Todos los pueblos son rocas y cuestas verticales, que en Sulmona convierten en almendras garrapiñadas protegidos del frío antiguo de los Abruzos a la sombra de la catedral de San Pánfilo, y un poco de arte amatoria de Ovidio, que allí nació con los romanos y sus preceptos para conquistar siguen vivos —los que engañan se engañan, la seducción es una guerra sin piedad—, metamorfoseados, quizás, ay, los ciclistas, en los brazos de Juan Ayuso, nunca débil, nunca esclavo del amor, alzados con fuerza más que con rabia ya pasada la línea blanca de la cima de Tagliacozzo, unos kilómetros más allá. Es la primera etapa del Giro con un puerto de primera, el primer final en alto, llegado ya el séptimo día, la primera victoria del líder del UAE, de 22 años, en una gran Vuelta. La primera vez que le retuerce el cuello a Primoz Roglic en un final dibujado con lapicero para la fuerza bruta del veterano esloveno, para su explosividad: un repecho de dos kilómetros al 11% después de haber ascendido al 5% durante 10 y a tutta: a 35 kilómetros por hora avanzó el pelotón, los datos del nuevo ciclismo.

En la clasificación general se dibuja ya el duelo que todos anticipaban: Roglic, cuarto en la etapa, y rictus de amargura en meta, recupera la maglia rosa que había cedido a Mads Pedersen en la tercera etapa y Juan Ayuso, con la bonificación de 10s por la victoria y los 4s de ventaja en la subida, borra prácticamente los 16s cedidos en la contrarreloj de Tirana. Por 4s es segundo en la general a 48 horas de otra etapa con sustancia, la de los caminos de tierra toscanos y la subida final a la plaza del Campo de Siena, que afrontarán el domingo.

El frío es antiguo, viento del norte de cara en los últimos metros, 12 grados al sol, y, pese a las velocidades modernas, la subida es también de ciclistas antiguos, a la antigua. Despierta un cierto amarcord sin brumas que nublen la memoria: justo antes de la subida Pedersen cede la maglia rosa con un gracioso y generoso gesto, un relevo fulgurante al frente del pelotón que acerca definitivamente al pelotón a la fuga larga y deja perfectamente colocado a su compañero en el Lidl, Giulio Ciccone, el escalador de los Abruzos, un gamo, dicen, que intercambia mensajes con su íntimo Jannik Sinner y sueña con ganar la etapa en su tierra; en la subida, Igor Arrieta, gregario hijo de gregario, pegado a su jefe Ayuso, al que protege del viento con su cuerpo, abre bien los ojos y aprende de viejos ciclistas, de Pello Bilbao que marca el ritmo para Antonio Tiberi, o del viejo Jonathan Castroviejo, maestro en la ciencia, que guía seguro, sin tirones, suave, a Egan Bernal, tal como hacía hace no tanto, en 2021, cuando condujo al colombiano a ganar el Giro dos años después de ayudarle a ganar el Tour. Arrieta luego se abre y deja que su compañero Rafal Majka, el amigo polaco de Tadej Pogacar, se encargue de las maniobras de aproximación final.

Quedan 800m cuando, levantándose sobre los pedales, a la antigua, Bernal lanza su ataque. Después de ganar el Giro, el ciclista del hermoso jersey de campeón de Colombia, que le inspira y le da fuerza, chocó contra un autobús y temió morir, y cuando año y medio después consiguió volver, y tenía solo 26 años, se sintió ya viejo ante el ciclismo del siglo XXI que amenaza con aniquilar su raza, la de los escarabajos, escaladores por naturaleza, ligeros, pies y cabeza, y pedales, en las nubes. En 2025, Bernal se niega a aceptar la condena a desaparecer y en una de las curvas del caracol final acelera fuerte. “Me sentía tan bien, vi la meta tan cerca…”, dijo Bernal después, puntos suspensivos subrayando su desilusión. “Faltó un poco, el poco que hace la diferencia”, añadió, señalando hacia la carpa en la que al lado de Roglic, Ayuso, manga corta pese al frío, pedalea en la bici estática para bajar el pulso poco a poco. Su fiel Paco Lluna, el masajista que le recibió en la meta gritando “¡grande, grande!” como hace un par de décadas recibía a Marco Pantani, le ofrece té caliente, que rechaza, y también agua. En su cabeza, quizás, se reproducen las imágenes de su ataque. Pura fuerza. Explosión de vatios. Sin levantar el culo del sillín, como se ataca ahora en montaña, con la fuerza sus glúteos y sus cuádriceps hipertrofiados en el gimnasio, con la potencia que le dan sus dos kilos de más respecto a los tiempos en los que adelgazaba para subir. Un pánzer que devora el tiempo y el viento, qué espaldas, y llega solo a la meta. “Sabía que solo tenía que hacer un ataque. No podía arriesgarme a hacer uno, dos o tres. En estos finales, que son muy explosivos, solo tienes una bala que gastar”, explica, feliz y tranquilo. “Así que dejé que los demás atacaran primero. Y luego, cuando vi mi distancia, pisé a fondo y fui a por la meta”.

Sono rosa, no?”, pregunta Ayuso rápido, en italiano a uno que pasa, que no sabe decirle que no pero que no importa aún, que quedan aún 14 etapas de su primer Giro. Y que Roglic no es intocable.





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