Arturo Rivera (Ciudad de México, 57 años), reconocido por Michelin en mayo de 2024 como chef honoris causa tras 20 años preparando tacos en El Califa de León, no sabe por qué Mario Hernández, quien fue su patrón durante esas dos décadas, ha dicho que es un rockstar a quien se le subió la fama a la cabeza y se fue del negocio. “Yo salí de allí en muy buenos términos. Me siento muy agradecido con ellos”, comenta en una taquería de la colonia Centro, cerca de la estación del metro Hidalgo, donde hace una escala para atender a la entrevista antes de partir rumbo a su casa en Ecatepec, Estado de México. “Mírame, no soy ningún rockstar. ¿Qué rockstar viajaría en metro?”, zanja mientras hace un ademán con las manos, de arriba a abajo.
Viste una gorra color caqui del pato Lucas, un suéter gris con rombos rojos y azules, un pantalón de color claro. Dice que vive amenazado por un representante de talentos, quien le ofreció un contrato para crear su marca luego del galardón. “Yo estaba muy vulnerable”, dice. Su padre falleció el viernes 31 de mayo de 2024, 16 días después de recibir la filipina. “El sábado lo cremamos. El domingo me internan por un tema de diabetes. Me dan de alta el miércoles y uno de mis hijos me dice que alguien me estuvo buscando en El Califa de León esos días”. Rivera se cerciora que el nombre del representante quede bien registrado. Pablo Uribe Flores Chapa. “El contrato es 80% ganancias para él, 20% para mí. Fue por él que me fui de la taquería porque sí, me bajó el sol, la luna y las estrellas”.
El chef Michelin es de origen humilde. Cuenta que a los siete años dejó la escuela primaria para empezar a trabajar e hizo de todo. Vender chicles y cigarros, probar suerte en los tianguis. Cuando cumplió la mayoría de edad, consiguió empleos más formales y el último, antes de entrar a la taquería, fue de taxista. “La hermana de mi esposa, Gloria Ochoa Hernández, quien es ahora la parrillera, fue la que me metió”, dice Rivera. No está muy seguro, pero cree que ella lleva unos 25 años trabajando en El Califa de León.

El 10 de marzo de 2023 fallece su madre. Cuenta que su papá, que llevaba 16 años luchando contra un cáncer de laringe, tuvo un declive de salud a raíz de la pérdida de su esposa. Un año después, durante el mes de abril, un grupo de seis personas comenzaron a frecuentar la taquería en San Cosme. Le hacían preguntas que él consideraba irrelevantes. Conforme pasaron las semanas, las visitas fueron más constantes y las preguntas más personales, hasta que el 8 de mayo, una de estas seis personas, lo invitó a un evento exclusivo para chefs, el 14 de mayo.
“Mi primera reacción fue decirle que yo no era chef, yo era parrillero. Y él respondió que a partir de ese instante, la guía Michelin me reconocía como chef”, dice con una sonrisa en los ojos. Un día antes del evento, su padre es internado en el Hospital General de México. “Les llamé a los de Michelin para decirles que no iba a poder ir y se ofendieron”. Sin embargo, al día siguiente, una fila inmensa de clientes y periodistas esperaban su llegada. “Como no fui al evento, ellos vinieron a mi estación de trabajo para darme el libro rojo con la estrella y la filipina”, dice sonriente de oreja a oreja.
A finales de mayo es que fallece su padre, Rivera es hospitalizado y al salir decide firmar un contrato de exclusividad con el representante de talentos Pablo Uribe Flores Chapa. Reconoce que lo firmó sin poner mucha atención al asunto. “Todo esto era nuevo para mí”. Deja El Califa de León en septiembre para empezar nuevos proyectos y colaboraciones con marcas. Comienza a trabajar en su nueva casa, Polo Inn, de lunes a sábado, una taquería frente al Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), al sur de Ciudad de México. En noviembre, dice, “le cae el 20″. “Un abogado que conoció mi caso, me ayudó a mandar un contrato para anular el acuerdo que tengo con Flores Chapa. Sin embargo, esta persona no aceptó lo que le mandé. Me insultó, me dijo que no era nadie, que no valía nada. Y amenazó con que si usaba mi imagen para hacer negocios por mi cuenta, me iba a encarcelar. No vivo con miedo, pero sí un poco temeroso”, concluye Rivera. Espera que alguien, “otra persona altruista como el licenciado que redactó el contrato de recesión”, lo ayude a salir de la situación en la que se encuentra.
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