que te vas a convertir es en una peor persona, porque no hay persona que pueda salir bien librada del poder a manos llenas, del poder sin límites, del poder sin ser cuestionado.



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