En la misma semana en que la Unión Europea celebraba el 75º aniversario del germen de su fundación, el primer ministro eslovaco, Robert Fico, desafiaba a sus aliados europeos asistiendo en Moscú el viernes pasado al desfile militar con que Rusia exhibió su poderío y su amenaza implícita a Europa. Poco antes, su homólogo húngaro, en ultraconservador Viktor Orbán, insistía en sus planes de “ocupar” Bruselas y transformar el bloque comunitario desde dentro, mientras los líderes de toda la extrema derecha europea aplaudían la victoria en primera vuelta del candidato presidencial rumano ultra George Simion. La UE, un proyecto de paz concebido hace 75 años sobre las cenizas de la II Guerra Mundial que derrotó al nazismo, llega a su tercer cuarto de siglo buscando su lugar en un nuevo orden mundial. Lo hace asediada por fuerzas ultras que buscan debilitarla desde fuera, pero también desde dentro.
Las amenazas llegan desde todos los flancos. Por el este, sobre todo con una Rusia que no oculta sus apetitos imperialistas a sus puertas. Pero ahora también desde el oeste, con el alejamiento y la hostilidad de Estados Unidos, tradicional aliado y garante de la seguridad y la prosperidad europea, convertido en un gran factor de desestabilización.
El mundo se adentra en una era histórica diferente, con la construcción de un nuevo orden mundial que deja atrás el sistema multilateral basado en reglas y que gira en torno a tres grandes poderes nucleares: Estados Unidos, Rusia y China, explica Luuk van Middelaar, director del Brussels Institute for Geopolitics (BIG). “Este cambio de era es un gran desafío para Europa, porque la UE no se construyó como una gran potencia en términos de poder, estrategia e intereses”, afirma en una impresionante sala en la casa Van Eetvelde, un palacete de estilo Art Nouveau a pocos metros de las instituciones europeas en Bruselas.
Con todo, algunos de los mayores ataques al bloque comunitario vienen desde dentro, con el auge de las fuerzas ultras y populistas en toda Europa. Tras observar el coste del Brexit para el Reino Unido, ya no buscan una salida de la UE. Lo que quieren es cambiarla desde dentro, con una agenda disruptiva iliberal que choca con los valores de democracia y libertad que han sido los pilares de la Unión los últimos 75 años. “No abandonaremos la UE, no abandonaremos Bruselas, la ocuparemos y transformaremos la UE en un ‘centro de coordinación de la unión’ que respete la soberanía de los países miembros”, amenazó Orbán ante el Parlamento en Budapest, precisamente la semana pasada, de celebraciones europeas.
Como dice el director del instituto de pensamiento European Council on Foreign Relations (ECFR), Mark Leonard, “hay una corriente política contra el liberalismo en todo el mundo y los europeos no son inmunes a eso”. En todos los países hay partidos de extrema derecha y ultraconservadores que ya no son fuerzas marginales.
Las formaciones ultra han tocado el poder en Hungría, Italia, Polonia, Países Bajos o Eslovaquia, pero también se acercan en Alemania y Francia. Están además conectadas a las fuerzas exteriores. Porque no es la primera vez que Europa vive este tipo de derivas. Lo “inédito”, señala Arancha González Laya, exministra de Exteriores de España y decana de la Escuela de Asuntos Internacionales de París, dependiente de la prestigiosa Sciences Po, es que ahora “tenemos a estas fuerzas dentro de la UE espoleadas por la Administración estadounidense”, con apoyos explícitos a partidos como el ultra alemán Alternativa para Alemania (AfD) en plena campaña electoral.
“La Casa Blanca desestabiliza las democracias europeas al apoyar los flancos extremistas. Un poco como hacía el Kremlin durante la Guerra Fría, financiando partidos comunistas en varios países”, coincide el teórico político Van Middelaar. Y la UE debe ser “muy lúcida” en su análisis de su relación con Washington, acota González Laya, para quien los cambios que reclaman estas fuerzas deben ser rechazados porque son “incompatibles” con los fundamentos europeos de “respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de derecho y respeto de los derechos humanos” consagrados en el artículo 2 del Tratado de la UE. “Esto no es negociable”, insiste la exministra, que recuerda que “nadie obliga a un país a quedarse en la UE”. “No podemos aceptar estar sometidos permanentemente a este chantaje”, insiste.
Las formaciones populistas sitúan a la UE ante grandes dilemas, con el riesgo de que algunas acciones para controlarlas sean contraproducentes. “La pregunta es siempre, ¿debemos hacer más o menos?”, señala Van Middelaar, que advierte del “riesgo de minar la legitimidad del poder judicial”. Se ha visto en Rumania, donde el Tribunal Constitucional anuló las elecciones de noviembre, que ganó un candidato prorruso. La repetición electoral de la semana pasada apunta ahora a una victoria rotunda del candidato ultra y antieuropeo. En Francia, la justicia ha inhabilitado a Marine Le Pen, líder de Reagrupamiento Nacional, y en Alemania, los servicios de inteligencia han abierto la puerta a la prohibición de AfD, al declararla extremista.
