En diciembre de 2019, Oliver Laxe (París, 43 años) conoció a Pedro Almodóvar en la redacción de EL PAÍS, cuando junto con Alejandro Amenábar y Jose Mari Goenaga se sentaron a charlar sobre cine antes de los Goya. Ese día Laxe y Almodóvar, que habían visto cada uno la película del otro, conectaron. Laxe llegaba a los premios del cine español O que arde, su tercer largo, premio del Jurado de la sección Una cierta mirada del certamen francés (el cineasta siempre ha estrenado sus filmes en los diferentes apartados que componen Cannes).
Aquel día en EL PAíS hubo química. Y ha durado hasta ahora: este jueves Laxe llega a lo más alto de Cannes, a la competición oficial, con Sirât, el drama de un padre (Sergi López) que, acompañado por su hijo pequeño, busca en el universo de las raves a su hija veinteañera. Junto a un puñado de raveros ese hombre desubicado y común atraviesa montañas marroquíes y el desierto del Sáhara en un filme, que se estrena en España el 6 de junio, que homenajea tanto a las películas de aventuras como al cine de los setenta. Y el peso grande de la producción ha recaído en Movistar y en El Deseo, la empresa de los hermanos Almodóvar. “Pedro Almodóvar tiene una vocación de servicio, de producir a otros cineastas, que me ha hecho sentirme parte de su familia”, arranca en una charla en el tejado de un hotel de lujo en Cannes a pocas horas de su gala.
Pregunta. ¿Cómo explicó a El Deseo y a Movistar al inicio su proyecto?
Respuesta. Bueno, yo quería hacer una película que agitara al espectador, que lo removiera, que rascara en su interior. Invitar al espectador a un viaje que además fuera físico, con sus peripecias, entretenido. Que tuviera su espectáculo. Como esas películas que nos gustan del cine americano de los años setenta. Fue un cine creado en un momento muy parecido al actual, en un mundo convulso con mucha polarización, guerras y dictaduras. De repente aparecen esos filmes que a veces tampoco entiendes de qué van. ¿Apocalypse Now, de qué trata? ¿O Carretera asfaltada en dos direcciones o Easy Rider? Pero muestran la energía de ese tiempo y de una sociedad convulsa. He intentado que Sirât conecte con este tiempo, con los miedos y los sueños de nuestra generación. Vivimos un eco del fin del mundo, un olor a crepúsculo que se junta con las ganas de que surja un nuevo mundo.
P. ¿Cómo surge la idea de orientarla hacia las raves y el viaje del padre y su hijo?
R. Cuando viví en un palmeral en Marruecos, veía pasar los camiones de las raves y ya pensé que eran imágenes muy poderosas. Una noche, preparando Mimosas [su segunda película, de 2016], empecé a escuchar beats y resulta que estaban montando una rave en mi mismo palmeral. Así salió del guion las referencias de los camiones como si fuera una comedia de autos locos y entró ese imaginario. Es todo un mundo, porque las raves no son solo música y fiesta, sino que también está el viaje, la idea de salirse del sistema. Yo medito mucho sobre la muerte, eso ha configurado mi psicología, y decidí incluirlo en la historia. Que el público disfrutara de esta ceremonia, que es dura, sí, pero también redentora y necesaria. Que el espectador tuviera una experiencia de muerte que le permitiera sentir la vida con más intensidad. No veo la muerte como un fin, sino como la puerta a algo más trascendente. A la vez, como cineasta, me veo más maduro, sabiendo mejor qué quiero contar y cómo lo quiero contar.
P. Sus imágenes y su música impactan al espectador, y juega con el terror y el wéstern.
R. Pues no soy nada sádico, no tengo ganas de hacer sufrir al espectador. No soy un Lars Von Trier. El género me interesa como herramienta de entretenimiento. Como cineasta tengo vocación de servicio, confío mucho en la capacidad transformadora del cine. En nuestra sociedad, nos hemos habituado a no mirar en nuestro interior porque no queremos enfrentarnos a nuestra fragilidad, a nuestras heridas. Estamos permanentemente creando una imagen idealizada de nosotros mismos, y encima nos identificamos con ella. Pues la vida no es así: llega, te golpea y te dice: “Mírate”. Y creo que cada vez más habrá más curvas en este mundo. Va a ser duro y hay que prepararse para saber quiénes somos.

