La partida de José Pepe Mujica deja un vacío inmenso, no sólo en el corazón del pueblo uruguayo, sino también en América Latina y en todos aquellos lugares del mundo donde se valora la política como un acto de servicio, una expresión de coherencia y un camino hacia la justicia.
Pepe fue muchas cosas: militante, preso político, presidente. Pero sobre todo fue un hombre libre. Libre para pensar con profundidad, para decir lo que otros mantenían en silencio, para vivir con sobriedad y para luchar, con terquedad y ternura, por un mundo más humano. Su vida estuvo marcada por la adversidad, por años de encierro, por el dolor que deja la violencia política. Pero nunca lo vimos rendirse al odio ni al resentimiento. Salió de la cárcel con más convicciones que rencores, con más sueños que reproches. Su resiliencia no fue sólo individual, fue una apuesta colectiva por el reencuentro y por la esperanza.
Como presidente, gobernó con honestidad austera y con sentido de lo esencial. Siempre supo que el poder era un instrumento, no un fin. Por eso renunció a los privilegios, vivió en su chacra, condujo su escarabajo y donó la mayor parte de su salario. No lo hacía para llamar la atención: era, simplemente, fiel a su ética.
Pero más allá de los símbolos, su mayor legado fue su voz. Una voz lúcida, profunda, reflexiva, pero siempre necesaria. Pepe Mujica nos hablaba de lo importante: de la desigualdad, de la justicia, del ser humano, del planeta que estamos destruyendo, del sentido de la vida. Lo hacía con palabras sencillas, con un don de la palabra que él mismo se enorgullecía, con metáforas que abrían caminos de reflexión.
También fue un defensor incansable de la integración de América Latina. Tenía la convicción que, frente a un mundo cada vez más incierto y marcado por profundas desigualdades, sólo una América Latina unida podía hacer oír su voz y proteger los intereses de sus ciudadanos y ciudadanas. Pepe Mujica creía en la necesidad de tender puentes entre nuestras naciones y que nuestras diferencias no fueran obstáculos, sino aprendizajes. En un tiempo en que los desafíos globales, desde la triple crisis climática hasta el avance de la inteligencia artificial, exigen respuestas colectivas, su visión adquiere aún más vigencia.
Tuve el privilegio de compartir con él varias veces. En cada encuentro, me impresionó su capacidad de escucha, su calidez humana y su forma tan natural de recordarnos lo que es verdaderamente importante: cuidar a los más vulnerables, actuar con decencia, vivir con humildad, defender la democracia.
En su discurso ante el Congreso de la Unión Nacional de Estudiantes de Brasil, en 2023, dijo: “La democracia no es perfecta. La democracia está llena de defectos porque son nuestros humanos defectos, pero hasta hoy no hemos encontrado nada mejor. Por lo tanto, es fácil perderla y es difícil volverla a ganar. Tienen que cuidarla.”
Hoy, más que nunca, honrar su memoria significa cuidar la democracia, dignificar la política y respetarnos como personas, incluso en nuestras diferencias. Porque Pepe Mujica no fue sólo un símbolo de Uruguay: fue un ejemplo para el mundo.
Hasta siempre, querido Pepe. Gracias por enseñarnos que otra forma de hacer política es posible.
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