“Tenemos muchas formas para lidiar con la extrema derecha, pero no hemos encontrado una que sea válida”, reconoce Javier Carbonell, analista del European Policy Centre (EPC). Para este experto en partidos de ultraderecha, uno de los grandes problemas es que el voto a estas formaciones tiene unas “causas estructurales profundas” —desigualdad, cambio cultural, la desindustrialización o la pérdida de fuerza del movimiento obrero y sindical— a las que los ciudadanos sienten que los partidos tradicionales, y la propia UE, no están respondiendo de forma adecuada.
Vetos y bloqueos
Cuando estas fuerzas gobiernan, el desafío llega en forma de vetos y bloqueos en decisiones vitales en el Consejo Europeo, donde las 27 capitales toman las decisiones. El empleo habitual de esta prerrogativa por parte de Hungría —especialmente visible con la respuesta a la guerra en Ucrania, pero también en asuntos como la migración— pone sobre la mesa con frecuencia el debate sobre qué hacer con los Estados miembros díscolos. Aquí tampoco hay soluciones fáciles. “Una vez que [un Estado] está en el club, es una suerte de accionista de la Unión Europea”, explica Leonard. El director de uno de los centros de análisis más reconocidos de Europa, recuerda que la Unión suele tener dificultades cuando sus miembros vulneran las normas de las que se han dotado. Especialmente si son países grandes, pero también, cuando están en juego intereses nacionales fundamentales o si la legitimidad de la UE se puede ver cuestionada.
Con todo, la UE ha puesto en marcha medidas excepcionales, como el bloqueo de fondos a Hungría y Polonia (cuando estaba gobernada por los ultraconservadores de Ley y Justicia) y la puesta en marcha de procedimientos como el del artículo 7, que puede retirar el derecho de voto a un Estado. Pero Leonard explica que también en este caso, estas medidas pueden salir mal: “Les puede dar la oportunidad de hacerse las víctimas o de ir contra el sistema; es complicado”, reflexiona. En todo caso, la respuesta a los desafíos debe ser política y no jurídica, defiende.
No todo es sombrío: la UE que ha demostrado que se crece durante las grandes crisis, como la del euro, el Brexit o la pandemia de covid. La invasión de Rusia en Ucrania ha propiciado un giro en el paradigma de la defensa en Europa, que ha iniciado un proceso inédito de rearme. La amenaza de guerra comercial del presidente estadounidense, Donald Trump, también ha hecho cerrar filas a los Veintisiete, poniendo en aprietos a las fuerzas más populistas que aplaudían el regreso del magnate republicano a la Casa Blanca.
Los expertos advierten de que ante las enormes transformaciones en desarrollo, y las que se avecinan —“un periodo de extrema incertidumbre y perturbación”, define Leonard—, la UE necesita ser más rápida y menos reactiva, más abierta de mente y menos aferrada a preservar el statu quo. “Lo que está pasando con Trump puede ser solo un aperitivo”, advierte el director del ECFR, que apunta a cuatro grandes transiciones en ciernes: energética, digital, demográfica y económica.
Cinco años después del fin de la II Guerra Mundial, el entonces ministro francés de Exteriores, Robert Schuman, propuso la creación de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) que, desde un principio, tuvo un espíritu mucho más político que económico: “La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan”, sostuvo. El viernes pasado, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, celebraba el aniversario de la declaración Schuman y apelaba a ese mismo espíritu: “La UE es un ancla de estabilidad en un mundo que se transforma”. La dirigente alemana instaba a estar “orgullosos” de la Unión que se ha construido desde aquel 9 de mayo de 1950.
No son solo palabras grandilocuentes. Pese a los vaivenes políticos y los ataques internos que cuestionan a Bruselas, la ciudadanía sigue apoyando el proyecto de la UE e incluso reclama más Europa ante las amenazas exteriores. Según el último Eurobarómetro, publicado a finales de marzo, el 74% de los europeos cree que su país se beneficia de ser miembro del club comunitario. Es la cifra más alta desde que comenzó a hacerse esta pregunta, en 1983.
Para González Laya, el mensaje ciudadano está claro: “Lo que está en juego hoy es el modelo europeo y, desde ese punto de vista, es importante que la reacción ciudadana sea, ante los ataques, reivindicar el derecho a nuestro modelo”. La exministra concluye con un mensaje constructivo pese a las grandes turbulencias: “Tenemos que traducirlo en energía positiva y dar pasos adelante”.
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