P. En Sirât nunca se sabe lo que va a pasar.
R. Eso es, me gustan las películas que se van transformando. La poesía vive el mismo reto, porque viaja con el lenguaje hasta el final de ese lenguaje. Ojalá a través del relato de Sirât, a través de la narración, se llegue a momentos de rapto estético, de embriaguez, de éxtasis, de eso que nos gustan tanto en el cine. Mi cine también posee ese lado sinestésico sensorial donde la imagen opera de una manera que no es solo la racional. El humano tiene muchos niveles de percepción y una sala de cine nos lo confirma. Salimos de esas películas transformados.
P. ¿Qué le atrajo de la cultura rave?
R. Me interesa mucho su coherencia radical, sin concesiones hasta el final. Esto es una película muy arriesgada. Y no he medido el resultado; creo que eso me liga un poco a ellos. Los habitantes de la cultura rave muestran una voluntad de trascender. A veces no de la mejor manera, con las drogas, cierto. Pero alabo a esos seres humanos que buscan conectarse, que se juntan en neotribalismo con apego a la tradición. Y eso es sano. Ah, y me gusta mucho su elogio a la fealdad que tienen. No esconden las heridas y me parece de una gran madurez. Todos los seres humanos estamos un poco rotos, un poco heridos; ellos lo saben y lo enseñan. Y en este proceso creativo he convivido más con mis carencias, con mis propias heridas. Sirât habla de seres humanos imperfectos, mutilados, de nuevas familias que se crean en el anhelo por trascender. Asumamos nuestras imperfecciones. Nuestro principal miedo es a engañarnos a nosotros mismos y estamos en un tiempo donde es muy fácil engañar. Me identifico con su gesto de deserción de la sociedad. Y estoy en Cannes [señala la playa], en medio del sistema. Lo asumo. Pero en mí hay algo salvaje, iracundo, rabioso, asilvestrado de ganado, de radical. Y cuando digo radical me refiero al término con su acepción etimológica de raíz. Una persona radical es alguien que da su esencia, que se asume sin confusiones, sin miedos.

P. Usted ha trabajado con otros creadores de parecido pensamiento. Como cuando hizo teatro con Angélica Liddell.
R. Soy de psicología temeraria. Al final me llegará mi Waterloo [sonríe]. Pero es que así crezco, y por eso me tiro. Mira, aunque no hubieran cogido Sirât en Cannes, aunque no funcione en taquilla, sé que le habría hecho la película porque forma parte de mi crecimiento. Habitamos un mundo en el que todos calculamos nuestros pasos. Yo el primero, no me engaño. Con todo, intento ser libre, ir hasta el final, tensar los límites. En mi fe hay una mezcla de amor y de locura. Decía Pasolini que lo que más disfruta secretamente el espectador es la libertad del autor. Y en mi capacidad intento dialogar un poco con esos maestros que cambiaron el mundo.
P. Por primera vez ha trabajado con un actor profesional, Sergi López, que además tiene un récord curioso: ha estado con 10 películas en Cannes, y todas en la competición.
R. Siempre he colaborado con actores sin experiencia. Me gusta llamarles así porque en lo profesional todos son profesionales. Hay algo que me gusta mucho los actores sin experiencia y es su fragilidad, su vulnerabilidad, que tenemos todos los seres humanos. Les pones ante una cámara y pasa algo muy puro, muy cristalino. A mí me conmueve eso. Aunque, claro, un actor con experiencia te consigue cosas que no puedo concebir con los otros. Además, Sergi es especial. Hay intérpretes, y me gustan mucho, que son muy técnicos. Un ejemplo es Daniel Day-Lewis. Buenísimo, trabaja un personaje, te lo clava y es muy conmovedor. Sergi por supuesto tiene técnica; aunque a la vez siempre está él, es él mismo. Sergi no tiene ego, y para encarnar este personaje un poco mundano, anónimo, un padre de familia de aparente vida equilibrada, ha sido perfecto. Es supernatural. Encima ha trabajado con los actores sin experiencia y conmigo en total cooperación. La complicidad entre ellos detrás de la cámara es brutal, y ha sido un caballero al servicio de la peli.

P. ¿Qué tal su proyecto cultural y social en Galicia?
R. Estoy muy contento. Yo no era consciente cuando empecé de lo que me iba a suponer vivir en la casa de mi familia en Os Ancares [Lugo]. Gracias a O que arde pude comprarla y restaurarla. Después llegó la asociación y ya llevamos cinco años realizando talleres de formación y de desarrollo rural. Tenemos una oficina de atracción de nuevos pobladores, hay nuevas casas, nuevos vecinos, gente joven con proyectos de emprendimiento… Me equilibra.
P. ¿Tiene nuevos proyectos cinematográficos?
R. Por primera vez, no, y no tengo prisa. Quiero sentir Sirât conecta con el público. Ya me he acostumbrado a hacer planes y que la vida me los tire. Me cuesta cinco o seis años producir cada filme, así que si tengo que dilatar más el próximo, no habrá problema. Es importante ayudar a jóvenes cineastas, y a la vez que cueste levantar los proyectos. Es importante que las cosas cuesten, y que te puedas equivocar, crecer poco a poco. Ahora se hacen demasiadas óperas primas muy homogéneas, que casi parecen diseñadas por la inteligencia artificial de la industria… Me apena cómo esas nuevas miradas, genuinas, acaban aplastadas por el sistema. ¿Mi consejo a los nuevos cineastas? Que se pierdan, que se autoproduzcan, que se tiren al abismo.

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